Ya no existe instancia alguna que se atreva a poner
objeciones a la libertad sexual polimorfa, ni siquiera la Iglesia jerárquica
en
un artículo muy perspicaz publicado recientemente en El Diario Montañés, ante
el espectáculo de feroz absolutismo que se despliega en nuestra época, Enrique
Álvarez añoraba aquellos tiempos recientes en los que nos quejábamos del
relativismo. En realidad, aquella cantinela de la «dictadura del relativismo»
fue una acuñación poco fina de Benedicto XVI que muchos repetían como loritos
(más o menos como ahora repiten la matraca de las «periferias»), por
alineamiento camastrón. Pero aquel diagnóstico de Benedicto XVI estuvo siempre
equivocado; pues a muchos los hizo creer que vivíamos en una suerte de sociedad
líquida, en la que todas las formas de pensamiento valían lo mismo y que, por
lo tanto, cualquiera podía aspirar a hacerse escuchar, aunque fuese rodeada de
un coro de voces discrepantes, e incluso (risum teneatis) a triunfar
políticamente, mediante un procedimiento electoral.
Pero
el veredicto de Benedicto XVI era candorosamente erróneo. Entonces, como ahora,
no vivíamos en la dictadura del relativismo, sino en la dictadura de la
democracia entendida como religión antropoteísta. En uno de sus escolios, Gómez
Dávila explica este concepto a la perfección: «La democracia no es
procedimiento electoral, como lo imaginan los católicos cándidos; ni régimen
político, como lo pensó la burguesía hegemónica del siglo XIX; ni estructura
social, como lo enseña la doctrina norteamericana; ni organización económica,
como lo exige la tesis comunista. La democracia es una religión antropoteísta.
Su principio es una opción de carácter religioso, un acto por el cual el hombre
asume al hombre como Dios». Esta religión antropoteísta tolera creencias de toda
índole, siempre que no se atrevan a rozar (¡ni siquiera a toser!) su meollo
dogmático; y, en su igualitarismo de hormiguero, permite que todas valgan
exactamente lo mismo: o sea, nada. Esta religión antropoteísta puede, por
ejemplo, tolerar que un señor crea en la resurrección de Cristo, como también
tolera que otro señor crea que Peter Parker, al sufrir el picotazo de una
araña, se convirtió en Peter Parker. Ahora bien, lo que esta religión no
permitirá nunca, ni al señor que cree en la resurrección de Cristo ni al que
cree en el contagio arácnido de Peter Parker, es que se atrevan a discutir los
dogmas sobre los que se asienta su culto antropoteísta.
Entre
tales dogmas se cuenta, por supuesto, la exaltación de la libertad sexual
polimorfa. En el artículo arriba citado, Enrique Álvarez llamaba la atención
sobre la unanimidad sin discrepancias con que nuestros más diversos (y
aparentemente enfrentados) partidos políticos «han participado, se han sumado
sin rechistar, han perdido el culo por aparecer junto a la gran bandera
iridiscente». Y también señalaba que este año la celebración del Orgullo Gay no
ha necesitado combatir ni escarnecer a nadie, porque ya no existe instancia
alguna que se atreva a poner objeciones a la libertad sexual polimorfa, ni siquiera
la Iglesia jerárquica; que, lejos de salir a las ‘periferias’, es cada vez más
sumisa de la ortodoxia, más buscona del halago del mundo y el abrigo del poder,
más apoltronada e incapaz de rechistar a los dogmas de la religión
antropoteísta.
