CAPITULO V
ORIGEN Y DESTINO DE
LA
LENGUA CASTELLANA
GALO YAGÜE
Quisiera comenzar este breve capítulo sobre la lengua
castellana una anécdota personal o, si se quiere mejor, con una vivencia.
Cuando en mis años universitarios visité por primera vez Inglaterra, me
encontré allí con numerosos españoles procedentes de las tintas regiones
españolas. Ante la inevitable pregunta del encuentro, "¿eres
español?", las respuestas fueron indefectiblemente estos términos: sí, soy
gallego; sí, soy andaluz; sí, soy catalán; soy Burgos, de Soria, de Salamanca.
Ante esas respuestas, me di cuennta de que muchos españoles valoraban su
españolidad en igualdad con su sentido de región. Yo, en cambio, era de
Segovia; Juan Pedro de Salamanca y Luis, de Burgos.
He de confesar que sentí entonces una especie de vacío. Era
una sensación extraña, de orfandad, de carencia de unos lazos que me unieran a
una tierra y a un sentir más allá de la geografía provinciana. Fue entonces, en
una calle de Londres, cuando descubrí que era castellano. Vascos, gallegos,
catalanes y andaluces me ayudaron a descubrirlo. Quise entonces, sin pérdida de
tiempo, saldar la deuda de olvido contraída con esta tierra, y cada noche,
desde la cercanía de un inmenso parque londinense, dedicaba unos versos o unas cuartillas a los hombres, a las tierras, a
los caminos o a las mieses de Los campos.
La anécdota, en apariencia, no guarda relación con el terna
del apítulo, espero, no obstante, que al concluir la lectura se encuentre
justificada.
No he encontrado una frase más expresiva para comenzar
hablar de nuestra lengua que aquella con que comienza uno de lo relatos
evangélicos: "Al principio era la palabra". Porque quizá nunca una
historia y una lengua se hicieran tal al unísono como ene caso de Castilla.
Castilla comienza con la palabra y se hace historio en su lengua.
Bucear en los orígenes de una lengua no es sumergirse en las
aguas limpias y transparentes donde los
objetos y las cosas se nos presentan con nitidez. El nacimiento de una lengua
es como el de la vida misma que un día, sin saber cómo, produce un extraño y
emocionado temblor en la corteza de la tierra o en el seno de la mujer para
luego u creciendo, transformándose, hasta llegar a ser flor, espiga o
pensamiento.
Cuando los árabes penetran en la península, existe en ella
una cierta unidad lingüística, que se extiende desde Andalucía al norte y desde
Cataluña a Galicia. Con el desmoronamiento de la monarquía visigoda y el
diferente dominio árabe en las distintas regiones, va a surgir un nuevo estado
de cosas. Desde el primer momento, toda la zona norte se organiza en pequeños
núcleos independientes, que dan origen a otros tantos reinos cristianos:
asturleonés, Navarra, Aragón, Cataluña, que inmediatamente comienzan a
configurar sus dialectos respectivos sobre la base de una cierta igualdad y
conservadurismo. Los extremos oriental y occidental se encontraban
lingüísticamente unidos en el norte; en el sur, ,e1 mozárabe era un habla
análoga ala de los extremos, entre los que servía de puente. En este esbozo
inicial no hemos mencionado aún a Castilla.
Sin embargo, al norte, en la zona menos romanizada, en un
rincón de Cantabria, en contacto con los vascos, el habla comienza
diferenciarse, a adoptar soluciones distintas, como la supresión del
"F" inicial o su sustitución por la "H", primero aspirada
posteriormente muda. Es evidente que la menor romanización de la zona hizo que
su transformación lingüística no se sintiera tan ligada las soluciones que se
iban dando en la Bética
o en la Tarraconense. El
grado de libertad y de iniciativa era mayor, sin las servidumbres que toda
tradición fuerte lleva consigo.
Es en el siglo IX cuando comienza a sonar en la historia e
nombre de Castilla, para indicar el extremo oriental del reino dé Oviedo,
sometido a constantes incursiones musulmanas contra la que apenas podían
defenderse los condes que lo gobernaban. Pero esta zona del alto Ebro y del
Alto Pisuerga, en Cantabria, que el poema de Fernán González recuerda como mimo
y con orgullo:
"Entonces era
Castiella un pequeño rincón,
era de castellanos
monte d'Oca mojón."
comienza a singularizarse. Alfonso III encomienda a Diego
Rodríguez la ocupación y repoblación de algunas zonas de Burgos, a las que
seguirían inmediatamente otras, para encontrarse, ya en los primeros años del
siglo X, en la línea del Duero. Estas repoblaciones sólo se hacen con
castellanos procedentes de Cantabria, sino
también con vascos, como consta por una abundante toponimia
en la le figuran los nombres como Báscones, Bastoncillos, Villabáscones, Vascuñana,
etc. Estos hechos hacen que los castellanos cobren conciencia de su propia
entidad y sientan incómoda su dependencia de León, adonde tenían que ir para el
ejercicio de la justicia.
Es de justicia dejar muy claro cuál fue el papel que
desempeñaron vascos en el nacimiento del castellano. Con frecuencia su influjo
parece reducido en las historias de la lengua a simples cuestiones fonéticas.
La realidad es que jugaron un papel decisivo, ya que desde el primer momento aparecen unidos —no
sometidos— a los castellanos. Es una unión libre, voluntariamente querida, que
no buscaba sino la defensa mutua frente al reino de León, en el que veían una
constante amenaza contra su independencia y sus libertades. Los vascos aceptan
desde el primer momento la lengua de los castellanos, y en Alava y en el
Señorío de Vizcaya, junto al materno euskera, comienza a propagarse la naciente
lengua de Castilla, de la que son en buena medida coartífices y propagadores.
