viernes, 20 de febrero de 2015

Podemos, la caspa que viene. Alejandro Muñoz Alonso, catedrático de la UCM

PODEMOS, LA CASPA QUE VIENE  
Alejandro Muñoz-Alonso
Catedrático de la UCM



Me había resistido en esta columna a abordar directamente ese fenómeno llamado Podemos, pero al final, a pesar de lo disparatado que me parece todo este asunto, no he tenido más remedio. Especialmente después de las últimas encuestas publicadas que hacen, aparentemente, de ese nuevo partido la clave de la futura configuración política española. Pero sigo pensando que vivimos en una situación aberrante: No creo que haya ni haya habido ningún otro país en la civilizada Europa en el que se haya dedicado tanto espacio y tanto tiempo, tantos titulares y tantos editoriales, tantas tertulias y tantas entrevistas a un partido que no tiene, por el momento, ni un solo escaño en ninguna de las dos Cámaras del Parlamento, ningún puesto en ningún Parlamento autonómico y que, se sepa, ni una sola concejalía a su nombre en ninguno de los nueve mil largos municipios del país. Al menos Alexis Tsipras, el modelo helénico de estos chicos, antes de ganar las últimas elecciones tenía ya un grupo de 71 diputados, en un Parlamento de 300, que no es poco. Podemos tiene sí, media decena escasa (5) de escaños en el Parlamento Europeo, conseguidos en unas elecciones con distrito nacional único y con una masiva abstención de la enorme mayoría del electorado “normal”. Pero, ¡manes de Gil y de Ruiz Mateos! eso, por sí solo, vale poco para la política nacional.
Algún día, quizás, alguien haga una investigación en toda regla y con toda la seriedad requerida para averiguar por qué este país –de la izquierda a la derecha- se volvió totalmente loco y se empeñó en poner en el primer plano a unos cuantos muchachos de asamblea de facultad, reconvertidos en partido político, al socaire de sus buenas relaciones de algunos de los regímenes menos presentables del planeta, que les han financiado generosamente, como una inversión a largo plazo. Fuentes financieras que siguen, como método, las viejas pautas de aquel útil instrumento que fue la Komintern/Kominform, que desde Moscú avanzaba sus peones, sin descartar que quizás llegaría el día en que podría también hacer avanzar sus tanques. Vale la pena recordar las andanzas de Willi Münzerberg, uno de los más avezados propagandistas al servicio del Kremlin, relatadas fabulosamente en el libro de Stephen Koch El fin de la inocencia.
Instalados en plena irracionalidad -que no en vano Goya nos recordó que “el sueño de la razón produce monstruos”- se le ha dado cuerda y, sobre todo, pantallas de televisión, a este grupo que no puede disimular que no ha tenido otro alimento intelectual que un acendrado y herrumbroso marxismo-leninismo, que hiede porque hace tiempo venció su fecha de caducidad, salpimentado de pachanga caribeña, como alguien calificó, hace más de medio siglo, la llegada al poder de Fidel Castro, asegurando que aquello no tenía porvenir. Que se lo pregunten a los millones de cubanos que han padecido desde entonces aquella cruel e inhumana dictadura comunista que, afirmaban convencidos los optimistas, será imposible que se consolide a 60 millas del coloso americano. Para completar el mejunje ideológico, se han puesto bajo la protección del Irán de los ayatolahs, que se sienten legitimados para condenar a muerte con susfatwas a cualquier infiel que lo merezca, sobre todo si es un poco “mariconsón” como le gustaba decir al viejo Fidel. Todo muy moderno… ¿Serán los pasdarán iraníes su fuerza de choque para eliminar a los discrepantes? Lo más divertido es que para “bautizar” a ese todo heterogéneo y abigarrado no han encontrado otra cosa que copiar descaradamente el lema electoral de Obama, el jefe del odiado Imperio: Yes, We can. ElWe can obamiano se ha transformado en el Podemos de su título y el yes les vale para su grito de guerra “¡Sí se puede”! con el que animan a sus seguidores en su mítines -celebrados en salas contratadas para conciertos, que es más barato- mientras se balancean pausadamente y se aplauden unos a otros, en el mejor estilo soviético. ¿No estaremos ante la más cumplida y depurada realización de la zapateril Alianza de Civilizaciones?
