lunes, 30 de enero de 2012

Páginas singulares de arquitectura en Ávila (José Luis Gutierrez Robledo)

Páginas singulares de arquitectura en Ávila



José Luis Gutiérrez Robledo



(Ávila soledad sonora)



Ávila, la ciudad y la tierra como se decía antes, es decir la ciudad y el obispado, o la capital y la provincia, atesoran un rico conjunto

arquitectónico. Aquí, como en pocos lugares, la historia se ha petrificado en monumentos que no se explican sin comprender el momento histórico en que

se alzaron y que son el mejor documento para comprender a los hombres que los hicieron y promovieron y a su época.



Son edificios que nos llevan a lo vetón, romano, románico, gótico, mudéjar, renacentista, barroco, neoclásico y decimonónico, y se extienden desde un sur

de ladrillo por Arévalo y La Moraña a un norte de granito en las sierras de Ávila y de Gredos, teniendo en la capital el crisol que funde todo –materiales

y estilos– y el sol que todo irradia, que en resumen la historia abulense es la de la ciudad y su tierra y su arte, por ende, también es el ambas, ya que Ávila

son la catedral y las murallas y Ávila son los ábsides y torres mudéjares del norte y los puentes y templos de granito del sur. Esta fue una empresa común

y flaco favor hacen a la comprensión de la historia, el arte y la arquitectura, a la justicia y hasta las esperanzas de un incierto futuro quienes han confundido

a una parte, la capital, con el todo, la provincia, olvidando que todas las gentes de la tierra toda de Ávila levantaron, en un sentido vivencial y

arquitectónico, todas las Ávilas que han sido y son.



Es una arquitectura que se manifiesta en calles y plazas, murallas, castillos y palacios, templos de todo tipo y empuje, monasterios urbanos y rurales,

puentes, molinos y una sabia arquitectura popular que se hace con los materiales del terreno y la justa sabiduría de sus constructores, y nunca es menos importante que

los grandes monumentos. Seleccionar unos pocos ejemplares de tan rico repertorio arquitectónico e es tarea ingrata, en la que siempre quedan decenas de

monumentos que uno sabe tendrían también que estar en estas páginas, y uno espera que el lector vuelva a leer en los muchos viajes que estas tierras merecen.



1. Ávila: Castillo de Castilla



Es esta ciudad para para un tranquilo y desordenado paseo en el que iglesias y conventos, las constantes murallas y algunos nobles y vetustos palacios, saldrán

a salto de mata a nuestro encuentro, pero primero conviene aprehenderla de lejos («abarcábamos toda Ávila de una sola mirada y comprendimos lo que

se puede querer a una ciudad así y cómo puede ser patria», que dijo Unamuno y conviene recordar también que José Luis Aranguren tituló Frente Ávila

el libro que dedicó a su ciudad y anotar que el título es físico e intelectual). La ciudad desde los Cuatro Postes es la imagen preferida de Ávila y sus murallas

desde que en 1570 el flamenco Van den Wyngaerde (en España conocido como Antonio de las Viñas o de Bruselas) recogió la vista para un álbum de imágenes

destinado a Felipe II que hoy está en la Biblioteca de Viena. Francisco de Arellano acababa de construir los Cuatro Postes, el proyecto es de 1566, cuando el

flamenco cuadriculó la ciudad en una vista de pájaro de que luego repetirán Zuloaga, Beruete, Sorolla, Caprotti, López Mézquita, Echevarría, Benjamín

Palencia…



Como principio requieren las cosas es recomendable un minucioso callejeo por la ciudad amurallada que levantaron y sufragaron todos los abulenses, la del

Castillo interior de Teresa de Jesús, la que acogió a los más importantes personajes de la provincia: Teresa, más Isabel de Castilla, Juan de la Cruz y

su aire de la almena, Alonso de Madrigal, ..., la que levanta una catedral que expande sus influjos artísticos y religiosos por toda la provincia... El

Ávila la casa que interpretando el romancero apuntó Unamuno y acuñó Jacinto Herrero, la quietud amurallada de Panero, la ciudad dermatoesquelética

como el alma castellana del citado Unamuno. Para Azorín fue la Atenas gótica y para Jiménez Lozano fue Constantinopla, allá ellos con sus afirmaciones.