El enfrentamiento sordo castellano/ euskera es muy, posterior y por razones
totalmente ajenas a los castellanos, con quienes los vascos se sintieron
siempre unidos en defensa de unas libertades tanto individuales como
colectivas.
Lo mismo en León que en el resto de la Península estaba en
vigor el código visigótico, pero los castellanos rompen con la legislación del
Fuero Juzgo leonés para regirse por el derecho consuetudinario. Es la primera
gran rebeldía de Castilla frente a León. Esta ruptura marca lo que va a ser el
talante de Castilla frente a las demás regiones, Incluido el terreno
lingüístico: un, pueblo innovador que, paradójicamente, como observa Menéndez
Pidal, "a pesar de rechazar el derecho escrito dominante en el resto de
España y guiarse por la costumbre, es la región que da la lengua literaria
principal de la Península. "
En estos primeros momentos de tentativas políticas, de
afirmaciones culturales, se escriben las Glosas Emilianenses que marcan y
consagran el comienzo del idioma castellano con las notas de la claridad y la
innovación. En estas glosas encontramos igualmente el primer testimonio escrito
en lengua vasca. El castellano y el euskera nacen a la lengua escrita al amparo
de un mismo monasterio. Por la misma época que las Glosas, hace su aparición el
primer texto escrito en italiano. Y con anterioridad, año 842, aparece el
primer texto francés, conocido como los Juramentos de Estrasburgo.
A propósito de la aparición de estos tres textos, escribe
Dámaso Alonso: "Tres primeros murmullos de tres grandes lenguas, cuya
literatura llenará el mundo. Y miro, y pienso si habrá sido casualidad, si no
es, más bien, que tenía que ser así, porque de lo que está lleno el corazón
habla la boca? España, Francia Italia...¡ Oh, no ha sido casualidad que las
primeras frases francesas conservamos sean militantes y políticas (genio de
Richelieu, gloria de Austerlitz). Ni que las primeras italianas miren a los bienes
materiales (recuérdense las burlas contra banqueros genoveses, nuestras letras
clásicas, pero no se olvide tampoco cuánto oro de Venecia hay en los cuadros de
Tiziano). Y no puede ser azar, no. O si acaso lo es, dejadme esta emoción que
me llena al pensar que primeras palabras enhebradas en sentido, que puedo leer
en mi legua española, sean una oración temblorosa y humilde. El César (Carlos
V) bien dijo que el español era la lengua para hablar con Dios. El primer
vagido del español es extraordinario entre los de sus herrmanas. No se dirige a
la tierra: con Dios habla, y con los hombres."
Con Fernán González se amplía el gran condado de Castilla y
la autonomía respecto de León llega a ser grande. Logra, además, que sea
hereditario, lo que constituye una paso decisivo hacia la autonomía total.
Después de una serie de vicisitudes políticas, el rey Sancho el Mayor de
Navarra erige a Castilla en reino para su hijo Fernando (1032). Es a partir de
este momento cuando comienza la gran expansión castellana. Castilla surge como
un acto de rebeldía, como una insubordinación frente a León y en lucha igualmente
contra Navarra. Castilla surge como un grito de autoafirmación y en defensa de
sus libertades.
Las lenguas nacen ligadas estrechamente con la historia, por
eso es necesario delimitar con precisión las diferencias existentes entre los
planteamientos políticos, culturales y sociales de León y Castilla, aunque sea
muy someramente. Ello nos descubrirá algunas de las , constantes de nuestra
lengua frente a las demás lenguas de la península:
a) el reino de León hereda la idea visigótica de imperio, apoyada
por una oligarquía poderosa y por el clero, a los que la corona otorga tierras
que convierten en verdaderos feudos.
b) En León el rey o el señor- dominan a los súbditos. No es
el súbdito el que elige libremente; no se da el tipo de hombre libre.
c) la repoblación que practica León se hace con mozárabes.
En Castilla por el
contrario:
a) no se da nunca la idea de imperio.
b) es una federación de hombres y ciudades libres e
independientes.
c) surge comunera desde el primer momentQ.
d) el rey lo es de todos y se compromete a respetar a todos.
e) la repoblación se
hace fundamentalmente con elemento vasco
y cántabro.
Estos distintos planteamientos condicionan en parte el hecho
del lenguaje:
a) el leonés es más conservador
estetizante
latinizante
ligado al pasado y a la tradición.
b)el Castellano, en cambio, sin las trabas de un pasado, se
nos presenta:
innovador libre
espontáneo.
La zona de la primitiva Castilla era la confluencia de tres
grandes provincias romanas: la
Gallaecia , la
Tarraconense y la Bética. Esta especial circunstancia geográfica
hacía de ella vértice en el que confluían las diversas tendencias lingüísticas
peninsulares: el astur- leonés, el aragonés y el mozárabe, muy parecidos todos
ellos inicialmente por su carácter conservador y por las soluciones fonéticas
similares. En esta coyuntura, el pequeño condado castellano se muestra abierto
desde el principio a toda clase innovaciones y de transformaciones, no sólo
aceptando las soluciones que llegan desde los distintos frentes lingüísticos,
si dando soluciones arriesgadas e innovadoras, porque se sentía libre
servidumbre hacia el pasado y de conservadurismos estetizantes ligados al mundo
clerical y a las oligarquías que a sí mismas consideraban herederas de los
visigodos.
Castilla acomete su empresa lingüística con tal decisión y
seguridad, con tal claridad y tal sentido de la evolución, que pronta acaba no
sólo desplazando, sino absorbiendo al leonés y al aragonés que ven así poco a
poco truncadas sus posibilidades de convertirse lenguas de cultura, como el
portugués, el catalán o el gallego.
El castellano surge con un dinamismo tal que le hace superar
c rapidez las formas en las que se detenía la evolución de los dem dialectos.
