Les presento a Rokhaya Diallo. Nacida de padres africanos en París en 1978, su trayectoria es la
de una triunfadora: cursó estudios de Derecho Internacional y Europeo y de markéting en la
Universidad París I, se ha desempeñado profesionalmente con éxito, y llegó a pertenecer al
Consejo Nacional de lo Digital (Conseil National du Numérique). Aunque, desde que creó en 2007
la asociación Les Indivisibles, su ocupación primordial ha sido el activismo y el periodismo.
Digamos que se ha convertido en una profesional del antirracismo. En la última década ha
denunciado constantemente el “racismo institucional y sistémico” del país que acogió a sus padres,
le proporcionó una educación de calidad, subvenciona su asociación y le proporciona tribunas
mediáticas masivas para difundir sus diatribas (Diallo es omnipresente en las televisiones y
radios francesas). También escribe en el Washington Post.
¿Dónde se oculta ese terrible racismo francés? La asociación de Diallo concedió entre 2009 y
2015 los “Y’a bon Awards”, una especie de Premio Limón al racista del año. Casi todos los
galardones se adjudicaron a supuestos “islamófobos”: es decir, la crítica del Islam es computada
como racismo (en realidad, el Islam es una religión practicada por gente de todas las razas). También
son racistas los fabricantes de tiritas y esparadrapo: ¡siempre son de color blanco! La voluntad
de humillar a las personas de piel oscura es evidente. Los comentarios de Diallo suscitaron toda una
polémica en Twitter: el #sparadrapgate. La profesión de “perito en microrracismos” tiene un futuro
brillante en la sociedad dominada por el marxismo cultural, en estrecha competencia con la de perito en
micromachismos.
Actuall depende del apoyo de lectores como tú para seguir defendiendo la cultura de la vida, la familia y las libertades.Haz un donativo ahoraMientras no se alcance una perfecta igualdad de resultados interracial (o sea, ratios de delincuencia, éxito académico, etc. exactamente proporcionales al peso demográfico de cada raza), tendrán una excusa para gritar “¡racismo!”
Más enjundiosas son las consideraciones de Diallo sobre porcentajes de desempleo o delincuencia
en las diversas etnias: “en la isla [francesa] de Guadalupe, el 57% de los jóvenes [mayoritariamente
negros] están en el paro”; “el 60% de los detenidos por la policía en Francia son musulmanes,
aunque los musulmanes no son más que el 10% de la población”. Ojo al truco: la sobrerrepresentación
africana o magrebí en las estadísticas de delincuencia o desempleo no puede tener otra explicación,
según Diallo, que el racismo de policías, jueces y empresarios. No se toma en consideración la
posibilidad de que, en lo que se refiere al éxito económico, se trate de diferencias de formación,
ambiente familiar, capacidad, esfuerzo… Y, en lo que se refiere a la delincuencia, la procedencia
de países con culturas más violentas, amén del propio fracaso académico-profesional (si uno está
en el paro, es más probable que caiga en el delito).
Tenemos, pues, lucha antirracista para rato. Pues, mientras no se alcance una perfecta igualdad de
resultados interracial (o sea, ratios de delincuencia, éxito académico, etc. exactamente proporcionales
al peso demográfico de cada raza), tendrán una excusa para gritar “¡racismo!”. El paralelismo
con la falacia de la “brecha salarial de género” es evidente.
Pero esta exigencia de perfecta igualdad de resultados interracial e inter-género sólo podrá
conseguirse mediante una masiva, asfixiante intervención del Estado, que promueva a los
grupos en supuesta desventaja (mujeres y razas no blancas) y machaque la cresta del colectivo
opresor, los varones blancos heterosexuales. Sólo una tiranía de la corrección política podrá
impedir la disparidad de resultados. La “discriminación positiva” es un lecho de Procusto
que estira los logros de algunos colectivos, mientras amputa los de otros. Recordemos que el
lecho de Procusto era un instrumento de tortura.
Fomentar el resentimiento entre razas y sexos no parece una política muy saludable. Además
de poner en peligro la cohesión social –dividiéndonos en “comunidades” enfrentadas- devalúa
la responsabilidad individual al habituar a la gente a culpar a la sociedad de sus propias
limitaciones y fracasos. Suspendí el examen por el sesgo racista de los examinadores, no
porque no haya estudiado lo suficiente. Así que me voy a los Campos Elíseos a romperlo
todo (más de 300 detenidos y 45 policías heridos en las celebraciones de la victoria en el Mundial).
El antirracismo no quiere leyes ciegas al color, sino leyes que, distinguiendo entre razas opresoras y oprimidas, mantengan encendida la obsesión por la pertenencia racial
En realidad, el llamado antirracismo es la forma que ha adoptado el racismo en la sociedad
actual (entendiendo “racismo” en sentido amplio como “obesión por la raza”). La modernidad
había encontrado una solución civilizada para los problemas raciales: la “desracialización” de
la mirada, la puesta entre paréntesis del color. Martin Luther King dijo: “Sueño con un país
donde se juzgue a las personas, no por el color de su piel, sino por el contenido de su carácter”.
El corolario son las leyes colour-blind, que prescinden del dato racial a la hora de distribuir
derechos y deberes: ven en la persona un ciudadano incoloro, no un miembro de tal o cual etnia.
El ideal debería ser una sociedad de individuos, no de tribus raciales; una sociedad en la que la
pigmentación de la piel resulte un rasgo anecdótico, no muy diferente del RH o la estatura.
Ahora bien, el antirracismo no quiere leyes ciegas al color, sino leyes que, distinguiendo entre
razas opresoras y oprimidas, mantengan encendida la obsesión por la pertenencia racial (además,
con un matiz revanchista y de enfrentamiento). Los antirracistas no quieren que nos olvidemos
de la raza: insisten en recordarle a cada uno la suya.
Este énfasis en la concienciación racial llega a extremos delirantes. Por ejemplo, los “campamentos
de verano descolonizadores”, en los que se prohíbe la entrada a los blancos (¿Imaginan la que se
armaría si alguien tuviese la mala idea de crear un campamento cerrado a los negros?). O bien,
las asociaciones de estudiantes negros o magrebíes en las Universidades, si bien este es un
fenómeno más frecuente en EE.UU. y Canadá, donde existen grupos juveniles afroamericanos,
orientales, nativo-americanos, hispanos… pero resulta impensable la creación de una “asociación
estudiantil blanca”: inmediatamente surgirían las acusaciones de supremacismo y neonazismo.
Rokhaya Diallo se opuso en un artículo del Washington Post a la supresión del término “raza”
en la Constitución francesa, debatida hace unos meses. Es lógico. Diallo necesita que la raza
siga siendo muy importante: que la gente se defina –y se enfrente- en función de ella. ¿De qué
vivirían, si no, los antirracistas?
Cuando el gran Joe Louis se convirtió en el primer boxeador negro en ganar el título mundial
de los pesos pesados, un periodista le preguntó: “¿Estás orgulloso por [lo que significa para]
tu raza?”. Su memorable respuesta fue: “Sí, estoy muy orgulloso por mi raza. La raza
humana, por supuesto”. Para las huestes de Diallo, Joe Louis era un tío Tom.
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