jueves, 29 de octubre de 2015

GENOMA Y NACIONALISMO

       Enviado por José Antonio Sierra

Genoma y Nacionalismo
por Joaquín Sama                                      


  GENOMA Y NACIONALISMO                                           
                       
                      Es conocido que los nacionalismos constituyen un fenómeno complejo, cuyo origen se debe a factores de tipo cultural, económico, geográfico, lingüístico, religioso y a otras causas que sería prolijo enumerar. No obstante, desde mi punto de vista, existe una pulsión preliminar a todas esas causas, en realidad, auténticas coartadas que enmascaran lo que subyace en verdad en cada uno de nosotros,  pulsión que trataré de exponer a continuación:

                        Durante el  prolongado desarrollo de las distintas familias de homínidos que nos precedieron a lo largo de la historia evolutiva de nuestra especie, iniciada hace más de cuatro  millones de años, los miembros de aquellas familias de homínidos vivieron, cazaban, se apareaban, mantuvieron luchas y se desplazaban en grupos de unos treinta individuos hasta hace aproximadamente unos ocho mil años, periodo de tiempo que a la escala de veinticuatro  horas representaría sólo los tres últimos minutos de un día.
                        Aquellos grupos primigenios de homínidos se dedicaron durante miles de generaciones, en su condición de cazadores-recolectores, a buscar el alimento que les brindaba el hábitat. Según la riqueza de éste, climatología, la incidencia de enfermedades, parasitosis, luchas con grupos rivales, etc., ese número aumentaba o disminuía transitoriamente, alcanzando la estabilidad demográfica en torno a esa cifra, dato al que se ha llegado tras rigurosos estudios de genética de poblaciones, fisiología humana, paleontología, antropología, ecología, etc.
                        ¿Qué limitaba la formación de grupos con un gran número de individuos? Sin duda  el rápido agotamiento de los recursos, mientras que la existencia de grupos muy reducidos, y más aún, de individuos aislados, resultaba inviable  en aquel medio hostil, donde merodeaban los grandes felinos, dedicados en buena medida a la caza de aquel indefenso antepasado nuestro -la existencia de cráneos de homínidos con señales de haber muerto en las fauces de felinos así lo certifican-, sin grandes dotes de corredor, carente de garras o afilados colmillos, que sólo en  grupo, con los machos al frente lanzando ramas, piedras y alaridos en defensa de sí mismos, de las hembras y las crías, tenía posibilidades de sobrevivir  ante el ataque de poderosos felinos en medio de las llanuras africanas.
                        Pero con toda probabilidad no todo el riesgo  procedería de los depredadores. El factor más inquietante debió provenir de aquellos otros grupos de homínidos con quienes se disputaban continuamente el territorio, las hembras, la caza, el agua... Caer en manos rivales podía significar en muchos casos convertirse en una fuente de alimentación  más como acreditan los hallazgos de Atapuerca, que a tan sólo trescientos mil años de nosotros, evidencian inequívocos signos de canibalismo en los restos óseos encontrados.
                        Ante los peligros mencionados y otros muchos existentes en aquel  medio primitivo, la tendencia a formar grupos cohesionados fue un factor imprescindible para la supervivencia y, de tal importancia, que pronto quedó incorporado en el código genético de la especie, transmitiéndose como pauta de conducta heredada al igual que se transmiten los caracteres morfológicos.
                        La percepción de los grupos ajenos al nuestro como antagonistas, inquietantes, merecedores de rechazo, fue un aprendizaje adquirido por los múltiples encuentros con hordas rivales a lo largo de milenios y, necesario es saberlo, constituye aún hoy la base del racismo y la xenofobia al haber quedado de igual forma impreso en nuestro código genético. Al mismo tiempo se fue desarrollando el tan necesario contrapunto a la rivalidad: el altruismo recíproco, característica también grupal e igualmente determinada por los genes, verdad científicamente validada incluso con algoritmos matemáticos.
                        Hace ocho mil años el hombre descubrió la agricultura. Esta actividad productiva le permitió formar grandes tribus, de millones de individuos. La abundancia de alimentos lo hizo posible, se diversificó el trabajo, se crearon grandes urbes y naciones. Es más, con el desarrollo de los medios de transporte, cada vez más rápidos, las redes de información, las multinacionales, las interconexiones financieras y de todo tipo, en la actualidad se vislumbra la posibilidad, aún remota, de que la Humanidad termine por unificarse en una única nación sobre el planeta Tierra, lo que se ha dado en llamar la Aldea Global. Las superestructuras económicas, productivas y de la información desarrolladas marcan esa tendencia, por lo que se comienzan a crear estados supranacionales como la Comunidad Económica Europea. Las viejas luchas tribales podrían llegar algún día a ser desterradas para siempre.
