Enviado por José Antonio Sierra
Elecciones, programas, partidos, electores
Por Luís Méndez
Es evidente que estamos en un momento histórico de cambio radical. La discusión puede versar sobre hacia dónde. Lo del fin de la historia, de Fukuyama, no parece que se vea respaldado por los hechos. Al menos en su versión edulcorada. Otro analista, por el contrario, advertía sobre la entrada en una época neofeudal, donde todo el poder quedará en manos de las multinacionales. No es una opinión singular, hay sectores que creen que los tres poderes del futuro serán EEUU, China y las multinacionales, haciendo separación expresa de estas tres entidades no homogéneas y no determinando aún una preeminencia entre ellas. Paralelamente a estas proposiciones, también se baraja un declive imparable de los estados, lo cual significa más auge y poder de esas empresas gigantescas y sin fronteras. Hollywood ya se ha encargado de facilitarnos una visión catastrofista, en celuloide, de ese mundo, entre ultramoderno y primitivo a la vez, con portátil que no sabemos con qué enlaza y espadones de guerrero de la Edad Media..
Comparadas estas previsiones casi apocalípticas con el lenguaje político cotidiano, la sensación de desconcierto aumenta. Porque términos como elecciones, programas, electores, partidos ¿tienen alguna virtualidad, o han quedado como un eco que se mantiene para no alertar sobre eso que se nos viene encima y que parece cabalgar entre algo del futuro y mucho más del pasado?
Los economistas dicen, y creo que acertadamente, que si en política se equiparan hombre y voto, en economía habrá que equiparar voto y poder económico. Es decir, que unas elecciones en su tramo final pueden ser totalmente democráticas, pero pueden haber intervenido previamente elementos que al final distorsionen la verdadera voluntad del elector, si es que ese sujeto –como el consumidor- existe en su esencia más genuina.
Por otra parte ¿tiene tanta fuerza y sentido como antes aquello de programa, programa, programa? Porque la realidad es que después de realizados los escrutinios, se pone en marcha un conjunto de agentes que casi secuestra todo lo prometido en campaña. Y lo que es peor, se acepta como normal e inevitable.
Los políticos ¿son dueños de sus decisiones o después surgirá una serie de conceptos que les permitirá contradecirse sin el menor menoscabo? Complejidad técnica, es decir, que vista la realidad, las cosas son distintas a cómo se creía antes de la asunción del gobierno; instancias superiores, es decir, que “los programas” de Europa son otros muy distintos a los presentados en campaña; representación de un espectro amplio, no de una clase, es decir, este es un partido de centro que representa a la clase media, dos términos bien ambiguos en los que todos se creen incluidos y nadie resulta luego defraudado.
Partidos políticos: ¿como confiar en unas organizaciones que sintomáticamente han permitido que en las leyes europeas nos definan como súbditos -¿hemos vuelto a Luis XVI?- y lo que ello conlleva; que no se reúnen, como obligado mecanismo legal democrático –y que sí impera para otro tipo de organizaciones-; que tienen unos personajes mandamases definidos como “barones”; que se autofinancian sospechosamente; que carecen de prensa, para más eficaz desubicación; que juegan a la identidad entre ellos, no al contraste, como si de una institución corporativista se tratara; que no ejemplifican, porque nunca se aplican a sí mismos las medidas que creen indiscutibles para los súbditos?
Electores. ¿Es consciente el elector de la responsabilidad que contrae al depositar el voto? ¿Sabe realmente qué representa lo que vota? ¿Se cuestiona que su voto puede beneficiarle a él pero perjudicar a una gran mayoría en peor situación? ¿Esa listeza es ética? ¿Esa listeza no se paga al final, porque a los poderes lo que le interesa es precisamente la dispersión, la falta de principios, la irresponsabilidad como escape a rendir cuentas?
¿Saben muchos en qué consiste verdaderamente el feudalismo?
Luis Méndez
Funcionario de la Administración local.
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