Entrevista de
Anselmo Carretero con un grupo de autonomistas leoneses
Pregunta: ¿Cuál es, a su juicio, el origen de
Castilla León?
Respuesta: Castilla-León
o la «región» castellano-leonesa es una entidad política-administrativa de
reciente y artificiosa creación.
No es Castilla, porque faltan en ella muchas comarcas castellanas,
entre otras la montaña cantábrica (cuna de Castilla y de la lengua castellana)
y la Rioja (la
comarca más rica en símbolos culturales y naciones de la auténtica Castilla:
patria de las Glosas Emilianenses, primeras líneas escritas en romance
castellano; de Gonzalo de Berceo, el primer poeta de nombre conocido de la
literatura castellana; de San Millán de la Cogolla , santo patrón de Castilla, de Santo
Domingo de Sitos, la figura más destacada de la cultura medieval castellana);
así como las tierras castellanas de las cuencas del Tajo y del Júcar. Una Castilla sin Cantabria y sin la Rioja sería tanto o más
absurdo que una Cataluña sin Gerona y Lérida o una Andalucía sin Sevilla y Granada.
Tampoco es León, porque al territorio histórico del antiguo reino de
este nombre une tierras que no son ni jamás fueron leonesas.
Se pretende dar a este conglomerado una falsa justificación geográfica
identificándolo con la cuenca del Duero, cuyo territorio no coincide con el de
ninguna nacionalidad o región histórica, puesto que esta cuenta es castellana
-én su primera parte-, leonesa -en su parte media- y portuguesa -en su tramo
finalcomo la cuenca del Ebro es castellana, vascongada, navarra, aragonesa y
catalana; y la del Tajo es castellana, toledana, extremeña y portuguesa.
Castilla propiamente dicha abarca tierras de la vertiente cantábrica,
del Ebro -Cantabria, Burgos y la
Rioja-, el Duero -Burgos, Soria y Segovia-, el Tajo -Madrid y
Guadalajara-, el Guadiana -Cuenca- y el Júcar -Cuenca-.
El antiguo reino de León tampoco tiene todo su territorio en la Cuenca del Duero, pues
contiene tradicionales comarcas -el Bierzo y el Alto Alagón- cuyas aguas
vierten en el Miño Y en el Tajo.
La confusión entre León y Castilla tiene larga y muy compleja
historia. Trataremos de explicarla
brevemente a grandes rasgos. Comienza en
el siglo XIII con la tercera y última unión de las coronas, cuando por un azar
de la historia -muerte sin descendencia directa de un rey castellano- heredó la
corona de Castilla un infante leonés, lo que de
terminó que desde entonces el nombre castellano fuera siempre por
delante y los reyes de las coronas unidas se llamaran de Castilla y León, no
obstante que León fue antes y más importante que Castilla. Los reyes de esta múltiple corona se
titularon así de Castilla, de León, de Toledo (Castilla la Nueva ), de Galicia, de
Córdoba, Sevilla, Jaén y Granada (Andalucía o Castilla la Novísima ) y de Murcia, y
señores de Vizcaya (y de Guipúzcoa y Alava), además de otros títulos menores.
Esta casual precedencia en tan larga titulación fue causa de que el
nombre castellano se aplicara unas veces a Castilla propiamente dicha, otras,
por extensión, a Castilla y Toledo («ambas Castillas»), otras a Castilla y
León, y más generalmente al vasto y diverso conjunto enumerado; todo lo
cual ha ocasionado muchos errores (no siempre involuntarios) y sido origen de
grandes confusiones.
El confusionismo castellano-leonés, impulsado por menguadas razones políticas
e intereses reaccionarios de las oligarquías agrarias, alcanzó gran desarrollo
a mediados del siglo XIX, cuando se comenzó a desplazar la significación
original del nombre castellano de la
Montaña cantábrica a la Tierra de Campos: la «Inmensa llanura de Castilla
la Vieja »,
falsa imagen literaria ampliamente difundida después por los grandes escritores
de la «generación del 98» y sus seguidores (con excepciones como las de Menéndez
Pidal, Baroja, Machado, Gerardo Diego ... ). Imagen no sólo incongruente con la
geografía y la historia de Castilla, sino reñida con el más elemental
raciocinio; pues en una llanura como la de los antiguos Campos Góticos hubiera
sido absolutamente imposible la larga y victoriosa resistencia de los
castellanos en dos frentes simultáneos: contra los terribles ataques de los
moros y contra los no menos aguerridos ejércitos de los reyes leoneses, cosa
que sí pudo ocurrir en el baluarte montañoso y de espaldas al mar de la vieja
Cantabria.
