Fernando Paz, Pedro Sánchez y Albert Rivera.
Fernando Paz, Pedro Sánchez y Albert Rivera.
El historiador Fernando Paz, candidato nonnato de Vox, tuvo que dimitir por sus opiniones sobre
 el Holocausto y la homosexualidad. Nos fijaremos -por hoy- solo en el primer tema. Le han acusado
 inadmisible que alguien con esas opiniones se presente como candidato al Congreso.
Pero si aceptamos el silogismo, deberíamos preguntarnos, en buena lógica, ¿es admisible que sigan 
en sus puestos del Gobierno, del Congreso o de las Comunidades Autonómas los negacionistas de
 un holocausto mucho más próximo a nosotros, un holocausto que se sigue produciendo, en tiempo 
real, delante de nuestras narices, sin que nadie parezca darse por aludido?
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Hablo del aborto, que destruye cada año más de 40 millones de seres humanos en el mundo
 (93.000 de ellos en España, a razón de 250 al día).
¿Por qué es negacionismo cuestionar un hecho ocurrido hace más de 70 años y no lo es silbar
 disimuladamente ante otro exterminio que está ocurriendo en la España de 2019?
El Holocausto fue terrible, pero ya fue. Mientras que el aborto está siendo
El Holocausto fue terrible. Una atrocidad inadmisible en un pueblo culto y avanzado como el 
alemán. Pero terminó exactamente en 1945. Es Historia, como lo son el genocidio armenio a
 manos de los turcos; las masacres de los jemeres rojos de Camboya; las matanzas de
 La Vandée en la Francia revolucionaria; o los sacrificios rituales de los aztecas… Es de 
pelos de punta eso de andar por ahí desollando prisioneros, empalándolos o sacándoles el 
corazón con un cuchillo de obsidiana. Pero, afortunadamente, ya pasó, ya fue. Mientras que el 
aborto está siendo.
No se trata de establecer comparaciones, porque cada vida, por pequeña e insignificante que
 sea -como la del niño en el vientre materno- tiene un valor incalculable. Como decía Ortega c
uando alguien alegaba que las atrocidades franquistas en la Guerra Civil eran menos que las
 republicanas: “cuando se llega a lo métrico nacional, mal asunto”.
Pero si nos ponemos estupendos con el Holocausto, no habrá más remedio que convenir un par de cosas.
La primera, es que la cifra de abortos desborda “lo métrico decimal”: desde las primeras legislaciones despenalizadoras de Occidente (Reino Unido, 1967; EEUU, 1973): más de mil millones de 
víctimas. Una cifra muy superior a los 6 millones de judíos eliminados por el Tercer Reich. 
Y muy por encima de los 200 millones de muertos causados por los regímenes totalitarios 
y las dos guerras mundiales.
Y la segunda es que si el Holocausto del aborto continúa es porque está legitimado por gobiernos,
 parlamentos y jueces. Y esto es lo más grave de todo. Esa legitimación de la masacre de inocentes
 no se veía desde la Alemania hitleriana; gobernantes, legisladores y jueces están dando alas al
 crimen contra la humanidad y convirtiendo en papel mojado la Declaración Universal de los
 Derechos Humanos (1948), que establece el derecho de “todos” a la vida (art. 3).
Con su gesto de dimitir en cero coma, Fernando Paz ha dejado en evidencia a Pedro Sánchez, Albert Rivera y a Pablo Iglesias que al negar el crimen del aborto son cómplices de esta forma de exterminio de inocentes. Y con ellos a buena parte de la clase política española, desde que se despenalizó el aborto en 1985.
Queda Pablo Casado. Por un lado, se ha manifestado a favor de la vida, subrayando que el aborto
 no es un derecho, lo cual le honra, y llegó a decir que quería derogar la ley Aído y volver a la de
 los tres supuestos de 1985. Lo ideal, lo democrático, lo que demanda el Estado de derecho, es
 aborto cero; como esclavitud cero; explotación de los niños cero; o tortura cero. Pero volver a
 la ley de supuestos podría ser un primer paso para poner coto a la lacra.
Lamentablemente no ha sido así. Casado ha dado marcha atrás. Le han debido dar un toque. 
“Déjalo como está Pablo, aspiras a la presidencia ¿no es así? pues entonces…” De suerte
 que el PP no va a tocar el tema, mientras el Constitucional no se pronuncie sobre el recurso
 que el partido presentó hace nueve años, contra la ley Aído.
Lo cual suena igual de cínico que la famosa frase “Detengan a los sospechosos” que dice
 el capitán Renault de la película Casablanca cuando Bogart mata al oficial nazi.
Si en nueve años el alto tribunal no se ha pronunciado pueden pasar tranquilamente otros nueve sin que diga esta boca es mía
Porque los ‘peperos’ son conscientes de que esperar al Constitucional es como esperar a Godot. 
Si en nueve años el alto tribunal no se ha pronunciado (a pesar de que en ‘illo tempore’ acordó 
dar “carácter prioritario a la tramitación y resolución” del recurso) pueden pasar tranquilamente 
otros nueve sin que diga esta boca es mía.
Si aun teniendo mayoría absoluta, como la tuvo Rajoy cuando ganó a Zapatero en 2011, dejó
 pasar la ocasión de derogar la ley Aído, es dudoso que ahora vayan a ponerse las pilas.
Admitir de boquilla que el aborto “no es un derecho”, pero no mover un dedo por suprimirlo, o
 al menos restringirlo, es una forma de negacionismo. Es carecer de vergüenza torera y
 decencia democrática. Eso sí, si a alguien se le ocurre cuestionar los desollamientos que 
practicaban los asirios en el siglo XIII antes de Cristo le cuelgan automáticamente
el sambenito de negacionista.