Fue vetona y romana, como atestiguan verracos y lápidas, pero principalmente fue y es ciudad medieval magníficamente fortificada y plena de

espléndidos edificios románicos y góticos, que luego supo de renacientes palacios y hasta de algún templo barroco.



Una muralla única, San Vicente cual el mejor compendio de arquitectura y escultura románica, una catedral fortaleza de planta románica y alzado

gótico, Santo Tomás como ejemplo del gótico dominico, la capilla funeraria de Mosén Rubí con el más hermoso tardo gótico, el palacio de Núñez

Vela como el de más bella traza, San José como el templo del último clasicismo y La Santa fijando las fachadas barrocas carmelitanas....Tales son

algunos de los muchos monumentos que la ciudad ha incorporado al más selecto repertorio de la arquitectura hispana.



2. La Lugareja:

emblema mudéjar



Cerca de Arévalo está la cabecera del que fue el Monasterio de Santa María de Gómez Román, o La Lugareja que certeramente Chueca Goitia señaló

era una de las más puras emociones de volumen de toda la arquitectura española, y es pieza en la que se amalgaman influencias mudéjares, románicas y

cistercienses que han llevado a Jiménez Lozano a afirmar que es un románico que no cuenta historias. Los pocos datos significativos de su historia son que

en una bula en 1178 es citado como Monasterium Sancta Marie de Gómez Román y era de monjes, de 1210 son sus primeros estatutos, en 1237 aún

era masculino y ya en 1245 es femenino, el 1354 se incendió el claustro que supongo mudéjar, y el 1524 la comunidad se trasladó al palacio real de Arévalo

(palacio/convento derribado en 1976).



Del gran monasterio que debió ser, perdidas las naves cuya existencia han demostrado las últimas excavaciones arqueológicas, sólo queda en pie la

magnífica cabecera con triple ábside cuyos tramos curvos tienen una tímida forma de herradura, y con un cimborrio –qué no torre– sobre el tramo recto

del ábside central. Los ábsides son recorridos por el exterior por un registro de altos y esbeltísimos arcos doblados, emparentables con los de Cuéllar

y Toro, con pilastras anchas al modo de la cabecera de El Cristo de las Batallas de Toro. Arrancan las pilastras de un potente zócalo de mampostería con

verdugadas de ladrillo y se rematan en el central con un singularísimo cuerpo que suma un primer friso de esquinillas, una cornisa que con una hilada de

ladrillos moldurados y remata con otro potentísimo friso de esquinillas. Las laterales no tienen en la cornisa este último friso y su modelo se repite en el

frente del tramo recto del ábside norte.



El espléndido cimborrio, cuadrado en su exterior, se decoró con una serie de siete arcos doblados por lado que repiten el modelo de los ábsides, ciegos todos,

salvo el central en el que se abrió una ventana de menor altura para iluminar el interior. Rematando también el cimborrio, corren frisos de esquinillas, más

potente el superior, que se interrumpen en las esquinas.



En el interior nos sorprende la belleza de un espacio arquitectónico desnudo y singular. Son de horno las bóvedas de la cabecera y de medio cañón

apuntado las de los tramos rectos en las que un arco fajón descansa sobre unas grandes y bellísimas ménsulas construidas superponiendo cuatro hiladas

de los ladrillos moldurados. El cimborrio cierra con pechinas, tambor y una gran cúpula con una clave central (también se da en Fuentes de Año, Blasconuño

de Matacabras y Montuenga). El tambor tiene 16 arcos doblados con ladrillos moldurados, también todos ciegos salvo los cuatro que se corresponden

con los centros del cuadrado cimborrio exterior, y se decora con elementos pétreos, florones con cabezas labradas y la clave con un atractivo pinjante



Desde Gómez Moreno se viene relacionando La Lugareja con la catedral de Salamanca, es decir con la cabecera de San Vicente de Ávila del que esa catedral

es deudora, (quizás, teniendo en cuenta la relación con el mudéjar de Toro y que el tambor únicamente tiene un piso de ventanas, sería más adecuado pensar

en la Colegiata toresana como modelo) hay que añadir a las posibles relaciones las evidentes que hay entre la labra de estos florones y los de la capilla

de Gracia de la girola de la catedral de Ávila y del mismo San Vicente. Todo ello, singularmente la fecha de los estatutos, me lleva a pensar que la fecha

más apropiada para la cabecera será el año 1210, con lo que se adelanta este edificio a muchos que se consideraban anteriores.