Así, mientras el leonés y el aragonés se estancan en formas como
castiello„siella, ariesta, Castilla reduce dicho diptongo a –i-;castillo,
silla, arista.
El castellano evoluciona hasta el sonido j en palabras como
viejo,oreja, mujer, abeja, mientras que el resto de los dialectos peninsular se
estancan en un estadio anterior, en el sonido //: viello-vell, muller orella.
Y el-sonido ch castellano en palabras como leche hecho,
mucho, queda en su forma anterior en los otros romances hispánicos: leite o
llet, en vez de leche; feito o fet en lugar de hecho; muito en vez mucho; noite
o nit en lugar de noche.
En cuanto al sistema vocálico, el castellano ofrece mayor
decisión y claridad que el resto de los dialectos: reduce con rapidez los
diptongos provenientes de latín: ai=e; ua=0, crea, en cambio los diptongos ie y
ue, dando soluciones como suelo, puerta, piedr atierra, frente a las menos
avanzada de solo, porta, terra o pedra
El castellano, con su sentido pragmático y p la decisión con
que elige sus soluciones lingüísticas, acaba dando un sistema vocálico más
reducido, más claro y menos complejo que las demás lenguas peninsulares. El castellano
no sufre las prolongadas vacilaciones del leonés, el aragonés, o el catalán en
cuanto a las soluciones de las distintas opciones lingüísticas que se ofrecían.
Con la misma clarividencia y decisión con que acomete su opción política,
realiza igualmente su cometido lingüístico.
"Castilla muestra un gusto acústico más certero,
escogiendo desde muy temprano, y con más decidida iniciativa, las formas más eufónicas
de los sonidos vocálicos." (R. Lapesa)
De acuerdo con estas características que acabamos de
señalar, Castilla se presenta como región disconforme a las soluciones lingüísticas,
más o menos comunes, de las otras regiones; se nos presenta más revolucionaria,
más "inventiva, original y dada al neologismo".
Pero no pensemos que el castellano queda ya formado en el
siglo X. Desde los temblorosos balbuceos de las glosas Emilianense y Silense o
desde la sublime sencillez e ingenuidad de Berceo hasta el lenguaje vivo,
desgarrado a veces, de la
Celestina , hay un largo camino hasta que la lengua se fija
definitivamente. Lo más importanté es que el habla de la vieja Castilla ha
adoptado soluciones rápidas, seguras, innovadoras, que dan al castellano un
aire joven dinámico y arrollador, frente al mayor conservadurismo de los demás
dialectos.
La historia del castellano es, en gran parte, una historia
paralela a la de la conquista. Nace en contacto con la tierra y con las armas y
este hecho comunica a la lengua un cierto carácter áspero y marcial, aunque
vibrante y lleno de sonoridad. El castellano no nace envuelto en la melancolía
del amor o del sentimiento lírico; no son la suavidad, la ternura o la
languidez las primeras notas de esta lengua que nace en pie de guerra, al
amparo de castillos y se desarrolla en la dureza de un paisaje a menudo hostil.
Aquella pequeña cuña territorial de Cantabria, como la
denominó Menéndez Pidal,
comienza a abrirse paso hacia el sur: primero son las
tierras del Duero posteriormente las del Tajo. De esta manera, el castellano va
invadiendo poco a poco las zonas de influencia del leonés y del aragonés, que
se ven así reducidos a pequeños núcleos o que mantienen formas que no pasan de
simples dialectalismos. Por el sur, el castellano barre por completo el
mozárabe, cada vez más empobrecido. Y la pequeña cuña que era Cantabria acaba
separando zonas lingüísticamente bastante afines. Esta es la explicación de por
qué hoy aparecen separados, a pesar de sus enormes semejanzas, el portugués y
el leonés del catalán y aragonés, dialectos extremos que antes se comunicaban
por una, serie de dialectos afines que se hablaban en Toledo y Andalucía. Esta
etapa de expansión corresponde fundamentalmente a los siglos X1 y XII.
Pero Castilla no sólo se preocupó de extender su territorio
y repoblarlo con gentes del norte, hecho este que favoreció la extensión y
estabilización de la lengua en amplias zonas, sino que al mismo tiempo creó lo
que constituyó, sin duda, la causa principal y más decisiva del arrollador
empuje de la lengua castellana: una literatura.
Si hoy no se puede negar la existencia del elemento lírico
en Castilla desde sus albores, no es menos cierto que su gran creación
literaria en estos primeros siglos es la épica.
Esto es, un tipo de literatura acorde con su vibración
política; una literatura que tiende ensalzar a los héroes y a la región, a
afianzar, en definitiva, la conciencia de región. Castilla encontró en sus
héroes, en Fernán González y en el Cid principalmente, el impulso y el aliento
que hace vibrar a las gentes y sentir como propias sus ideas y hazañas. En
aquellos momentos Castilla necesitaba afianzar su personalidad ofrecer un tipo
de héroe que fuera encarnación de sus mejores valor y al mismo tiempo
salvaguarda de sus libertades. Por ello se mitifica al héroe y a su tierra. En
las gentes crece el sentido de identificación con el personaje y con la tierra,
hasta que un día, no muy alejado de los acontecimientos, un poeta da forma a
aquellas vivencias del
pueblo en la que es la primicia más espléndida de nuestra
lengua; Poema del Mío Cid.
Si el poema existía de alguna manera en la conciencia del
pueblo su fijación por la escritura representó un hito inconmensurable sólo en
el plano lingüístico sino en la historia misma de Castilla. Porque esta
fijación supone en primer lugar la consagración definitiva del ser de Castilla
como entidad geográfica y cultural, diferente la de los otros reinos
peninsulares. La conciencia de este hecho afirmada repetidas veces en el poema,
para quien la tierra es ya Castilla la gentil. El Cid afirma igualmente en
repetidas ocasiones castellanidad:
"Albricia, Alvar
Fa ñez, ca echados somos de tierra,
mas a gran honra
tornaremos a Castiella.,."
