Con todos mis respetos y sin ánimo de faltar, la recién estrenada presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von Der Leyen, recuerda un poco a un extraterrestre. Ha dicho en una entrevista que Europa tiene futuro, que “las nuevas generaciones saben exactamente que Europa es su futuro (…) y es maravilloso”. ¿De verdad sabe lo que dice Frau Von Der Leyen?, ¿de verdad quiere que nos lo creamos?…
Ella más que nadie debería saber que si de algo carece el Continente dos veces Viejo es de futuro. Porque el reloj del envejecimiento no tiene marcha atrás, ni tampoco lo tiene el tictac-tictac de la oleada migratoria y la pérdida de las raíces culturales, que fomentan con entusiasmo suicida los propios gobiernos de la UE. 
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En un siglo, no habrá Europa porque casi no habrá europeos propiamente dichos. Así de simple. 
Cosas tan hermosas como “libertad”, “democracia”, “Estado de derecho” -que menciona la bienintencionada para despistada presidenta- suenan huecas, si no van acompañadas de contenido. Y el discurso de Von der Leyen, como el de Juncker, Macron, o incluso el de la sobrevalorada Angela Merkel es retórica vacía. 
Que entre los objetivos prioritarios que se fija Von der Leyen para la UE esté la lucha contra el Cambio Climático (un “Pacto Verde Europeo”), cuando la Unión se desliza por el precipicio de la insignificancia y del asilo demográfico, demuestra que está a por uvas. 
El cambio climático es el sexo de los ángeles del siglo XXI. Una forma de imitar al avestruz ante los verdaderos peligros
Resulta inevitable la comparación con los teólogos de Bizancio, enredados en sutiles discusiones sobre cuestiones perfectamente ociosas como el sexo de los ángeles, mientras los turcos se disponían a tomar Constantinopla. En su narcisismo, los bizantinos eran incapaces de ver la realidad. El cambio climático es el sexo de los ángeles del siglo XXI. Una forma como otra cualquiera de perder el tiempo, (sacar las perras al contribuyente) e imitar al avestruz ante los verdaderos peligros.
La UE actual, caricatura valleinclanesca del antiguo proyecto alumbrado por los Schumann, Monet, Adenauer y De Gasperi, se niega a ver su propio suicidio. Un suicidio cultural, pero también físico, literal, a través del aborto, legitimado como un derecho reproductivo. 
De ahí que haya sentado tan mal que en Eslovaquia se haya aprobado una ley que obliga a las mujeres que van a abortar a hacerse una ecografía para ver y escuchar los latidos del hijo que llevan dentro. Esa es la realidad. Pero en la UE no quieren ni oír hablar de ello. Ya se sabe: ojos que no ven corazón que no siente. 
La ceguera es extensible a los medios de comunicación y al clima de opinión de lo políticamente correcto. Una de las crónicas periodísticas sobre la iniciativa del país centroeuropeo comenzaba así: Viernes negro para los derechos de la mujer en Eslovaquia. Y recogía el carácter “perverso” y “regresivo” de la norma según organizaciones como Amnistía Internacional o el Comisariado para los Derechos Humanos del Consejo de Europa. 
Viernes negro. La semántica, que evoca a la Noche de los Cristales Rotos, de los nazis contra los judíos, no es casual. Los enemigos de la democracia son, para el código de señales del euro-establishment, quienes defienden la vida, la familia y los valores de Europa. El mundo al revés. Los “malos” de la película son Polonia, Hungría o Eslovaquia. 
Luego llega la señora Von Der Leyen y dice que Europa es la garantía de la dignidad del ser humano, y del respeto al Estado de derecho. Pero Bruselas pone un cordón sanitario a los únicos países que, con su apuesta por la vida y la familia, defienden la dignidad del hombre y los fundamentos de la democracia. 
Así, se calcula que con la ley de la ecografía obligatoria, la cifra de abortos de Eslovaquia se podría reducir en un 80%. Y Polonia ya ha logrado reducir la muerte de bebés en el seno materno gracias a una legislación muy restrictiva. 
Viktor Orban, por su parte, está fomentando la nupcialidad y la natalidad en Hungría, con incentivos fiscales, y no tiene el menor complejo en reivindicar las raíces cristianas del país y en subrayar que “la protección de la cristiandad es una obligación para el Estado húngaro”. Nada que ver con Macron, prototipo del dirigente eurócrata, que constata que no existe la cultura francesa
Frente al nihilismo errático de la Europa occidental, la oriental no sólo no renuncia a su ADN antropológico sino que defiende el legado cultural que ha servido de base para la democracia y los derechos humanos. Quizá porque los países del antiguo Telón de Acero han sufrido en sus propias carnes la bota totalitaria y aprecian la verdadera libertad. Carecen de complejos para defender la familia y la vida, porque han visto como el socialismo real las destruía. Y se han batido el cobre por la “europeidad” de Polonia, Hungría o Chequia, frente a la dictadura soviética. O sea, que no venga ahora Bruselas a darle lecciones de libertad. 
Sería bueno que Von Der Leyen dejara de calentarnos la cabeza con el calentamiento global, y leyera a La extraña muerte de Europa de Douglas Murray
Sería bueno que la nueva presidenta de la Comisión Europea dejara de calentarnos la cabeza con el calentamiento global, y leyera al británico Douglas Murray que en un libro revelador -y demoledor- describe la caída de la nueva Bizancio: La extraña muerte de Europa. Que no se confunda de enemigo: la verdadera Europa está ahora al otro lado del antiguo Telón de Acero; y si quiere comenzar a remozar un edificio en ruinas que no comience por el tejado sino por los cimientos: familia, vida, natalidad, valores. Ese sería el verdadero futuro de Europa.
Si es que a ella y a los eurócratas de Bruselas les queda algo de tiempo, ocupados como están, en discutir sobre el sexo de los ángeles.