Facundo
¿Por qué iba Facundo a dormir en la morada del amo cuando su trabajo consiste en no perder de vista la grey?
Facundo es la viva imagen de nuestra decadente sociedad. Un perro mastín, con contrato indefinido de trabajo –es guardián en el rebaño de ovejas regentado por Abundio– que ve amenazada su tranquilidad por las ideas woke y ecosostenibles que, hasta hoy –pensaba el muy infeliz-– no iban con él. Pero la cosa ha dado una vuelta de hoja cuando se ha enterado de la nueva ley que pretende dotarle de protección y derechos. ¿Derechos?… Si hace años que no tiene ni voz –debe amoldar su vigoroso ladrido a los horarios del erudito de turno que busca la paz en su aldea– ni voto –de momento…–. Esto último, tal y como se presentan los acontecimientos, espera conseguirlo pronto. Por ahora, otros deciden qué hacer con su vida y cómo vivirla. “Antes muerto que durmiendo en el piso”, fueron sus últimas palabras antes de despedirse con un ladrido y moviendo el rabo (me refiero a la cola de los cuadrúpedos, no al miembro viril de Facundo, quien, por si las moscas, procura no sacarlo a paseo, no fuera el caso que sufriera una indeseada castración). En una palabra, y para no aburrir demasiado a los que tantas memeces legislativas nos imponen, pero poco se preocupan por entender a los protagonistas de las mismas, ahí va lo que pienso acerca del can, al que la nueva legislación obliga a dormir en la morada de su amo.
¿Por qué iba a dormir en la morada del amo cuando su trabajo consiste en no perder de vista la grey? Si eso hiciera, no sería merecedor de vivir con la tripa llena. Dieta, por cierto, de la tierra, pues compagina el pienso industrial con las mejores sobras de chorizo, queso y pan que cada día acaban en sus fauces. ¿Distinguen los perruchos de piso las fragancias que nos regala la naturaleza? ¿Orinan y cagan cuando quieren, abonando la tierra, o se ven obligados a hacerlo en función de los ritmos y horarios de sus poseedores? Es Facundo un magnífico ejemplo de los últimos canes románticos: aquellos que la selección natural ha dotado de un pelaje majestuoso capaz de soportar los más crudos inviernos –tradicionalmente llamadas olas de frío, y, hoy, cambio climático –. Es Facundo un perro cuya felicidad radica en observar el firmamento cada noche mientras cuida y protege una manada que le admira y respeta. ¡Un respeto por Facundo, hagan el favor! Un respeto que se ha ganado a lo largo de su perra vida con trabajo y, sobre todo, lealtad. Nada que ver con los perros ególatras que tienen más trajes que ‘Antonio’ el de la Moncloa, a cuya imagen y semejanza pretenden equiparar a todos los canes.
No contentos con aborregar a la masa coral española, pretenden ahora “humanizar” a los perros de trabajo, animales que sirven a un propósito concreto en el campo, de modo que a partir de ahora se les considera animales de compañía y se amenaza la forma de vida que, en el campo, los canes han tenido durante siglos.
El autoritarismo es lo que tiene: la violación despótica de las libertades. Libertad de la cual nuestro protagonista va a dejar de disfrutar en breve –si no se le pone remedio– gracias a analfabetos funcionales que legislan sin conocimiento de causa. Por eso, Facundo ha invitado amablemente –tiene cara de bonachón— a la ministra Ione Belarra a irse a la mierda para, así, sentir en primera persona la esencia de nuestro campo. “Mierda eres y en mierda te has de convertir”. Aunque, matiza, “prefiero a la ministra en un piso de Madrid que jodiendo la tranquilidad que por estos lares tenemos”. Palabra de perro pastor.
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