A
mí, desde luego, me parece comprensible que la gente se muestre (o se finja)
orgullosa de acatar los dogmas de esta religión antropoteísta vigente; pues a
la intemperie (aunque sea con mitra) hace mucho frío. Aunque deberíamos
pararnos a reflexionar si la proclamación exultante y un tanto aspaventera de
tales dogmas no esconde alguna intención aviesa. Resulta sumamente iluminador
comprobar, por ejemplo, que el éxito apoteósico (casi fulminante) cosechado
durante las últimas décadas por los movimientos que reclaman mayores y más
superferolíticos derechos de bragueta discurre simultáneo al estrepitoso
fracaso cosechado por los movimientos que reclaman derechos laborales. Resulta
curioso que una causa universal que afecta a la dignidad humana (pues sólo un
trabajo protegido permite una vida digna) se haya erosionado tanto, admitiendo
formas de contratación auténticamente esclavistas, mientras causas particulares
que exaltan las alegrías de bragueta triunfan de forma tan aturdidora. Y me
pregunto si la religión antropoteísta que diviniza las causas particulares de
entrepierna no habrá encontrado, al fin, la fórmula infalible para lograr que
los hombres dejen de luchar por las causas universales. Me pregunto si esta
religión antropoteísta, bajo la apariencia de divinizar al hombre, no estará
más bien tratando de animalizarlo; o, como diría Marcuse, de culminar su
«desublimación represiva», exaltando su genitalidad.
Me ha resultado muy gratificante e instructiva la lectura del ensayo Escuela o barbarie (Ediciones Akal), escrito al alimón por los profesores Carlos Fernández Liria, Olga García Fernández y Enrique Galindo Fernández. En Escuela o barbarie se denuncia la imposición de un «Nuevo Orden Educativo», diseñado desde organismos supranacionales y jaleado por una camarilla de pedagogos charlatanes, que pretende condenar a los alumnos a una nueva forma de servidumbre. Aunque los autores no ocultan sus afinidades ideológicas (que a veces los empujan a alguna intemperancia), la lectura de este ensayo brindará iluminaciones a cualquier persona preocupada por el deterioro de la enseñanza, muy especialmente a los maestros y profesores que asisten inermes a la depauperación de su noble oficio.
El Nuevo Orden Educativo desea modelar individuos entrenados en diversas «competencias», «destrezas» y «habilidades» técnicas y emocionales que faciliten su encaje en el mercado laboral. De este modo, la escuela (y, con ella, la universidad) se convierte en un centro de selección de personal y deja de alimentar el anhelo de saber (la más noble aspiración humana, según nos enseñase Aristóteles), orientando la formación de los alumnos hacia aquellas áreas de la economía que favorezcan su «empleabilidad». Así, la transmisión cultural queda aparcada, o incluso vedada, para formar «emprendedores» flexibles y adaptables, siempre prestos a la movilidad geográfica, que no sepan nada de filosofía o latín pero en cambio sepan inglés, informática y «educación financiera» (si el oxímoron es tolerable), que es lo que interesa a las multinacionales.
Para lograr alumnos sin anhelo de saber, el Nuevo Orden Educativo emplea técnicas pedagógicas que conciben al ser humano en un mero procesador de información. El alumno no debe atesorar conocimientos que afilen su juicio crítico sobre la realidad, sino centrarse en «aprender a aprender», hasta convertirse en un dócil y «empático» receptor de cualquier tipo de adiestramiento que garantice su eficiencia económica. Para ello, el Nuevo Orden Educativo favorecerá una educación lúdica que supla la odiosa transmisión de conocimientos. Los autores de Escuela o barbarie son especialmente inclementes en la denuncia de las pedagogías herederas de Rousseau, que tratan de «rescatar» al hombre de la cultura y de la historia, exaltando su imaginación y sus motivaciones particulares (de ahí que los charlatanes al servicio de este Nuevo Orden Educativo den tanta importancia al «pensamiento positivo» y a la «inteligencia emocional»), para que la adquisición de las destrezas se desarrolle siempre en un ambiente buenrrollista. Por supuesto, se evitará que los alumnos aprendan nada por puro interés intrínseco; y se utilizarán siempre cebos psíquicos que les hagan morder el anzuelo, como si el saber fuese una amarga medicina que hubiese que enmascarar para que resulte digerible. Todo ello con metodologías que favorezcan una infantilización de las mentes, hasta convertir la escuela en una mezcla de guardería y gimnasio laboral, vaciada de todo contenido que permita crecer intelectualmente.