                        Tan solo ocho mil años han sido necesarios para desarrollar todo este enorme avance socioeconómico. Sin embargo, ocho mil años en el desarrollo evolutivo de una especie es un tiempo inapreciable, en extremo breve, -solo tres minutos de los 1440 que tiene el día-, para que  las bases genéticas de la conducta se hayan  podido adaptar a la nueva situación creada por la cultura, cuya evolución es  muchísimo más rápida que la del genoma. De ahí el desfase entre una y otra. El  siguiente ejemplo puede ilustrar esta situación: los niños temen instintivamente a las serpientes sin haberlas visto con anterioridad porque durante miles de años el encuentro con ellas nos ha dejado esa huella genética; en cambio, aún no ha habido tiempo suficiente para desarrollar miedo congénito a los enchufes de la electricidad  que constituyen actualmente un peligro más común.
                        El nacionalismo, que todos llevamos impreso en los genes por aquella necesidad de cohesión grupal, es una expresión más de ese desfase entre evolución cultural y evolución genética. Por un lado el genoma nos predispone a formar grupos pequeños, a  cohesionarnos en grupos reducidos. La dirección que señala es la siguiente: estado supranacional, nación, provincia, ciudad, barrio, y comunidad de vecinos o círculo de amigos, curiosamente unos treinta, como  nuestros ancestros. Por otro lado la evolución socioeconómica que ha posibilitado la cultura indica de forma inexorable el sentido contrario: comunidad de vecinos, barrio, ciudad, provincia, nación, estado supranacional, humanidad global.
                         Pero mientras el raciocinio, que atenúa las emociones y acrecienta la objetividad, nos está diciendo que la evolución social es imparable y retroceder a la tribu absurdo, la emoción programada genéticamente en la región límbica cerebral, en el cerebro reptiliano, la zona más arcaica de nuestro encéfalo, nos sigue dirigiendo de modo tozudo en la antigua dirección, a cohesionarnos en grupos reducidos como hacían nuestros antepasados. El sentimiento nacionalista es justamente esa ancestral emoción que al añadirle contenidos intelectivos elevamos al rango de sentimiento, a partir del cual se elaboran los idearios nacionalistas y excluyentes en sus distintas manifestaciones, por desgracia tan de actualidad.
                         El problema se acrecienta gravemente por la existencia de líderes políticos que por desconocer la naturaleza arcaica del sentimiento nacionalista, que ellos padecen de forma exacerbada, no solo no alcanzan a ver lo que supone de regresivo semejante atavismo, sino que incluso se muestran orgullos de arrastrar en si mismos tal servidumbre, cuando en el momento histórico que vivimos lo inteligente seria trabajar para construir entre todos la Aldea Global, desterrando para siempre los sentimientos tribales.
                         Desde una perspectiva evolucionista el vanagloriarse de ser nacionalista antes que universalista, es decir, por no haber superado ese atavismo, es equiparable a sentir satisfacción no por tener atrofiado el coxis, esa cadena de pequeños huesos que todos tenemos al final de la columna vertebral, un rabo atrofiado, otro atavismo de nuestro pasado evolutivo, sino por poseer un coxis tan desarrollado que nos permitiera exhibir una hermosa cola. El rabo sin duda fue muy útil durante una etapa de nuestra historia biológica para sujetarnos a los árboles y proteger nuestras zonas pudendas, ahora no tiene utilidad alguna; la hipertrofia nacionalista que nos retrotrae a lo tribal, como hemos visto, también fue útil en el pasado para protegernos en grupos reducidos; ahora solo es origen de graves conflictos que frenan el desarrollo de la Humanidad.
                         Aflige observar que mientras a la ignorancia de esos políticos, se una la actitud ególatra con que actúan, ofuscados por su otra gran pasión, el poder, cuya máxima cuota solo se sienten capaces de alcanzar entre correligionarios, a quienes exacerban arcaicas emociones, con favoritismos partidistas  y desprecio hacia los que piensan diferente, tergiversando la historia, sobrevalorando supuestas diferencias y un largo etcétera de despropósitos en busca de la mayor glorificación personal, esta versión  maléfica de aquella primitiva pulsión continuará siendo utilizada para sus espurios fines.


                                              
                                                                                                     JOAQUÍN  SAMA                
                                                                                                            Psiquiatra
             
                                                                           




                    

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