En segundo lugar, el poema fija el tipo del hombre
castellano, mezcla de ternura y recidumbre, de austeridad y vitalismo, de
guerrero indomable, pero capaz de emocionarse ante su casa o sus campos
abandonados:
"de los sos ojos
tan fuertemientre llorando,
tornaba la cabeza y
estavalos catando."
En tercer lugar, el poema fija los que serán grandes
constantes de literatura y de la vida castellana:
- el realismo,
frente a lo puramente maravilloso o fantástico. E poema del Cid es un poema en
contacto con las gentes y la tierra.
—el moralismo, que
trata de sacar de la vida lecciones para la vida misma.
—la sobriedad, que
hace que el escritor castellano vaya derechamente a las cosas y nos las ofrezca
en su primera intuición, descarnada a veces.
--el vitalismo,
que nos pone en contacto con la vida palpitante y la realidad de cada día,
lejos de la literatura de cámara o de salón. En definitiva, el popularismo entendido
como el afán de reflejar en las obras los intereses, afanes, preocupaciones y
deseos de la colectividad.
En cuarto lugar, y esto es lo más importante de cara al
idioma, el poema fija por vez primera la lengua
castellana. No se trata ya de temblorosos balbuceos; tampoco representa, es
cierto, la madurez consumada, pero el castellano afianza sus singularidades
frente a las demás lenguas de la Península. Queda así marcado el rumbo que seguirá
en etapas sucesivas. Sin una Academia que vigile la pureza del idioma, el poema
de Mío Cid cumple de alguna manera este papel estabilizador de las formas y los
sonidos. Por todas estas razones, el Poema de Mío Cid es algo más que una obra
literaria: representa la consagración de una región, la encarnación de un pueblo,
el nacimiento de una forma nueva de ver la vida y una interpretación, en
definitiva, del hombre y del mundo. Y todo ello realizado y expresado en unos
moldes lingüísticos, los de la lengua castellana. El Poema del Cid es la
primera gran declaración de principios de Castilla. Castilla tenía ya sus
héroes, su vocación y su lengua.
Pero en el proceso de formación de la lengua no hay que
perder de vista que el gran protagonista
es el pueblo que la habla. Son los hablantes quienes marcan las pautas evolutivas;
ellos los que acaban configurando la realidad y la estructura de su propio
idioma. La lengua es una creación colectiva en la que la comunidad de hablantes
manifiesta su peculiar condición e incluso su concepción de la realidad. El
artista de la palabra, el escritor lo que hace fundamentalmente es dar forma y
fijar ese lenguaje.
En su constante expansión hacia el sur, el castellano tiene
que ir venciendo las resistencias fonéticas y fonológicas que encuentra a su
paso. Si Castilla la Vieja
es decidida en sus soluciones lingüísticas, la orla del sur del Guadarrama va
asimilando con mayor lentitud dichas soluciones. Así, fenómenos como la
aspiración de la h que desaparece muy pronto al norte, se encuentra en Toledo
en el siglo XVI y se prolonga hasta nuestros días en Andalucía y Extremadura.
En la época de Alfonso el Sabio, cuando en la vieja Castilla ya nadie duda en
decir castillo o arista, en Toledo se encuentran aún las formas castiello y
ariesta.
Pero el paso tal vez más decisivo en la fijación del castellano
se da en la época de Alfonso X. Durante su reinado reúne en Toledo a sabios
judíos, árabes y cristianos que, bajo su dirección, realizan el milagro de
convertir una lengua de guerreros en lengua apta para la expresión histórica,
jurídica, artística o recreativa. Alfonso el Sabio dicta normas que fijan el
sentido de numerosos términos jurídicos. Las gráficas quedan definitivamente
establecidas por las normas de la Cancillería. Esta fijación durará ya hasta el
siglo XVI.
Alfonso el Sabio es acaso el primer rey que comprende la
importancia que la cultura, y consiguientemente el idioma, tiene en el
desarrollo y mantenimiento de la unidad de un pueblo. Por eso no se contenta,
como los primitivos traductores de Toledo, con verter las obras del árabe o del
griego al latín, inaccesible ya al pueblo, sino que manda traducirlas al
castellano para que todos puedan beneficiarse de ellas. Y no contento con esto,
él mismo corrige las obras traducidas, enmendando errores o seleccionando la
palabra precisa más comprensible.
Pero la tarea del rey Sabio no fue fácil. A sus espaldas no
tenía una lengua que avalara una tradición cultural escrita. Multitud de
términos, inusuales hasta entonces, se hacían ahora precisos para expresar
conceptos nuevos en geometría, en derecho, en ciencias naturales o en
astronomía. Pero sí disponía de una lengua cuyo genio innovador hacía posibles
soluciones impensables en otras zonas: su lengua que siempre estuvo abierta al
neologismo, aunque con la rara habilidad de castellanizarlo inmediatamente. Y
así, aunque el rey Alfonso no encuentra en el pasado cultural castellano
palabras par conceptos nuevos a los que es preciso dar forma, el genio de la
lengua sin embargo, no sólo no le cierra el camino hacia ellos, sino que un
veces le ofrece recursos para la formación de nuevos vocablos, y otras no
vacilan en aceptar los que vienen de fuera cuando la propia lengua carece de
ellos.