¿Y qué papel se reserva a maestros y profesores en este Nuevo Orden Educativo? Los autores de Escuela o barbarie reproducen varios documentos de órganos mundialistas que hielan la sangre en las venas. Así leemos en un documento de la UNESCO: «Al cambiar la imagen del profesor, de considerarlo como fuente e impartidor de conocimientos a verlo como organizador y mediador del encuentro de aprendizaje, aparecen nuevas competencias que deberán ser los componentes de la nueva función docente». De este modo, el profesor se convierte en una suerte de «orientador» encargado de la formación «transversal y psicoafectiva» del alumno. Para ello, primero deberá «descualificarse» (es decir, olvidarse de las disciplinas en las que está versado), para después recualificarse conforme a los parámetros exigidos por la nueva pedagogía. El profesor estará sometido a un reciclaje permanente, en condiciones laborales cada vez más precarias, huérfano de toda autoridad en el aula, hasta degenerar en un «mediador del encuentro de aprendizaje», en un coach, en un animador sociocultural, en un gestor administrativo; en definitiva, en un zascandil siempre presionado por sus alumnos-clientes y hostigado por las directrices gubernativas.
De este panorama espeluznante se nos habla en este espléndido y combativo ensayo contra la barbarie.
Madrid, 23 julio 2017, Domingo VII después de Pentecostés; San Apolinar de Rávena, obispo y mártir; San Liborio de Le Mans, obispo y confesor. Carlismo.es, web principal de la Comunión Tradicionalista, ha añadido a sus categorías unos epígrafes dedicados a las damas carlistas, las margaritas, de tan profundo arraigo en el tradicionalismo y de tan gloriosa historia. Inaugura el apartado dedicado a los artículos con uno de Elena Risco:
Se oye ahora hablar mucho acerca de la imperiosa necesidad de encontrarse a uno mismo, de sentirse realizado, de seguir el camino propio... Debo confesar que todas esas expresiones son un misterio para mí. Cada vez que intento preguntar su significado --incauta de mí!-- sólo encuentro respuestas tan vacías como las mismas frases hechas. Ello me ha llevado a sospechar que nos encontramos ante clichés superfluos y flojos, que, sin embargo, tienen la virtud de hacer evidente el actual interés desaforado por lo que espontáneamente sale de uno mismo, por ese culto a la ausencia de todo condicionamiento que hoy muchos llaman equívocamente libertad.
El siguiente paso, en absoluto casual, de lo que parece ser un maquiavélico plan consiste en relacionar la propia realización personal con el trabajo remunerado, que cada individuo decide desempeñar libremente, llamado por una espontánea e inexplicable vocación. Conclusión: todo aquel que no trabaje, nunca se encontrará a sí mismo. Y la principal víctima de todo lo anterior parecería ser la mujer, cuyas obligaciones familiares a lo largo de los siglos le han impedido pertenecer a ese club de excelencia que hoy llamamos mercado laboral.
El nacimiento y evolución de las diversas corrientes de pensamiento feminista --pues no hay como tal un único feminismo-- se debe a una compleja multiplicidad de factores que no pretendo exponer aquí. Pero sí quiero destacar que algunas de sus reivindicaciones adquieren pleno sentido en ese momento en el que la mujer llega a ser considerada un florero con la única finalidad de adornar las reuniones sociales, cuando el cuidado y educación de sus hijos deja de ser su tarea propia y cae en manos de maestros, niñeras e institutrices, cuando el trabajo se especializa y se aleja radicalmente del ámbito doméstico, adquiriendo la actividad laboral una autonomía espacial y funcional absoluta que, a mi juicio, no le corresponde. Sin embargo, si conseguimos expandir nuestro horizonte histórico algo más atrás del siglo XIX, opino que es fácil sostener que el rol reservado a las mujeres en una sociedad tradicional y cristiana no es irrelevante. Sólo desde una mentalidad centrada en el egoísmo, en el éxito mundano y monetario se puede despreciar la importancia del papel que durante siglos ha desempeñado la mujer; sólo desde la soberbia se puede sentenciar que nuestras madres, abuelas y bisabuelas eran débiles e inútiles por quedarse en casa y por caer en un engaño del que las mujeres liberadas y modernas, presuntamente más listas y poderosas, han logrado escapar. ¿De verdad vamos a permitir que nos digan que la labor que las mujeres han venido desempeñando no sirve de nada, que su esfuerzo secular no ha tenido ninguna influencia, que guiar y cuidar en sus años más vulnerables a toda nueva generación no es tarea tan noble y necesaria como el trabajo mejor pagado?
