Consenso
Desde que tengo uso de
razón, he escuchado a políticos de uno y otro signo apelar al 'consenso'
como medio para alcanzar la concordia y la paz social; pero lo cierto es que la
búsqueda y aplicación del consenso no ha hecho sino alimentar la demogresca.
¿Cómo se puede explicar este fenómeno tan paradójico?
Se puede explicar si
aceptamos que la propia razón de ser del consenso político no es otra sino
destruir el consenso social, impedir que la comunidad humana comparta
convicciones y certezas sobre las cosas, en especial sobre aquellas que son más
necesarias para su supervivencia; pues es, precisamente, de esta desintegración
social de donde extrae su vigor. Para alcanzar su fin último de destrucción de
la sociedad, el consenso político (utilizaremos siempre el término
'consenso' en un sentido sarcástico) borra de las conciencias la noción de
'bien común', sustituyéndola en teoría por la más utilitarista de
'interés general' (que, en realidad, no es sino lo que interesa al
consenso) y en la práctica por una olimpiada de libertades y derechos (en su
mayoría puramente retóricos y solo efectivos cuando, además de resultar baratos,
facilitan la desintegración social, como ocurre con los derechos de bragueta)
que, a la postre, se resumen en una búsqueda del egoísmo personal, sin
interferencias externas. Esta 'libertad negativa' (empleamos la expresión en su
significado político más elemental, sin intención peyorativa) produce una
sociedad desvinculada, obsesionada por la satisfacción de intereses personales,
una mera agregación amorfa de individuos que rompen todos los lazos morales e
históricos que antaño los ligaban.
Una vez lograda esa
agregación amorfa de individuos egoístas, el consenso político introduce en
las conciencias una visión movilista del mundo. Se trata de una aplicación
de la filosofía hegeliana, según la cual todo lo que existe deviene, se halla
en constante fase de mutación; de tal modo que resulta imposible mantener
convicciones firmes y estables sobre las cosas. Por supuesto, este devenir
siempre se considera benigno, provechoso y fecundo, aunque sea un devenir
sin sustancia, sin rumbo y sin término (o precisamente por ello mismo, pues al
sistema le interesa que la gente pierda el sentido de la orientación, a la vez
que se ensimisma en sus libertades y derechos); y recibe el nombre eufórico de
'progresismo'. Tal devenir exigirá, para realizarse plenamente, que ninguna
realidad permanezca inalterada, empezando por la olimpiada de libertades y
derechos, que siempre se ampliará a nuevas modalidades, pues los llamados
'derechos humanos' no son un sistema cerrado de principios absolutos (por mucho
que algunos ilusos se empeñen irrisoriamente en afirmar que son una plasmación
de la ley natural), sino una expresión de esa visión dinámica propia del
movilismo.
Pero la sociedad,
aunque convertida en agregación amorfa de individuos egoístas que se deja
arrastrar por las corrientes del movilismo, suele presentar reductos de
resistencia, núcleos minoritarios (¡pero molestísimos!) de gentes
antediluvianas que se empeñan en creer que las convicciones pueden ser
definitivas. El consenso político, que no tiene otro fin sino el control
oligárquico del poder y su reparto por turnos o parcelas entre los diversos
negociados de derechas e izquierdas, necesita anular la resistencia de
tales indeseables. Para lograrlo, admite en el club (¡y abraza amorosamente,
como hijos nutridos en sus pechos que son!) a nuevas facciones políticas
dispuestas a echarse al monte, que rinden al 'consenso' dos impagables
servicios: por un lado, amedrentan a la gente más impresionable (¡que viene el
coco!), que con tal de impedir el acceso al poder de esa facción montaraz cede
en sus convicciones (ya nunca más definitivas), votando a quien sabe que no las
defiende; por otro, la facción montaraz, al incorporarse al consenso político
(como termina haciendo, para disfrutar de sus pitanzas), permite acelerar el
devenir.
El consenso se
presenta siempre como un recurso salvífico, aunque solo sea una síntesis
caprichosa que, a la vez que finge corregir excesos (pero, como bien enseña el
movilismo, lo que hoy parece excesivo mañana será normal), consigue que los
elementos más refractarios (¡inmovilistas que acceden el meneo!) abandonen sus
convicciones y hasta acaben avergonzándose de ellas. Por supuesto, una vez que
ha logrado destruir la comunidad de los hombres, el consenso brindará a la masa
amorfa, a través de sus negociados de izquierda y derecha, discrepancias
menores, para que la demogresca, que es el caldo de cultivo del consenso, no
decaiga.
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