La idea de una gran región castellano-leonesa, madre y capitana de la España unitaria e imperial,
identificada con la cuenca del Duero y con capital en Valladolid, fue exaltada
e impuesta coercitivamente durante las cuatro décadas del franco-falangismo.
Eliminado éste como doctrina política oficial y secuestrada por las oligarquías
dominantes la memoria colectiva de los pueblos de León y Castilla, quedó en la
mente de millones de españoles, como herencia de una concepción histórica
reaccionaria, la idea de ese conglomerado castellano-leonés.
Las naciones, cualesquiera que sean los elementos objetivos que
caracterizan a cada una de ellas, son ante todo creaciones que la historia
alumbra tras complicados procesos de gestación.
Su base más firme y su principal elemento de cohesión es la conciencia
comunitaria de los individuos que las componen.
La cual se alimenta fundamentalmente de la memoria histórica de una
historia, cuya redacción responde inevitablemente a la ideología y a los
intereses de las clases gobernantes.
La historia oficial y académica de España -según Américo Castro un
montón de errores y leyendas-, especialmente la impuesta durante la dominación
franquista, obedece al deseo de presentar una nación y un estado homogéneos,
unitario y centralistas, forjados por el «espíritu dominador de Castilla» a
partir de la Reconquista
iniciada en Covadonga en torno a la idea del, imperio y del catolicismo
imperial. Para ello es preciso relegar
en lo posible al olvido, o a un plano secundario, la historia y la cultura de
los países de la antigua corona de Aragón y confundir las muy diferentes de
León y de Castilla en un embrollado –todo donde la historia, las semejanzas y
las luchas sociales de los pueblos de la corona de León (Asturias, Galicia,
León, Extremadura y Portugal hasta su separación), por un lado, y la
solidaridad histórica, las raíces nacionales y las creaciones políticas y
culturales vasco-castellanas, por el otro, desaparezcan bajo un engañador
cúmulo de mistificaciones.
Si lo que en verdad se quiere es que en la España de las autonomías
los pueblos de León y de Castilla, al amparo de la Constitución ,
recobren la «identidad perdida» para colaborar con las demás nacionalidades o
regiones históricas de nuestra patria en la gran tarea de un renacer español,
será preciso devolverles la memoria colectiva y darles a conocer sus auténticas
historias, lo que requiere sensatez, paciencia y gran sentido de
responsabilidad, es decir, lo contrario de lo que se ha hecho en estos dos
países con la instauración precipitada de ese confuso conglomerado
castellano-leonés que amenaza eliminar del mapa de la Península Ibérica
dos de las más insignes creaciones nacionales de nuestra historia.
En el próximo
número publícaremos la continuación de esta entrevista que en esta ocasión nos
resulta imposible por falta de espacio.
Informativo Castilla nº 19 abril-mayo 1983
Entrevista de
Anselmo Carretero con un grupo de autonomistas leoneses
Pregunta: ¿Cuál es su aportación teórica al Estado de
las autonomías?
Respuesta: Desde 1943
vengo estudiando la cuestión de las nacionalidades españolas y la del
federalismo con ella relacionado. Las
ideas de Carretero y Nieva sobre los pueblos de España, las que en el grupo
editor de la revista «Las Españas,, (formado en Méjico por exiliados políticos
españoles) se intercambiaron y desarrollaron sobre el mismo asunto, las
amistosas incitaciones de José Ramón Arana así como las críticas alentadoras de
Bosch-Gimpera, Madariaga, Navarro Tomás, Onís y otros muchos compatriotas
interesados en el tema, me animaron a continuar el trabajo individualmente
emprendido. Muy fecundas para mi labor fueron las conversaciones que durante
años tuve con el ex rector de la Universidad Autónoma de Barcelona en torno a
la historia conjunta de los pueblos de España y a la condición varia de la
nación española.