H. Arendt observa que muchas de las lenguas europeas tienen dos palabras no relacionadas etimológicamente para referirse al desempeño de una actividad: ποιέω - ἐργάζομαι en griego; laborare - facere en latín; Arbeit - Werken en alemán, etc. En castellano tendríamos la diferencia entre labor y trabajo. Grosso modo, puede afirmarse que esta pensadora sitúa la diferencia entre ambas en que la labor se refiere a un esfuerzo repetido para alimentar el proceso de la vida del cuerpo humano y el trabajo da lugar a un producto, a un bien, cuya existencia tiene vocación de permanencia. Así la labor es cíclica, indefinidamente repetitiva y fatigosa mientras que el trabajo tiene un fin determinado. Si bien en líneas generales no suelo estar de acuerdo con H. Arendt, recojo esta idea en concreto, puesto que las tareas del hogar normalmente se denominan labores. Y, efectivamente, el esfuerzo que se realiza en el ámbito doméstico parece ser de este tipo: se cocina para consumir los alimentos, se friega el suelo para que se vuelva a ensuciar, se lava la ropa para que se vuelva a manchar, se hacen las camas que en menos de 24 horas se volverán a deshacer... No hay una remuneración que justifique los esfuerzos, no hay un resultado permanente que dé valor a la actividad, no hay posibilidad de éxito, de fama o de felicitaciones. Es un esfuerzo callado, sacrificado y permanente, que normalmente ha recaído sobre la mujer. Desde la perspectiva del dominio o del orgullo, pedir a alguien que se someta, que sirva a los demás sin esperar nada a cambio, que obedezca es como exigir la esclavitud más humillante. Pero, tal y como comenta C. Miriano en su libro Cásate y sé sumisa, desde una perspectiva cristiana, pedir ese sacrificio significa situar a la mujer en un puesto clave porque quien está debajo sostiene el mundo. Nadie realizó mayor sacrificio que Dios Nuestro Señor, nadie se abajó tanto como Él y nadie despreció tanto el éxito y reconocimiento mundanos. Por tanto, darse a los demás no es un abuso, es seguir Su ejemplo. La dedicación a las labores del hogar no significa el desperdicio del talento de una mujer. Es un gesto de generosidad ejemplar en una sociedad donde priman el interés y la vanidad. También es un hermoso gesto de confianza mutua entre el hombre y la mujer, cada uno se dedica a una tarea confiando en que el otro realizará la suya, necesitando el uno del otro en lugar de pretender una autonomía absoluta separadamente.