En cualquier caso, y a pesar de haber introducido numerosos
neologismos, Alfonso X es un ejemplo perenne de cómo se de tratar un idioma:
primero utiliza todos los recursos de que dispone cuando algo es necesario y no
lo tiene, no vacila en adoptar neologismos o en recurrir a la fuente primera de
nuestro idioma: latín. En todo caso, le guió siempre el más noble de los
afanes: la posibilidad de comprensión por parte de los lectores. Por eso sus
innovaciones no tienen el sello de lo pedantesco o del esnobismo, sino de la
claridad y de la comprensión. Ese es el secreto de s supervivencia.
La prosa castellana había dado un paso fundamental. Una ve
más, la lengua había respondido al carácter decidido e innovador d los primeros
momentos. Pero ahora la lengua se había convertido e algo más que un vehículo a
nivel de lengua hablada: era ya u vehículo de cultura. El rey. Alfonso vio
cumplido así uno de su grandes sueños: tener una lengua que fuera capaz de
llegar a lo hombres, tal como se expresa en el prólogo de su Lapidario: mandó
trasladar de arábigo en lengua castellana porque
los homnes 1 entendiesen mejor et se sopiesen dél más aprovechar.
La gigantesca producción en prosa contribuyó no solamente a
aumentar el prestigio del castellano, sino a propagar su influencia efectiva,
sobre todo en León, donde rápidamente se adopta el lenguaje creado por Alfonso
el Sabio.
La abundante y rica literatura que desde Alfonso X produce
Castilla va eclipsando lentamente a las demás lenguas de la Península. Con Don
Juan Manuel y el Arcipreste de Hita, ya en el siglo XIV, la lengua se
perfecciona y se agiliza. El gran Arcipreste incorpora a la lengua escrita los
elementos más populares y vitalistas: la ironía, la frase jugosa y espontánea o
el diminutivo cariñoso adquiere carta de ciudadanía en una lengua que valora
cuanto encuentra en torno suyo.
(En este punto es preciso aclarar definitivamente que el
castellano no se impone por la fuerza a los demás pueblos peninsulares; y, en cualquier
caso, no es Castilla quien ,lo realiza: el pueblo vasco, Navarra y Aragón lo
aceptan libremente, sin coacción alguna. Es más, el pueblo vasco participa activamente de
su formación. A la Mancha ,
Andalucía y Murcia llega con la reconquista. Su portentosa literatura desplaza
al leonés y hace que se asiente igualmente en Cataluña. Si Boscán escribe en
castellano no es por ninguna Imposición oficial, sino por la admiración a la
lengua misma, la lengua de su entrañable amigo Garcilaso. Cuando el castellano
se impone de manera oficial en toda España es ya en el siglo XVIII, por fibra
de Felipe V, cuya concepción unitarista francesa quiere aplicar a nuestra
nación. En cualquier caso no fue Castilla quien impuso su lengua a las demás
regiones, sino el decreto de un rey centralista que ni siquiera era español.)
Desde aquel rincón en el alto Ebro y alto Pisuerga que en
los siglos IX y X comenzaba sus balbuceos lingüísticos y sus escaramuzas
militares hasta el siglo XV, Castilla se fue haciendo con la doble arma de la
espada y de la lengua. El leonés y el aragonés quedaron abortados como lenguas
por el arrollador empuje del castellano. El mozárabe desapareció por completo.
De norte a sur, toda la gran franja central de la península se comunicaba con
la misma lengua. Al noroeste y al accidente el catalán el gallego y el
portugués seguían suertes distintas.
Pero cuando Castilla parecía disponerse al disfrute y al
goce sereno de su lengua plasmada en el Cantar de Mío Cid, en Berceo, en
Santillana, en Manrique y en el incipiente mundo renacentista, el destino abre
rumbos impensados a la que ha sido la más grande y genial creación de Castilla:
su lengua.
Con el descubrimiento de América y el dominio de España
sobre parte de Europa, se abre un nuevo capítulo en la historia del castellano.
Con la unidad peninsular, Castilla pierde de alguna manera su identidad, su
conciencia de gran región. Y si esto es verdad a nivel de conciencia política,
lo es también a nivel lingüístico. El castellano deja de sentirse como la
lengua de una región para convertirse en la lengua representativa de una
nación; España. Desde este momento, la historia de
Castilla y la de su lengua siguen rumbos distintos. La historia de
Castilla es una lenta agonía que no concluye hasta el siglo XIX, cuando se
destruyen definitivamente tanto su ámbito geográfico como sus patrimonios
comunales. El desánimo y la postración se apoderan de las gentes castellanas, y
hombres como los de la
Generación del 98 y Ortega y Gasset vinieron a desdibujar aún
más la verdadera realidad de Castilla, a la que presentan como dominadora,
despótica e imponiendo su lengua y su cultura por la fuerza a las demás
regiones.
La preponderancia hegemónica que adquiere España hace que su
lengua más representativa, el castellano, traspase las fronteras y se convierta
en lengua de cultura. Al igual que Castilla hiciera en sus comienzos, los
nuevos conquistadores van a llevar junto con espada la lengua común, que irán
dejando en las zonas conquistadas mediante el mismo sistema empleado en la
reconquista peninsular, esto es, la fundación o repoblación de ciudades con
gentes llegadas España. De esta manera se perpetuaba la lengua de Castilla y
posibilitaba la creación de focos de cultura que iban absorbiendo los nativos o
mezclándose con ellos. Pero no se olvide que la empresa americana no fue
exclusivamente obra de Castilla; ni siquiera fue es
región la que participó en mayor medida. Si repasamos la lista del
capitanes y conquistadores, así como la de quienes se asentaron aquellas
tierras, veremos que la empresa de América fue una obra todos, en la que Castilla participó en menor grado que Andalucía o
Extremadura. En Castilla se asentaba, eso sí, una monarquía extranjera
con afanes imperialistas y a la que la verdadera Castilla miraba con recelo,
hasta el punto de oponerse a ella por extranjera por ver en sus planteamientos
una amenaza a sus tradiciones libertades. Desde entonces, la historia de
Castilla se ha identificad falsamente, con la actuación de dos monarquías
extranjeras cuyo reyes lo eran por igual de Castilla, Cataluña o Galicia. Lo verdaderamente
cierto, eso sí, es que la lengua que traspasó sus propias fronteras fue la de
Castilla.