3. Dominicos de Las Navas



Las Navas del Marqués, lugar de veraneo, con una arquitectura residencial ya centenaria y francamente interesante, con una buena iglesia parroquial, y otras

dos piezas arquitectónicas señaladas: un convento dominico y un castillo palacio de los Dávila.



Coronando el pueblo, como vestigio de un tiempo que fue, está el castillo-palacio de los marqueses de las Navas, comenzado a construir por el primer marqués,

Pedro Dávila y Zúñiga, conocido como Castillo de Magalia por la inscripción «Magalia Quondan» –quizás una falsificación renacentista– de una lápida incrustada

en el torreón más cercano a la puerta. Es castillo claramente artillero, con múltiples buzones, tiene torres en los ángulos –una avanzada–, un inmenso torreón

circular y un patio de muy elegante traza. Restaurado hace unos 50 años, presenta la doble visión de una España militar y guerrera en los torreones artilleros del

castillo y de una España renacentista y humanista en su armonioso patio palaciego.



San Pablo de Las Navas, fundado en 1544 y construido en unos cuarenta años, tenía claustro procesional, sala capitular y refectorio, más un

sobre claustro para acceder a la biblioteca, coro y algunas celdas. Tras la desamortización únicamente queda el templo, modelo perfecto de la arquitectura

de aquellos dominicos que tenian como objetivo fundamental la prédica, tanto contra la herejía, como a favor de la necesidad de la penitencia

como defendiendo entre los clérigos las doctrinas sagradas. Es de una nave alargada, con púlpito para la predicación, confesionarios embutidos en

el muro que daba al claustro y un coro elevado para los frailes. La nave recibió una armadura de madera sobre los delgados fajones moldurados, y se

abovedó la cabecera con nervadura de terceletes. El presbiterio tiene hoy sendos lucillos funerarios vaciados en sus paños laterales con un altar elevado

que hacía posible que el culto fuese seguido desde la nave y desde el hondo coro (como de Santo Tomás, San Francisco y otros de la capital), altar bajo el cual

estuvo el enterramiento con bellísimo relieve en bronce atribuido a P. Leoni que hoy guarda el Museo Arqueológico Nacional, con los retratos yacentes de los

marqueses y sus escudos, muertos ambos en la década de 1570, ella de un cáncer bajo el pecho izquierdo según detalladamente indica la inscripción funeraria y

enterrados junto a un hijo. En el brazo de la epístola del crucero se abre en 1578 la capilla de enterramientos de los segundos marqueses, obra de los maestros de

cantería Agustín Aguello y Mateo Lorriaga.



4. Guisando.

Un monasterio y los toros



Los monjes jerónimos, que tuvieron en la ciudad de Ávila un monasterio que fue residencia del general de la orden desde 1686, antes habían levantado en la

ladera meridional del cerro de Guisando de El Tiemblo un monasterio cuyo nombre está unido al conjunto de toros más importante y conocido de la escultura vetona

y a la venta juradera en la que en 1468 se firmó, entre el rey Enrique IV y la princesa Isabel, el tratado de los toros de Guisando por el que aquella era reconocida

como princesa de Asturias y se abría el camino para su llegada al trono, y para la unificación peninsular.



San Jerónimo de Guisando, fue fundado en 1375 a partir de una comunidad de cuatro ermitaños italianos llegados en 1353. Aquel pequeño monasterio, con

ermitas diseminadas por el cerro y sus cuevas y un templo y dependencias centrales, sufrió un incendio en 1546, levantándose luego con buena sillería el nuevo con colosal templo de una navecon pequeñas capillas laterales en los dos primeros tramos y profundo coro, cabecera poligonal, crucero apenas marcado y cimborrio con cúpula de la que

solo quedan las pechinas, más un gran claustro que al modo de otros abulenses de la época mezcla lo renaciente con pervivencias góticas y se refuerza con macizos en las esquinas y en el centro y que costeó el obispo Alonso de Fonseca, y otros netamente renacentistas. Gómez Moreno atribuye el templo a Pedro de Tolosa, y las hechuras confirman la autorizada opinión del maestro.