Llegados a este punto, muchos alegarían la posibilidad del reparto de tareas y otros argumentos a favor de la paridad. Tienen razón. De facto cabe la posibilidad de que hombre y mujer trabajen fuera de casa y se repartan las tareas del hogar. Pero la cuestión no es si se puede, sino si se debe operar tal cambio. A ellos yo les preguntaría: ¿cuál es el motivo por el que se debe cambiar el orden que hemos heredado? ¿Acaso nosotros somos mejores que las personas que nos precedieron? Tal vez deberíamos ser más humildes y preguntarnos por qué nuestros padres y abuelos hicieron las cosas como las hicieron; tal vez intentar comprender a otros sea mejor que tratar de corregirlos. Este modo de pensar no supone el total inmovilismo, sólo el establecimiento de una presunción, que siempre admite prueba en contrario, a favor de lo heredado. Pero hay que esforzarse en encontrar y fundamentar debidamente esa prueba en contrario si se quiere introducir algún cambio. Sobre por qué el hombre habitualmente ha trabajado fuera de casa y la mujer no, se me ocurren varias justificaciones razonables. Una de ellas apunta al hecho de que el hogar y el trabajo son ámbitos distintos --en cierto sentido, opuestos-- en los que desenvolverse con soltura requiere tiempo y dedicación: el hábito es condición indispensable para desempeñar de modo solvente cualquier tarea. Bien, creo que a nadie se le ocurriría repartirse, por ejemplo, el estudio de una carrera con otra persona. La división de tareas puede ser una solución coyuntural ante ciertas circunstancias, pero no creo que sea lo más deseable. La familia requiere un cuidado constante y celoso. Aunque me adentre en cuestión compleja que requeriría un largo aparte, voy a desviarme brevemente del tema para hacer una advertencia: la familia no es un fin en sí mismo, sino una valiosa pieza que debe insertarse en un orden social determinado. De igual manera que el trabajo fuera del ámbito doméstico no tendría sentido sin la labor dentro del mismo, la defensa de la familia tampoco lo tendría si no se vinculara con un modelo de sociedad del que adquiere fundamento y al que presta continuidad.
Desde mi punto de vista, el cuidado de los hijos, de la casa, de la familia y del hogar es una responsabilidad de capital importancia, que no se debe menospreciar por inútil, ni se debe eludir por costosa. Y ahora, dadas las circunstancias, es también un privilegio inalcanzable para muchas mujeres. Me parece que, sin darnos cuenta, el derecho de toda mujer a trabajar fuera de casa se ha convertido en una obligación. No soy muy ducha en economía pero, según mi experiencia, a día de hoy para sostener una familia con varios hijos difícilmente basta un sueldo. Muy bien, ahora las mujeres pueden trabajar sin solicitar permiso de nadie. Pero quizás debamos preguntarnos qué sucede si queremos cuidar de nuestra familia, si preferimos no trabajar ¿tenemos tal opción a nuestro alcance? Quizás lo que comúnmente se llama liberación de la mujer sea, en realidad, el cambio de una obligación por otra.
Cayo Valerio Catulo, traducido por el torijano José María Alonso Gamo, y versionado libremente por mí.
BUENOS DÍAS al foro con este poema matutino para un domingo de julio
NACE SOLO EL SOL Y MUERE LUEGO SOLO CADA DÍA
Soles occidere et redire possunt: Nobis, cum semel occidit brevis lux, Nos es perpetua una dormienda.
Cayo Valerio Catulo
El sol se oculta y torna, mas nosotros, Si una vez sola nuestra luz se apaga, Dormimos para siempre noche eterna.
José María Alonso Gamo
NACE SOLO EL SOL Y MUERE LUEGO SOLO CADA DÍA Aunque volverá a nacer en tanto sus rosas rayos rodeen el alba. Cuando la breve luz humana una sola vez se apaga Entonces cae sobre nosotros para siempre la noche fría.
Seamos, pues, hechos para el amor, ambos, cada mañana Olvidando las sombras que con el manto de la noche nos cubría Lo que veamos sea motivo de placer, belleza y vida Olvidando que las sombras de la noche luego avanzan
EL SOL solo luce en tonos varios que desde el firmamento envía Y MUERE solo, al fin que su cuadriga todo el cielo lo cabalga. Lucimos más nosotros mientras en nuestros pasos vaya Uno al lado del otro conduciendo nuestras cuádrigas por la vida
Entonemos el día dándonos mil besos y luego un millar más, amada, GOcémonos tanto en nuestros besos que pronto sea la cuenta perdida, CADA día así, hasta que no sepamos otra cosa que esta guía, DÍA a día de los que pasemos bajo el sol que sobre nosotros se alza.
Dentro de la célebre ‘Ley de Claridad’, Canadá incluyó una cláusula que supuso un efecto paralizante de un separatismo que venía de lograr el 49’5% de los votos en el referéndum de 1995. ¿Cuál es esa cláusula? ¿Funcionaría en España?
