En
defensa de los bienes comunales
Cuando
las administraciones públicas y regionales siguen enredadas en la pasividad
burocrática y en el manejo mezquino y caciquil del poder, es hora ya de que los
habitantes del medio rural retomen su propio protagonismo en defensa de sus
bienes públicos y concejiles.
En
Castilla y León, al menos 2.127.000 de hectáreas están consideradas como
superficie catastral colectiva, concentrándose en los Ayuntamientos o en las
Juntas Vecinales y compartiéndose su gestión con el Estado, o más bien con las
Comunidades Autónomas
En
las circunstancias actuales necesitamos repensar su integración en la vida del
medio rural y en un desarrollo sensato. No pueden quedar al albur de los
intereses más lejanos y privatizadores.
Valentín
Cabero. Catedrático jubilado Universidad de Salamanca
Volvemos
a detener nuestra mirada en el mundo rural. Y lo hacemos con apasionada y honda
preocupación. Cuando la crisis no ha remontado ni un ápice y nos sigue
mostrando la caras cínicas de los corruptos y la podredumbre de la ciénaga
política. Cuando la espada de Damocles de la Ley de racionalización y
sostenibilidad de la administración local sigue amenazando sin piedad al
mundo rural y a sus derechos civiles y patrimoniales. Cuando lo común y lo
público han quedado pulverizados por el pensamiento tecnocrático y neoliberal
que nos controla desde el poder financiero y político. Cuando las
administraciones públicas y regionales siguen enredadas en la pasividad
burocrática y en el manejo mezquino y caciquil del poder, es hora ya de que los
habitantes del medio rural retomen su propio protagonismo en defensa de sus
bienes públicos y concejiles. Es una responsabilidad que no deben y pueden orillar
por más tiempo.
También
los habitantes de la ciudad y la numerosa población vinculada a nuestro medio
rural deberían sentirse implicadas honrada y solidariamente en la defensa de
estos bienes comunes, a no ser que formen parte de esas cuadrillas de
depredadores que han pretendido convertir a todas nuestras dehesas boyales
en suelo urbanizado. Muchos de ellos se disfrazan ahora en amantes de la
naturaleza y nos hablan con palabras hueras y oportunistas de “tierra de
sabor”.
El
26 de septiembre, se presentó en el Real Jardín Botánico (C.S.I.C.) la Declaración
de Valdeavellano de Tera (Soria) por la Defensa de los Usos Comunales
en España, firmada por un amplio grupo de asociaciones, plataformas y
fundaciones, estableciendo un decálogo de principios fundamentales a favor del
reconocimiento de este patrimonio económico, social ambiental y cultural
existente en nuestro país. En la base de esta declaración se encuentra el
entusiasmo y empeño de muchos habitantes y asociaciones rurales comprometidas
con los recursos y vida de los montes, con el buen manejo de los pastos o con
la conservación de las tierras comunales que apenas hace medio siglo salvaron
del hambre más cruel a muchas familias en las montañas galaico-leonesas, en la
raya con Portugal, en las sierras ibérico-sorianas o en tantos lugares que el
viento del éxodo rural ha dejado vacíos y sin fuerzas vitales. Los
depredadores, los nuevos “agricultores de sofá” y las oligarquías financieras
siguen al acecho de estos bienes comunes.
En
Castilla y León, al menos 2.127.000 de hectáreas están consideradas como
superficie catastral colectiva, concentrándose en los Ayuntamientos o en las
Juntas Vecinales y compartiéndose su gestión con el Estado, o más bien con las
Comunidades Autónomas (Montes de Utilidad Pública, sobre todo). Aunque tenemos
testimonios bien representativos en todas las provincias, sobresalen los bienes
públicos y comunales en las provincias de León, Burgos, Soria y Zamora. Aunque
infrautilizados, ahí siguen como verdaderas “joyas de montaña” (M. Rodríguez
Pascual) los puertos de merinas o “puertos pirenaícos”, configurando desde hace
siglos extensas superficies de espacios comunales bien representativos de un
quehacer ganadero secular y sostenible.
En
las circunstancias actuales necesitamos repensar su integración en la vida del
medio rural y en un desarrollo sensato. No pueden quedar al albur de los
intereses más lejanos y privatizadores. Precisamente la FAO, por un lado, y la
propia ONU, por otro, ante el fracaso de las garantías alimentarias a escala
global y de las sucesivas frustraciones de las cumbres ante el cambio
climático, ven en los recursos públicos y comunales una verdadera alternativa
para frenar y detener los desmanes medioambientales y afrontar con inteligencia
agroecológica y sentido común el futuro. Así, pues, la gestión de los comunales
a escala local y regional se presenta como un reto apasionante que compromete a
toda la sociedad. Ni los actuales instrumentos políticos están preparados para
afrontarlo, ni las directrices productivistas y tecnocráticas de la PAC son el
camino. En la defensa de este legado histórico y patrimonial todos estamos
implicados, comenzando por la sensibilidad y sensatez de los poderes públicos y
dando protagonismo a la cultura campesina, pues buena parte de nuestro futuro
(medioambiental, agroganadero y forestal, cultural, social…) descansa en estos
bienes, si sabemos conservar y optimizar sus recursos con armonía y
solidaridad.
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