La vida monástica terminó con la desamortización y en 1944 el monasterio y sus fincas fueron adjudicados a un nieto de Goya y al año anunciaba el Boletín

de la Provincia la subasta para hacer allí una nueva población, La Isabela de Guisando con nombre que recordaba a la reina, que tendría «treinta vecinos

y habría de construirse en el plazo de dos años en un sitio sano y cómodo para sus moradores. El nuevo poblador podría construir una casa pública o

parador para albergar transeúntes. Dicha población se gobernaría por si misma y con Ayuntamiento propio, con arreglo a la ley, y sus habitantes estarían libres del

pago de contribuciones durante doce años. El término jurisdiccional de la nueva colonia comprendería todos los terrenos y edificios contenidos dentro de

los límites de Guisando y adquiridos a la nación por Mariano Goya».



Luego años de abandono, asaltos, y un nuevo incendio en 1979, han llevado al conjunto a su triste estado actual, que puede parecer el de una ruina

romántica a media ladera del cerro, vigilando a los milenarios toros y el resto de lo que fue venta juradera, pero que fundamentalmente es la imagen

vergonzosa del abandono patrimonial y está pidiendo a gritos que la propiedad y las administraciones aúnen esfuerzos y se asegure el futuro de un monumento que

es joya de nuestra historia y de nuestra arquitectura.



5. Interior en Villatoro



En el inicio del puerto de su nombre, se alzó Villatoro, dominando rotundamente el paso. Parece razonable la fecha de 1303 para su fundación, que se

atribuye a Velasco Velázquez. En Villatoro quedan los restos del castillo de los Dávila, especialmente un cilíndrico torreón, convertidos hoy en atractivo

complejo de turismo rural y algunas interesantes casas que frecuentemente han incorporado escudos y adornos del cercano convento de El Risco y en la

plaza hay algunas esculturas vetonas que justifican el nombre de la villa.



Fenomenal es la iglesia a la que nos acercamos siguiendo a Martínez Frías quien señala son «las iglesias de Villatoro, El Tiemblo, Collado de

Contreras, La Horcajada, Fontiveros y Hoyo de Pinares…, los edificios que mejor ejemplifican dentro de la provincia los postulados artísticos del

gótico académico o purista del quinientos…, obras de un gran empeño arquitectónico, que, excepto la de Hoyo de Pinares, ostentan bóvedas de crucería

estrellada en la capilla mayor y en el crucero, y, actualmente, en las naves, techumbres de madera». Es uno de los mejores ejemplos abulenses de iglesias

rehechas en el siglo XVI, gracias a la riqueza que llega de América, el desarrollo agrícola y ganadero, y el aumento de la población. Se levantó sobre el

solar de un templo anterior y reutilizando una torre luego recrecida para superar la mayor altura del nuevo, que tiene pequeña cabecera semihexagonal,

crucero no marcado en planta y tres desiguales naves, separadas por airosos formeros sobre esbeltísimas columnas, más tres magníficas portadas

que repiten la andadura de las portadas renacientes de la capital. Presbiterio y crucero cierran con bóvedas y las naves con armaduras. Los autores son

el Juan Campero de Mosén Rubí, y luego Diego Martín de Vandadas y Francisco Martín, su cabecera se fecha hacia 1530 y es muy cercana a los modos

constructivos de Mosén Rubí de Ávila. La iglesia conoció otro momento constructivo en el que se alzaron las naves y una portada, y uno último al que

corresponderían dos portadas y el coro finalmente,más la sacristía.



El interior constituye una de las más claras y armoniosas lecciones de arquitectura, con las naves configurando un gran salón y una hermosa cabecera

en la que el presbiterio y el crucero unifican sus bóvedas y apoyos, sus vanos y decoración. Las bóvedas, que arrancan sobre pilares fasciculados con

baquetones marcando los agudos torales, en los muros apoyan en ménsulas orladas con bolas en los ángulos, decoran con flores sus claves secundarias y sus tres

claves principales con los escudos de los Dávila, unos enmarcados en guirnaldas, otros de corte francés y todos coronados (el de la clave sur repite las armas del

que en la nave norte ocupa la enjuta de los formeros). En los pilares de entrada al presbiterio se insertan, bajo doseletes, las figuras de la Virgen y San Juan que

acompañarían a un perdido crucifijo que coronaría el anterior retablo mayor, sustituido por uno barroco en el que se insertó una muy buena Piedad del XVI

procedente del convento de El Risco.