Pero América no era Castilla. Una nueva geografía, una
distinta vegetación, un mundo de seres diferentes necesitaban de la palabra
para ser nombrados. Y una vez más, esa lengua que no dudó en incluir
neologismos con Alfonso X y a lo largo de todo el siglo XV, tampoco duda ahora
en recibir palabras procedentes de los más extraños lenguajes. Y a nuestra
lengua llegaron palabras hoy tan familiares como canoa, tabaco, patata, petaca,
cacao, tiza, etc. De Norte a sur, desde San Francisco o los Ángeles a la Tierra del Fuego, la lengua
de Castilla se fue asentando en aquellas tierras vírgenes' enriqueciéndose con
nuevo léxico, con nuevos ritmos y cadencias.
De esta manera, el castellano dejaba de ser la lengua de una
región peninsular para convertirse en patrimonio de una veintena de países.
Ahora era un continente entero el que recibía la savia de esta lengua. Por ello, los castellanos no podemos hacer hoy bandera de
nuestra lengua, como lo hacen los vascos o catalanes; no podemos
reivindicar en exclusiva para nosotros una lengua que es patrimonio de muchos
pueblos. Sí nos queda, en cambio, el justo orgullo de reivindicar a estas
tierras como la cuna donde se fraguó este inmenso vehículo de cultura que es
hoy el castellano.
Esta es, sin duda, la creación más formidable y original que
ha creado Castilla. Y no es, precisamente, la creación de un genio aislado,
sino de todo un pueblo que, indudablemente, fue genial por la valentía,
clarividencia y seguridad con que supo adelantarse en el campo lingüístico. A
Castilla le cabe el orgullo de haber creado toda una forma de expresión y de
pensamiento, porque es indudable que una lengua lleva consigo una concepción
del mundo, de la vida, ,del hombre, de
las cosas e incluso del sentimiento.
Pero no es momento de triunfalismos por el hecho de sabernos
creadores de uno de los primeros vehículos de cultura que existen en mundo. La
lengua es algo vivo, que está ahí, retándonos a cada momento. La contemplación
nostálgica de la obra realizada, si no es para cobrar nuevo impulso, resulta,
cuando menos, paralizante.
En cierta ocasión escribía Neruda, que si los españoles
habían esquilmado las minas de plata y oro habían dejado, en cambio, un tesoro
aún mucho mayor: la palabra. Tal vez en la recta comprensión esta frase esté el
secreto del destino futuro de nuestra lengua: tener conciencia de que poseemos
un inmenso tesoro que hay que cuidar y mimar; un tesoro que es algo vivo. La
lengua es cambiante como las personas: se enriquece y transforma a diario sin
que por ello se altere su identidad.
Hoy por hoy, la literatura y los medios de comunicación garantizan
la unidad lingüística que no hace más de un siglo se veía aun problemática. La
expresión de Nebrija de que la caída del imperio lleva consigo la caída de la
lengua no ha sido verdadera, afortunadamente, en el caso de nuestra lengua. Pero no es extraño encontrarse con hablantes que se
avergüenzan de su propio idioma se entregan con alegre inconsciencia a
cuantos esnobismos y modas aparecen a diario en el mercado de la palabra. El
carácter abierto e innovador de nuestra lengua, no quiere decir que debamos
someterla diario a toda clase de torturas léxicas y gramaticales. El castellano
admitió y admite cuantos términos precise para expresar las distintas
calidades, pero no puede admitirse la pereza mental de quienes no se esfuerzan
en buscar dentro del propio idioma las expresiones adecuadas a los centenares
de términos con los que la prensa, la televisión y las modas juveniles, con no
poca frecuencia, empañan la pureza del idioma y desconciertan al hablante
medio.
Es un hecho que nuestra lengua está sometida a diario - y
este es uno de los grandes retos que tiene planteados- a la presión de las demás lenguas que se
disputan la hegemonía política y cultural en el inundo, sobre todo el inglés.
Pero es reconfortante ver como palabras que en su día estuvieron de moda, como
speaker, y tantas otras relativas al mundo del deporte, de la música o del
comercio, van encontrando su expresión exacta y castellana.
La lengua que fue y nació en Castilla está ahí, posesión y
dominio de muy, diversas naciones. Ha configurado un tipo de cultura y de
pensamiento y su misión fundamental es la de consolidar y afianzar esa
realidad. No hemos de pensar ya, afortunadamente, que nuestra lengua necesite
de la espada para imponerse. El mundo hispanohablante es una inmensa promesa en
la que la lengua ha de desempeñar la misión fundamental de aunar espíritu e
ideales para una gran tarea de cultura. En cada momento de la historia, los
pueblos y las culturas tienen un reto que afrontar. Castilla dio una respuesta
creando su lengua y con ella una forma de cultura. Hoy el destino de nuestra
común lengua consiste en aceptar el reto que tiene planteado por una sociedad
deshumanizada a muchos niveles culturalmente empobrecida en inmensas áreas, y
ofrecer una humana de cultura, tal como soñara Rubén Darío. Nuestra palabra será
ese vehículo portador. En definitiva, nuestra lengua está llamada más que nunca
a ser lazo de unión y de acercamiento entre pueblos, a la vez que, con frase
hoy en boga, una alternativa del espíritu y de la cultura. Por ello, y además
de sentir el orgullo sabernos creadores de un idioma universal, hemos de sentir
igualmente responsables del destino de nuestra lengua. Una
lengua universal y que hoy nadie puede reivindicar en
exclusiva como suya pero a la que estamos obligados a mimar y a cuidar
cuanta hablemos. El futuro de nuestra lengua dependerá fundamentalmente de las
respuestas que desde la cultura, el arte, la política, sepamos dar a las
necesidades reales del hombre desde ambos la del Atlántico. Es cierto que el
estudio y conocimiento de nuestra lengua aumenta día a día en el mundo, en
lucha sorda con el inglés pero no dejamos de ver con pena cómo se bate en
retirad. Filipinas y cómo esa espléndida reliquia que es el sefardí—habla
nuestros antepasados-- se encuentra cada día con mayo dificultades para
subsistir, tal vez porque en su momento, en ambos casos, los hispanohablantes
no tuvimos la respuesta que necesitaban.