Y lo más curioso de todo este despropósito político es que se ha montado a base de encuestas, esas decenas y decenas de encuestas que se han publicado desde mayo de 2014 y que han llevado a una buena parte de la opinión pública española a la convicción/temor/esperanza/que se jodan (los de la “casta”) de que estos chicos son imparables. Encuestas –si se le permite a este modesto catedrático de Opinión Pública –impresentables en muchos casos pues con muestras de 800 se atreven a asignar escaños y otras barbaridades técnicas por el estilo. No me refiero al CIS que es más serio. Y se olvida, además, esa primera lección de la sociología electoral –clave de cualquier análisis, como me insistió hace años Sir Robert Worcester, “mago británico” de las encuestas-y es que no se pueden comparar sin más, salvo con mucha prudencia y cuando estamos ya a pocas semanas de las elecciones, las estimaciones de voto de las encuestas con los resultados electorales. “Cualquier persona normal –decía Sir Robert- conoce muy bien la diferencia entre contestar a un encuestador y depositar una papeleta en la urna”. Cuando los ciudadanos están irritados o cabreados –y hay muchos en esa condición en España- se permiten ciertas “locuras” en las encuestas para avisar a los partidos con los que están enfadados. Pero el día de la elección nadie (bueno siempre hay alguien) se juega su porvenir o el de sus hijos a la ruleta rusa (o venezolana, o iraní) de unos cuantos jóvenes descarados e incompetentes, además de tramposos.
Como todos los populismos, a falta de ideas recurren a los sentimientos. La semana pasada aludíamos a esa frase del líder podemista que pedía “ciudadanos soñadores” (porque dormidos, decíamos, se les maneja mejor). Es lo mismo que esos otros que acusan a los partidos del establishment de no tener un “proyecto ilusionante”, olvidando que las solas ilusiones no son buenos ladrillos para construir políticas eficaces. Es lo mismo que decía hace ochenta años el fundador del fascismo español cuando afirmaba que “a los pueblos los mueven los poetas”. La política es gestión de los asuntos públicos y es naturalmente aburrida y poco propicia para la lírica. Mucho cuidado con los políticos que tratan de “ilusionarte” porque pueden estar sacándote la cartera. A un político hay que pedirle resultados. Los poemas y las ilusiones hay que ir a buscarlos a otra parte. Churchill cuando en 1940 asumió el cargo de primer ministro, sólo le prometió a los británicos “sangre, sudor, esfuerzos y lágrimas”. Es verdad que después tuvo aciertos literarios en el Parlamento como cuando, terminada la batalla aérea de Inglaterra, dijo aquello de “nunca tantos han debido tanto a tan pocos”. Pero fue un realista, aunque estaba nutrido de los más nobles y elevados ideales.
Carezco de cualquier capacidad para el profetismo y nunca he aceptado esa tontería según la cual “el pueblo no se equivoca nunca”. Los pueblos se equivocan casi tantas veces como aciertan. Son las reglas del sistema, que ellos querrían cargarse para hacer elecciones a la venezolana o a la iraní, que no necesitan encuestas porque se sabe de antemano cuál va ser el resultado. Allí no cabe la equivocación. Podemos es un partido de extrema izquierda, por mucho que traten de disimularlo, y resulta difícil que, una vez engullida IU y socavado el PSOE, puedan obtener en un país como España más del 12%, un 15%, esto último si, además, les toca la lotería en forma de algún millón de electores despistados, ignorantes de que han apostado por el caos.
Progresivamente se les está viendo el plumero. Los problemas fiscales de ese que dicen que es el número tres de la formación, son todo un símbolo. Se llama Monedero y ha resultado un perfecto “monedero falso”, que, según el DRAE, es “persona que acuña moneda falsa o subrepticia, o le da curso a sabiendas”. No encuentro mejor definición de lo que significa Podemos en la política española. Son monederos falsos. Uno de sus mantras es eso de “la casta”, que ha tenido éxito pero que no aguanta el más somero análisis. Porque España no es la India y aquí no hay castas, aunque no falte un cierto porcentaje de sinvergüenzas. Lo que sí hay es caspa. Y de eso saben bastante los podemistas, porque es la suya. Una caspa que los españoles sabrán sacudirse a tiempo. A lo peor yo también soy un iluso…

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