6. La episcopal Bonilla

de la Sierra



En tierras del Corneja, Bonilla de la Sierra es una de esos lugares de obligado y gozoso conocimiento en el que gozar las antiguas murallas, el palacio episcopal,

una hermosísima plaza y en el centro de ella una colosal iglesia con potentes contrafuertes y además un conjunto atractivo de casas populares y casas nobles,

todo ello en el centro de un paisaje acogedor que se pierde hacia Piedrahíta o hacia Tórtoles. El castillo, que aprovecha los muros de la cerca de la villa, tiene como núcleo la torre del homenaje con valiosas pinturas murales góticas y debió ser reformado en la segunda mitad del XV, reforzándose el muro que da a la población y levantándose el

muro que divide en dos el espacio del amplio castillo original. Ya en el siglo XVI, a mediados y finales, se realizan nuevas obras para adecuarlo como residencia

episcopal abulense.



La iglesia es espléndida y sorprende encontrarse tan gallarda fábrica en un pueblo casi abandonado. Su porte únicamente es comprensible recordando el

carácter episcopal de Bonilla. Se levanta en la segunda mitad del s. XV sobre el solar de un templo anterior del que se aprovechan los materiales (la yglesia de

dicha villa se hizo desde sus çimientos para tornarla a feser de nuevo) y una torre de carácter militar que fue recrecida. Fue el promotor Juan de Carvajal, obispo

de Plasencia y cardenal romano de Santangelo, y es templo con cabecera poligonal ciega y amplísima nave articulada con arcos de diafragma y un gran

cañón de ladrillo. Ya del siglo XVI son la capilla de los Chaves a los pies, el coro y el crecimiento de la torre. Exteriormente los diafragmas generaron una

sucesión de sólidos contrafuertes rematados con fuertes pirámides con sus aristas festoneadas de bolas que dan al templo un aspecto singular y recuerdan las

de Santa María la Antigua de Valladolid.



7. Un palacio francés

en Piedrahita



Piedrahita está unida a la historia al ducado de Alba y sus armas aparecen aquí por doquier. Otrora cercada, hoy apenas quedan algún lienzo y alguna

puerta de los muros, pero guarda una magnifica iglesia parroquial, conventos, una plaza de irregular planta adornada por una monumental fuente que una

inscripción fecha en 1727, y el gran palacio ducal. Se sugiere recordar que en estas tierras, en el siglo XVIII, estaba lo mejor de la ilustración española y

entre ellos, pintando Gredos, Francisco de Goya.



La iglesia se remonta al siglo XIII y conoció muchas reformas que dificultan su lectura arquitectónica: era de tres naves y cuatro apuntados formeros, que en el

XVI se convirtieron en dos grandes arcos redondos con bolas y que en época barroca volvieron a ser cuatro arcos por banda. La sacristía está en la base del

cimborrio-torre y quizá sea estructura reutilizada, al evangelio están las capillas de García de Verges (1485) y Lope Tamayo (1508) y en el lado de la epístola una

con gran linterna de 1627.



En el sur de la villa el palacio ducal es pieza sorprendente, levantada en la segunda mitad del XVIII por el arquitecto francés J. Marquet, y eso

explica el patio de honor y la estructura versallesca del edificio, con forma de U, múltiples chimeneas e inclinadas cubiertas de pizarra. En la zona posterior

se abre otra fachada a la naturaleza, que un jardín contenido por grandes muros en talud trató de regular. De él quedan una gran fuente con mascarón,

el pozo de la nieve de perfectos sillares y el preciso puente de los lirios, con sus sillares cortados siguiendo el eje del palacio y el que marcaban las aguas. Bajo

el jardín un sorprendente mundo de galerías para el riego es una de las más interesantes obras de ingeniería que imaginarse puedan.