La región canadiense de Quebec es, junto con Escocia, el espejo en el que lleva años mirándose el separatismo catalán. Es de sobra conocido que desde un punto de vista histórico, no existen paralelismos entre los casos norteamericano y británico y el español, pero el movimiento independentismo catalán insiste en tomar como modelo la gestión jurídica de aquellos conflictos.
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A finales de los años sesenta, a pocos meses del mayo francés del 68 y en un contexto de descolonización internacional, surge en la francófona región de Quebec (de un tamaño equivalente al de toda Europa occidental), el ‘Parti Québécois’, una formación nacionalista de corte progresista y con un objetivo muy claro: la secesión del Canadá. En sólo una década alcanzan el poder y en 1980 se organiza el primer referéndum. Contra lo que comúnmente se cree, la consulta no tenía carácter vinculante y no era propiamente un referendo de secesión. Se preguntaba a los quebequenses si concedían a la autoridad regional la autorización para negociar un nuevo y poco claro estatus jurídico de co-soberanía. La propuesta fue rechazada por casi el 59,5%% de los votantes, sin embargo ya se había establecido un precedente que en poco tiempo iba a tener una nueva réplica. Canadá atravesó días de enorme tensión: “Todos hemos resultado perdedores con esta experiencia traumatizante”, declaraba el primer ministro del país, el liberal Pierre Elliot Trudeau, padre del actual primer ministro.
El referéndum de 1995, cuando Canadá contuvo la respiración
Sólo quince años después, en 1995, el Partido Quebequés volvió a convocar un nuevo referéndum. Si el de 1980 proponía negociar “la soberanía-asociación” con el gobierno del Canadá, el de 1995 no resultaba mucho más claro. Proponía negociar la “soberanía” al mismo tiempo que ofertaba una “asociación opcional” al resto de Canadá.
“¿Está usted de acuerdo con que Québec llegue a ser soberano después de haber hecho una oferta formal a Canadá para una nueva asociación económica y política en el ámbito de aplicación del proyecto de ley sobre el futuro de Quebec y del acuerdo firmado el 12 de junio de 1995?”, decía la pregunta.
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Esta vez el resultado sí estuvo muy cerca de abrir las puertas de la secesión. Los separatistas lograron el 49,42% por el 50,58% de los partidarios de permanecer en Canadá. Menos de 55.000 votos de diferencia en una región de siete millones de personas.
El independentismo quebequense salió del envite con una sensación agridulce: frustrado por la ajustadísima derrota, estimulado por haberla tenido al alcance de la mano. En una tercera votación, y observando la progresión del sentimiento independentista, la secesión estaba garantizada.
La Ley de Claridad o el declive del independentismo
Esta vez sí, en Otawa sonaron todas las alarmas. Canadá, uno de los países más prósperos del mundo, había estado a unos pocos miles de votos de romperse. Fue entonces cuando el Gobierno Federal emprendió el camino que a la larga acabaría por blindar la unidad nacional del país. El ejecutivo acudió al Tribunal Superemo, que en Canadá, como en muchos otros países, tiene funciones de interpretación de la Constitución (sin necesidad de un Tribunal Constitucional ad hoc). El objetivo era que el Tribunal estableciera tanto las condiciones de un más que previsible tercer referéndum como las de un posterior proceso de secesión. El fallo se conoció en 1998 y supuso el embrión de lo que dos años más tarde se conocería como “Ley de Claridad”, aprobada por el Parlamento nacional el 29 de junio de 2000. Así, Canadá se convertía en el primer Estado democrático que preveía su propia divisibilidad.
Así, la llamada “Clarity Act” (“Loi de clarification” en francés) aceptó que hay medios que un Estado democrático no debe emplear para retener contra su voluntad a una determinada población concentrada en una parte de su territorio. Pero también estableció las condiciones concretas para llevar a cabo un nuevo intento de secesión. De modo que preguntas deliberadamente ambiguas como las de 1980 y 1995 quedaban excluidas de la nueva ley. A partir de ahora la Cámara de los Comunes habría de comprobar que la pregunta del referéndum resultara perfectamente clara, inteligibley abordara directamente la secesión. La ley preveía igualmente qué elementos deberían figurar en una nueva agenda de negociación, tales como la repartición del activo y el pasivo o el establecimiento por parte de la Cámara de los Comunes de una mayoría clara o “mayoría reforzada” para dar por bueno el resultado, así como un porcentaje mínimo de participación.