Acaso la grandeza y la tragedia íntima a la vez de Castilla
y castellano sea su universalidad. La grandeza y la miseria de nuestra historia
han ido casi siempre más allá de nuestros límites geográficos también en el
caso de nuestra lengua. Nadie se atreverá monopolizar hoy a Santa Teresa o a
Cervantes, porque son patrimonio de la humanidad. Pero sí nos sirven para darnos
medida de lo que es capaz de gestarse en estas tierras.
Si el reencuentro con nuestro pasado histórico y lingüístico
ha de servirnos para algo, es precisamente para tomar conciencia de que esta
tierra se gestó la mayor empresa cultural con que España ha contribuido al
patrimonio espiritual de la humanidad: su idioma.Para darnos cuenta de que
Castilla es algo más que un nombre;que debajo de los harapos, de que hablaba
Machado, puede aun surgir un mundo de creaciones originales. Pero no olvidemos
que Castilla forjó su historia y su lengua mientras tuvo conciencia de si misma.
Cuando esta desapareció, Castilla dejó de ser.
Creo que ahora se entenderá el sentido de la anécdota con que
inició estas reflexiones sobre el idioma: me sentí castellano por primera vez
no en Segovia o en Burgos, sino en una calle de Londre en conversación con
estudiantes de otras regiones españolas. Había perdido, como tantas
generaciones de castellanos, la conciencia de la primera identidad. Y es
preciso que esa identidad la recobremos, que la recobre Castilla entera, no
para crear otra lengua —es demasiado bella la que poseemos para pretender
otra—; no para ambicionar algo frente a —sentimos
un inmenso respeto y cariño por las demás lengas y culturas de España—, sino
para volver a encontrarnos a nosotros mismos, para volver a ser, para cobrar de
nuevo la confiananza en nuestras capacidades y poder ofrecer así al mundo,
nuestro destino libremente asumido, algo de ese genio indudable que late en las
gentes de estas tierras y cuya creación suprema es ella lengua que nació un día
como primicia de oración y es hoy es patrimonio de cultura de pueblos bien
distintos.
MANIFIESTO DE LA LENGUA CASTELLANA
EN SU MILENARIO
Con motivo del
Milenario de la lengua, Comunidad Castellana
publicó este manifiesto en el que se vierten conceptos e ideas expuestos
anteriormente. Fue publicado en castellano, gallego, euskara y catalán.
Castilla, al conmemorar el milenario de su lengua, quiere
alzar su para decir la palabra que en justicia le corresponde, y rendir así tributo
de reconocimiento y de fidelidad a la más grande de sus acciones y a su
historia misma.
El Castellano, lengua
original e innovadora
Quizá nunca una historia y una lengua se hicieron tan al
unísono tilo en el caso de Castilla. Castilla comienza con la palabra y se hace
historia en su lengua. Nacido en un
rincón de la tierra cántabra y en contacto con el pueblo vasco, el castellano
surge con una carácter decididamente original e innovador.
Desde el primer momento adopta en su fonética soluciones completamente
revolucionarias que demuestran su capacidad inventiva, creadora y original y le
apartan con rapidez del resto de las nacientes lenguas peninsulares, cuyas soluciones
son más arcaizantes, conservadoras y a la vez uniformes.
Si Castilla surge como una afirmación de libertades, su
lengua es el reflejo de esta actitud inicial. La menor romanización que había sufrido
hizo que su naciente lengua no se sintiera tan ligada a las soluciones
lingüísticas de los otros pueblos y que, por ello, su grado le libertad y de
iniciativa fuera mayor. Cuando las demás lenguas se detienen en la evolución
fonética, el dinamismo interno del castellano Ila lleva a superar con rapidez
las formas adoptadas por aquéllas.
El castellano con su sentido pragmático y la decisión con
que elige sus soluciones lingüísticas, acaba dando un sistema más reducido, más
claro y menos complejo que las demás lenguas de la Península. El
castellano no sufre las prolongadas vacilaciones de las otras lenguas en cuanto
a la solución de las distintas opciones
lingüísticas que se ofrecían. Con la misma clarividencia y decisión con
que Castilla acomete su opción política, realiza igualmente su cometido lingüístico.
Desde el primer momento el castellano se nuestra abierto a
neologismo. No es su actitud la del rechazo de cuanto le sea ajeno sino el
sentido pragmático, pero siempre con una rara habilidad que le permite
castellanizar inmediatamente cuantas formas le llegan desde fuera.
El Castellano, obra de
un Pueblo
Castilla cuenta en su haber con indiscutibles realizad
históricas, pero acaso ninguna tan formidable como la creación del propio
idioma. Esta lengua, hoy vehículo de cultura de más trescientos millones de
hablantes, es la obra colectiva de un pueblo joven e innovador. El castellano
no lo crean el poeta del Mío ni Berceo: ellos contribuyen a fijar y a
dignificar la lengua de un pueblo campesino, luchador y serio. El verdadero
creador del castellano es el pueblo
entero, que siente la lengua con rara unanimidad. El monje, el pastor, el
labrador y el guerrero —el pueblo, en definitiva— son los verdaderos creadores y artífices del
castellano, cuya capacidad asimiladora hace que lleguen hasta su seno y arraiguen
en él voces procedentes de los más diversos puntos de la Península manifestación inequívoca de su capacidad integradora y no excluyente.