8. El Barco de Ávila

y del Tormes



El Barco de Ávila es una de las más gratas y francas puertas de Gredos en la que no se debe entrar sin más, antes hay que rodear la población siguiendo los restos

de la muralla, viendo el magnífico castillo y luego, tras cruzar el río por el puente del XIX y ver la capilla del Cristo, entrar en El Barco por su soberbio puente

medieval, encontrándose enseguida con su iglesia mayor de porte catedralicio y con una plaza porticada irregular, nada académica, pero amplia y acogedora

como pocas. Además hay casas, fachadas, aleros, escudos, balcones que bien merecen ser descubiertos según se recorre calmada y tranquilamente sus

mesones, qué no todo ha de ser arquitectura.



La iglesia parroquial es ejemplar de la recia arquitectura característica de las tierras de Ávila, está lejanamente inspirada por la catedral, y tiene

tres naves y triple cabecera con fuertes capillas poligonales. El crecimiento de sus naves laterales llevó a configurar una peculiar iglesia salón (luego

fue preciso, una vez más, recrecer también su potente campanario). Ya del XVI son los añadidos del lado del evangelio. En su interior destacan las rejas de su

triple presbiterio, una hermosa virgen renaciente que está en la órbita de Felipe de Bigarni, un dramático y espectacular Cristo (se le llamaba el Cristo Negro,

pero una reciente limpieza ha acabado con el rastro del humo de las velas y con el nombre) y un pequeño y sugerente museo.



Alguna vez he dicho que el de El Barco es puente que cumple con sobrada galanura con su obligación de unir las dos orillas que separan el amplio cauce

del Tormes. Estribado firmemente en sus orillas el puente se duplica en las aguas, marca el camino a la cercada villa, es una de las piezas más singulares de su

patrimonio arquitectónico y como cruce de cañadas la que mejor explica el pasado esplendor barcense. En sus 140 metros de largo tiene ocho ojos y seis

tajamares de desiguales dimensiones y trazado, que debe datarse hacia 1300 y que estilísticamente hay que considerar, por sus formas y la citada fecha, como

gótico.



Hacia oriente, en lo alto y unido a las murallas, el castillo de Valdecorneja, que tiene el nombre del señorío que fue de la Casa de Alba y comprendía El

Barco, Piedrahíta, El Mirón y la Horcajada, data del siglo XV y tiene fuerte torre del homenaje de planta rectangular como privilegiado observatorio sobre

Gredos. Es de planta rectangular, con torres redondas en los ángulos, y similar al de Arenas de San Pedro y al desaparecido de Piedrahíta. Su interior está vacio,

pero parte de sus arquerías están reutilizadas en una casa de la plaza mayor.



9. Mombeltrán: El castillo del

barranco de Cinco Villas



Cuatro pueblos con el apellido del Valle (Santa Cruz,Cuevas, San Esteban y Villarejo) y Mombeltrán, forman el barranco de Cinco Villas. Todos tienen

un emplazamiento envidiable y una arquitectura monumental y popular de primer orden, destacando la capital del barranco en la que debe entrarse sin

prisa alguna para sentir lo que fuimos, andar con cuidado estas calles, entrar en silencio en el templo, y subir hasta lo más alto del castillo y recorrer

visualmente los montes y pueblos del barranco, buscando en la memoria los datos de aquel don Beltrán de la Cueva del siglo XV que dio su nombre

al antiguo Colmenar de las Ferrerias.



La iglesia domina casi todo el caserío y aunque su capilla mayor es del XIV, lo fundamental es del XV. Su disposición sobre un talud explica en parte

su forzada planta con capilla mayor poligonal en lo interior y presbiterio con cañón apuntado y cuerpo de iglesia corto sobre pilares ochavados y coro a los pies,

al que se le adosaron desorganizadamente múltiples capillas. Al exterior la cabecera es cuadrada y acaba en fuerte torre.



En la amplia plaza de la Corredera está el hospital de San Andrés fundado en 1510 por Rui García Manso y Vivanco (en el Archivo Municipal se conserva su

documentación) con fachada renaciente de sillería, con dos cuerpos y estriadas columnas, de la primera mitad del XVI. El hospital fue muy reformado a fines del

XVIII (1797), añadiéndole un tercer piso con galería.