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Trocear Canadá sí, trocear Quebec… también
Mas de entre todo el nuevo andamiaje legal, fue lo relativo a la“nueva definición de fronteras” lo más trascendente. Lo explica el notario Fernando Rodríguez Prieto, de la asociación de juristas‘Hay derecho’, en un interesante texto de título ‘El derecho a decidir y las comarcas. O por qué en Quebec los independentistas no quieren un referéndum’.
La “Ley de Claridad”, dice Rodríguez Prieto, prevé una posible nueva definición de las fronteras, esto es: “En el caso de que determinadas poblaciones concentradas territorialmente en Quebec solicitaran claramente seguir formando parte de Canadá, debería preverse para ello la divisibilidad del territorio quebequés con el mismo espíritu de apertura con el que se aceptaba la divisibilidad del territorio canadiense”.
De manera que, conforme a la Ley de Claridad, la secesión no habría de producirse necesariamente sobre todo el Quebec. Así, si existieran en Quebec territorios en los que la proporción de partidarios de permanecer en Canadá fuera sustancial y claramente mayoritaria, Quebec, para separarse, debería aceptar desprenderse de ellos para que puedan seguir siendo parte de Canadá.
Para el jurista de ‘Hay derecho’, la ley resulta perfectamente razonable: “De la misma manera que Canadá adopta una postura abierta respecto a la potencial salida de territorios con una sustancial mayoría de habitantes que no desean seguir siendo canadienses, la Provincia (Quebec) también debe aceptar desprenderse de porciones de la misma por la razón, en este caso simétrica e idéntica, de que una mayoría sustancial de su población sí desee seguir siendo canadiense”.
¿Y si trasladamos el argumento a España?
Así, haciendo un paralelismo con la situación española, es fácil advertir que el litoral catalán -a excepción de Gerona- y el Valle de Arán, ambas áreas mayoritariamente contrarias a la secesión, permanecerían en España. De manera que el resultado, caso de replicar en nuestro país las leyes canadienses, supondría, a juicio de Rodríguez Prieto, “un efecto paralizante del impulso hoy desbocado del nacionalismo a la secesión. Como ha ocurrido en Quebec, donde los nacionalistas no están de ninguna manera dispuestos a renunciar a Montreal y a otras zonas trascendentales por su riqueza, cultura y valor simbólico para constituirse como un país más rural, atrasado y reducido de lo que hoy son”.
Llegados a este punto, cabe recordar que desde hace algunos años existe en Cataluña un movimiento, nacido como respuesta al proceso independentista, que busca la permanencia en España de lo que denominan ‘Tabarnia’, la suma de Tarragona y Barcelona y sus respectivas áreas de influencia, que acumulan el 80% del PIB catalán. Según la página principal del movimiento, ’Barcelona is not Cat’, Cataluña estaría formada por “dos zonas claramente diferenciadas desde el punto de vista económico, lingüístico, identitario, poblacional y social”. El nuevo proyecto, si bien aún casi limitado a las redes sociales, está ganando envergadura. Ha llamado la atención de diarios catalanes como La Vanguardia e incluso a algunos medios internacionales menores (ejemplo aquí). Y en tanto que se trataría de un área geográfica con escasa penetración del separatismo, sería susceptible de quedarse en España caso de aplicarse aquí la Ley de Claridad canadiense.
Resultado: ‘hoy en Quebec hay mucho menos separatismo’
Sea como fuere, lo cierto es que desde la Ley de Claridad el independentismo en Quebec ha menguado de manera continuada (excepto el repunte de 2008) hasta ser hoy un movimiento poco relevante. Las últimas elecciones a la Asamblea Nacional de Quebec (2014) se saldaron con el peor resultado electoral en 40 añospara el separatismo, obteniendo sólo 30 de los 125 escaños en liza.