Hoy, este pueblo creador vuelve a sentir como suya aquella obra
que hace mil años iniciaba sus primeros balbuceos, plasmados para. siempre en
la espontaneidad ingenua de unas glosas. Si durante siglos Castilla perdió el
rumbo y la conciencia de sí misma, hoy vuelve a recobrarla en el recuerdo del
nacimiento de su lengua, compañera inseparable de su historia.
La realidad olvidada
Si el castellano se impuso al resto de las lenguas
peninsulares, fue por una voluntad de domicilio, sino por su dinamismo interno
su portentosa literatura. No fue precisamente a golpe de decretos centralistas,
acusación tan frecuente como injusta, como el castellano llegó a convertirse en
patrimonio de la mayoría de los españoles, sino por su fuerza interior y por el
prestigio de un abundante y rica literatura que deslumbró a las demás de
España.
La realidad de los hechos históricos y literarios llevó a
convertí el castellano en la principal lengua peninsular, aceptada libremente
por hablantes y escritores de los demás pueblos hispánicos. Con llegada de los
Borbones, ya en el siglo XVIII, y la implantación de su sistema unitario
calcado del modelo francés, el castellano se convierte por decreto en lengua
oficial de todos los españoles. Pero entonces el castellano y su literatura
viven ya días de postración y cadencia, y la imposición forzosa acaba
provocando efectos contrarios. La hermosa lengua de Castilla fue utilizada
desde los poderes centrales con afanes uniformistas, creando así una falsa imagen
de Castilla como pueblo dominante e imperialista que ha oprimido a los demás,
imponiéndoles por la fuerza su lengua y su
cultura.
Castilla y su lengua nacieron como una afirmación de
libertades. Castilla ha sido la primera víctima de un centralismo absurdo que
ha desvirtuado su auténtica imagen de pueblo profundamente libre, democrático y
comunero. Castilla no quiso sojuzgar culturalmente ni lo hizo— a otros pueblos.
Hay que buscar en el dinamismo tierno de la lengua castellana, en su
flexibilidad y adaptabilidad, en carácter creador e innovador y en su
literatura, las causas fundamentales de su éxito y expansión.
El Castellano, lengua
universal
La historia quiso que fuese el castellano la lengua que
traspasara las fronteras para acabar convirtiéndose en un vehículo de cultura entre
pueblos distintos. Renunciar al pasado histórico sería absurdo, porque
supondría la negación del presente y la obstrucción del futuro.Castilla siente
con orgullo que sea compartida por más de trescientos millones de hablantes,
pero no quiere hacer de ello un título de privilegio. Castilla sabe que su
lengua ya no le pertenece en exclusiva; no es sólo la lengua de Castilla, es
también la lengua de Méjico, de Venezuela, de Cuba, de Argentina... Por eso, al
conmemorar el milenario de la lengua, los castellanos no reclamamos para
nosotros mi exclusiva lo que es patrimonio de más de trescientos millones de
personas; pero sí nos queda el justo orgullo de reivindicar a Castilla como la
cuna donde se fraguó este inmenso vehículo de cultura que es hoy el castellano,
obra no de un genio aislado, sino de todo un pueblo que, indudablemente, fue
genial por la valentía, clarividencia y seguridad con que supo adelantarse en
el campo lingüístico. La lengua creada por el pueblo castellano es un perenne
testimonio de la personalidad colectiva de Castilla.
El mundo castellano-parlante es hoy una inmensa promesa en
la que la lengua ha de desempeñar la misión fundamental de aunar espíritus para
una gran tarea de cultura y libertad. Si el reencuentro con el pasado histórico
y lingüístico ha de servir para algo, es precisamente para tomar conciencia de
que fue en Castilla donde se gestó una de las mayores aportaciones culturales
con que España ha contribuido al patrimonio espiritual y cultural de la
humanidad: su lengua. Pero no puede olvidarse que Castilla forjó su historia y
lengua mientras tuvo conciencia de sí misma.
En el milenario de la lengua de Castilla, desde la cuna de
nacimiento y con el sentido de libertad con que iniciaron su historia nuestro
pueblo y nuestra lengua, nos dirigimos a los demás pueblos de España para
afirmar los legítimos derechos culturales lingüísticos de todas las
comunidades, cualquiera que sea el lugar donde se encuentren, a fin de evitar
así los errores del pasado que tanto han impedido el entendimiento y la mutua
comprensión.
Las lenguas han de ser, ante todo, vehículo de cultura y
acercamiento entre los pueblos y nunca obstáculo que conduzca a frustración y
la marginación humana, social, laboral o cultural. Solo en el respeto
florecerán la libertad y la cultura. Castilla y su lengua nacieron como una
primicia de libertad, y esa libertad la pedimos para todas las lenguas y todos
los pueblos de las Españas. Por lo mismo rechazamos y renunciamos a cualquier
forma que desde el poder central o desde cualquier estructura pretenda imponer
el castellano por la fuerza, y proclamamos el derecho inalienable de cada pueblo
a expresarse en su propia lengua y a mantener y desarrollar tradición
lingüística y su propia cultura.
En San Millán de la Cogolla Noviembre
de 1977. Año de milenario de la lengua de Castilla.
Castilla como necesidad.
Varios autores
Colección Biblioteca Promoción del Pueblo nº 100
Edita Zero S.A. Madrid 1980
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