Fuera del pueblo, con bizarro porte y magnífico emplazamiento, está el castillo de don Beltrán de la Cueva, primer duque de Alburquerque y valido de

Enrique IV (la leyenda, no la historia, le atribuyen la paternidad de la princesa Juana, llamada la Beltraneja), en cuya construcción debió de participar Juan Guas

entre 1462 y la década de 1470. Tiene aún una fuerte barrera, cuatro torres en los ángulos (muy interesante el interior de la del Homenaje) y patio, del que quedan

las arquerías. El forrado de la barrera y su galería intramuros es obra posterior, hecha entre 1510 y 1516, como la barbacana de la actual entrada. Las torrecillas

de esa entrada, su puerta y escudos, la nueva puerta que frente a ella se abre en el interior del recinto y las galerías del patio son de tiempos del XI Duque de

Alburquerque, entre 1734 y 1757.



10. Arenas de San Pedro: del

gótico al neoclásico cortesano



La arquitectura monumental de Arenas tiene dos piezas medievales y góticas, la parroquia y el castillo en el centro de la población, y otras dos cortesanas y

neoclásicas, el palacio y el santuario alcantarino en las afueras.



La iglesia gótica, con pequeña cabecera, tres naves y coro, conoció dos impulsos constructivos (XIV y finales del XV), y tiene una muy buena torre de

mediados del XVI, obra de Lucas Giraldo y Juan Rodríguez. El castillo, de planta casi cuadrada tiene ocho torres, redondas y huecas las de los ángulos y

rectas y macizas las de los lienzos, más el consabido homenaje, fue construido entre 1395 y 1422 por Ruy López Dávalos, Condestable de Castilla y Corregidor

de Ávila, que timbró con sus armas el homenaje, puerta y poterna. Caído en desgracia, Arenas y su castillo pasan al conde de Benavente, siendo la dote

matrimonial de su hija Juana, cuando casó con el valido Don Álvaro de Luna. Tras el ajusticiamiento de Don Álvaro, el castillo será conocido como el

de la Triste Condesa, en recuerdo de doña Juana de Pimentel, que aquí se encerró tras la ejecución de su esposo y resistió el asedio de sus enemigos,

organizando episodios de aire novelesco, pero ciertos, como la entrada furtiva y nocturna de Íñigo López de Mendoza para casar y consumar casamiento con doña

María de Luna, la hija del valido, que el Marqués de Villena y el rey querían casar con el hijo del último. Después la viuda mando al rey una misiva diciéndole

que su hija estaba preñada y de esta manera figurábase que no la querría el de Villena para mujer de su hijo.



En lo alto de Arenas está el palacio que hizo construir el infante Luis de Borbón, hermano de Carlos III, cardenal y arzobispo a los siete años, que supo que ni el celibato ni la castidad eran lo suyo y escogió Arenas como lugar de residencia cuando el monarca condicione la autorización real para su deseado matrimonio con María Teresa

Vallabriga a que residiese fuera de la Corte y Sitios Reales. Fue el palacio sede de una segunda corte, en la que destacaron Bocherini y Goya. Domingo e Ignacio Thomás realizan, respectivamente, la traza y fachada del palacio que debe estar de alguna manera inspirado por Ventura Rodríguez, en el que destaca la elegante portada que da acceso a través de un cuadrado zaguán a una escalera imperial que articulaba todo el palacio. Únicamente se hizo medio proyecto, más una valiosa casa de oficios y un gran

jardín del que apenas quedan parterres y memoria.



Fuera de la población fundó San Pedro de Alcántara en 1560 el convento franciscano junto a la iglesia de San Andrés del Monte, que ya en 1587 fue ampliado

y al que en 1618 se le adosó una primera capilla de reliquias. En 1755 y con planos de Ventura Rodríguez y con fray Vicente Extremera en un papel que recuerda al de Antonio de Villacastín en El Escorial, comienza la obra de la capilla real, tan cercana a la capilla que a modo de templete levantó en el Pilar zaragozano, y cuyo interior redecorará Sabatini con aire barroco. Su desornamentado exterior ya casi es neoclásico, pero el interior aún es barroco, con cruz de cortos brazos y planta central octogonal con

columnas y pilastras de mármol y estuco, más cúpula y linterna y en el altar el relieve del sepulcro del Santo que es obra de Francisco Gutiérrez. Los años de construcción de la capilla fueron los del paso de uno a otro estilo y por ello el monumento tiene algo de ambos.


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