Todo ello nos indujo a concebir a España como una «comunidad de
pueblos» ninguno de los cuales es más ni menos español que cualquiera de los
demás. Y me llevó después a la idea de
«nación compleja» o , «Nación de naciones», concepto que en España expuse por
primera vez en 1976, donde tropezó con el rechazo de los más «por no hallarse
homologado en la terminología internacional de la ciencia política,» y halló el
apoyo de los menos. Idea difícil de
asimilar por los estudiosos reacios a aceptar lo que no consta en los textos
consagrados; pero que, a mi parecer, responde a una realidad tan profunda de
España que el no haber sido comprendida a tiempo ha tenido en repetidas
ocasiones graves consecuencias para nuestra patria.
Frente a la concepción francesa (jacobina y napoleónica pero de origen
monárquico) de la «nación una e indivisible», mantengo la que considero
profundamente española de la «nación varia o plural firmemente unida».
Pregunta: Como miembro del PSOE, ¿cree usted que la
opción leonesista puede identificarse como una opción de derecha?
Respuesta: Teóricamente
las ideas regionalistas no pueden calificarse de derecha. Al contrario: las aspiraciones a la autonomía
regional de los diversos pueblos de España, y más aún las federalistas, tienen
un carácter democrático y progresista puesto que, en principio, la
descentralización del poder del Estado en gobiernos regionales lo acerca más al
pueblo de cada región autónoma. Tampoco
puede tacharse de reaccionaria la defensa que los diversos pueblos de España hacen
de su propia personalidad y del derecho a desarrollar sus respectivas culturas
y mantener sus tradiciones.
El Partido Socialista, que propugna el federalismo nacional como una
forma superior de la democracia en España y considera la fórmula de las
autonomías regionales como un paso decisivo hacia el federalismo y una solución
válida a la cuestión de las nacionalidades, ha sido el principal promotor de
las concepciones autonómicas contenidas en la Constitución; la cual reconoce y
garantiza el derecho a la autonomía de todas las nacionalidades y
regiones que integran la nación española.
Derecho sin duda válido para todos los pueblos de España, seria grave
error e injusticia negárselo al de León.
Consecuente con sus principios,
el PSÓE ha defendido en vanguardia los derechos autonómicos de Cataluña, el
País Vasco, Galicia (donde estaba previsto el triunfo de la derecha), Asturias,
Aragón, Valencia, Extremadura, Andalucía, Murcia, las Islas Bafeares y las
Canarias. En Navarra comenzó apoyando su
incorporación al País Vasco, pero reconoció la autonomía propia de aquélla
cuando el pueblo navarro manifestó su voluntad en este sentido. El Partido Socialista ha llegado hasta apoyar
las autonomías uniprovinciales de Cantabria, la Rioja y Madrid, comarcas que por
su historia y situación geográfica son inequívocamente castellanas.. Y sí no ha
defendido las autonomías de Castilla y de León, no ha sido porque las haya
negado, sino porque la confusión y las divisiones dominantes en la conciencia
colectiva de estos pueblos -herencia de cuarenta años de oscurantismo
francofalangista- les han impedido exigirlas mayoritariamente con rotunda
claridad.
Las aspiraciones de la provincia de León a la autonomía de la región
leonesa, o a la autonomía uniprovincial para no quedar incluida en el
conglomerado castellano - leonés de reciente creación -como las aspiraciones
análogas de los segovianos- no pueden, en modo alguno, ser tachadas de
reaccionarias. Si por abandono de la
izquierda, políticos de derecha se han adueñado de esta bandera popular,
responda aquélla del error. La autonomía
de León -como la de Castilla- no es cuestión de izquierdas o derechas, como no
lo han sido las autonomías de los demás pueblos de España, sino tema de la
mayor transcendencia que atañe a la memoria histórica, los sentimientos y la
conciencia colectiva del pueblo leonés y al futuro nacional de su región. Los
leoneses que pretenden rescatar para su pueblo la bandera autonómica al margen
de demagogias políticas merecen todo respeto.
Informativo Castilla nº 20 agosto-septiembre 1983
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