Precisamente el impulsor de la Ley de Claridad, el exministro quebequés Stéphane Dion acaba de conceder una entrevista a El País en la que confirma que tras la norma, “en Quebec hay mucho menos separatismo” y que la posibilidad de una ruptura del país es hoy “muy baja”. “No diré que sea imposible, que el separatismo ha muerto, pero hay muy pocas probabilidades”.
Buenas noches, enviamos información del próximo concierto de la Orquesta Sinfónica de Ávila que tendrá lugar el próximo sábado, día 29 de julio a las 20.30 horas en el Lienzo Norte.
La Orquesta estará dirigida por el Maestro José Luis López Antón, director artístico y musical y el programa que se interpretará será el siguiente:
"Gaudeamus ígitur", el himno universitario que todo alumno y profesor conoce y ha cantado alguna vez (en latín) y casi nadie ha sabido lo que canta o dice... VERSIONADO LIBREMENTE en verso español (pero el sentido del himno se respeta plenamente)
Gaudeamus igitur, iuvenes dum sumus. (bis)
Post iucundam iuventutem,
post molestam senectutem,
nos habebit humus.
Ubi sunt qui ante nos
in mundo fuere?
Vadite ad superos,
transite ad inferos,
ubi iam fuere.
Vivat Academia,
vivant professores.
Vivat membrum quodlibet,
vivant membra quaelibet,
semper sint in flore.
Vita nostra brevis est, breve finietur.
Venit mors velociter,
rapit nos atrociter,
nemini parcetur.
Vivat nostra societas!
Vivant studiosi!
Crescat una veritas,
floreat fraternitas,
patriae prosperitas.
Vivat et Republica,
et qui illam regit.
Vivat nostra civitas,
Maecenatum charitas,
quae nos hic protegit.
Pereat tristitia,
pereant osores.
Pereat diabolus,
quivis antiburschius,
atque irrisores.
Alma Mater floreat
quae nos educavit,
caros et conmilitones
dissitas in regiones
sparsos congregavit.
GAUDEAMUS IGITUR (‘ALEGRÉMONOS PUES’),
EL HIMNO UNIVERSITARIO EN ESPAÑOL
Ubi sunt qui ante nos
in mundo fuere?
(“¿Dónde están quiénes antes de nosotros
en el mundo fueron?”.
La pregunta que resuena en todos los tiempos
y en todos los corazones humanos)
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Alegría a todos
jóvenes, hoy, somos.
Alegría a todos
jóvenes, hoy, somos.
Tras jocosas juventudes
tras ingratas senectudes
nos tendrá el polvo.
Tras jocosas juventudes
tras ingratas senectudes
nos tendrá el polvo.
¿Dónde están quién previos
en el mundo fueron?
Sube a los cielos,
transita el infierno
donde se fueron.
Vida nuestra breve es,
breve fenece.
Viene muerte presurosa,
ráptanos misteriosa,
nadie permanece.
¡Viva nuestra Escuela
vivan profesores,
vivan miembros del claustro,
reciban mi aplauso.
hónrenles honores!
¡Viva nuestra sociedad,
vivan estudiantes!
¡Que crezca la verdad,
florezca fraternidad
y patria prosperidad!
¡Viva cuestión pública!
¡Que se honre quien la rige!
¡Viva nuestra ciudad
que fraguó nuestra amistad
y tiempos felices!
¡Perezca tristeza,
perezcan dolores!
¡Perezca lo malo
que nos llegue al lado!
¡Por tiempos mejores!
Alma Mater florezca
de esta Universidad
los queridos compañeros
de orígenes muy diversos
que aquí unió la amistad.
¡Y que al salir de casa,
queridos compañeros
todos volvamos a ella
por caminos diversos!
¡Y que al salir de casa,
queridos compañeros
todos volvamos a ella
por caminos diversos!
Juan Pablo Mañueco . "Cantil de Cantos XI".
Es el primer poema que aparece publicado en "Cantil de Cantos XI" (2017)