En Pinto, en las afueras de Madrid, una niña de 13 años era hospitalizada después de que alguien, se supone que sus compañeros, le ahogaran hasta la pérdida del conocimiento.
En Granada, no sólo practicaron este juego de la muerte sino que, además, lo grabaron en vídeo-móvil y lo subieron a la red, como un gran logro. Lo cual parece más grave: consiste en jugar con la vida: la de lo demás y la propia… y presumir, orgullosos, de la hazaña.
Nuestros jóvenes viven entre la impotencia y la desesperación: ¿Qué les hemos enseñado?
 
Esto también es la España de 2018, la España de hoy, una España descristianizada. ¿Qué tiene que ver la expulsión de Cristo de la vida española con el estúpido juego de la muerte? Todo, porque la fe otorga, además, una razón para vivir… que es lo que busca, a veces desesperadamente, todo adolescente. Y es lógico: para la primera juventud solo hay dos posibilidades de existencia. Vivir en la esperanza o vivir en la desesperación. El punto medio, que puede ser mero aborregamiento, sólo llega con la vida adulta.
Vivimos la descristianización de España. Sí, porque la fe otorga una razón para vivir, justo lo que le falta a nuestra juventud
 
La pregunta es: ¿qué infancia han vivido estos chavales para llegar a la adolescencia y sentirse impelidos a entrar en el vértigo de la muerte, para jugar a 'ahorcar' al amigo o a dejarse ahorcar por el compañero? Para llegar a ese punto sólo hay un camino: la única creencia consiste en el sinsentido de la vida. Buena parte del España de hoy vive en ese sinsentido.
Nuestros jóvenes viven entre la impotencia y la desesperación: ¿Qué les hemos enseñado?
Son las tragedias propias de una sociedad ahíta, a la que no le falta de nada y no sabe qué hacer con lo que tiene
 
¿Qué hemos enseñado a nuestros adolescentes? ¿El juego de la muerte?
Lo que debería preocuparnos no es la formación de Gobierno, que, sea cual sea, no va a solucionar los dramas de Granada o de Pinto. Y estos dramas, sí resultan relevantes. Son las tragedias propias de una sociedad ahíta, a la que no le falta de nada y no sabe qué hacer con lo que tiene. Sólo queda una solución: volver a Cristo. Y con urgencia.