sábado, 16 de febrero de 2019

El aborto, el mayor genocidio de la historia

El aborto, el mayor genocidio de la historia
¿Habrá médicos que sean capaces de trocear el cuerpo de un bebé perfectamente formado? ¿Se encontrarán enfermeras dispuestas a ayudar en esta labor? Mucho me temo que sí. No sólo eso. La nueva ley contempla que se pueda dejar morir al niño que logre sobrevivir al aborto.

Alex Navajas

Engañaron a muchos al decir que había 300.000 abortos clandestinos anuales en España. Cuando se despenalizó en 1985, apenas se practicaron 1.000. ¿Dónde estaba esa supuesta demanda social?
Engañaron a muchos cuando planteaban que cómo se iba a obligar a una mujer sin recursos económicos a hacerse cargo de un nuevo bebé y que en ese caso era lógico que abortara. Pero entonces empezaron a abrir ‘clínicas’ privadas que se llenaron los bolsillos a costa de esas mujeres supuestamente pobres.
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Engañaron a muchos hablando de casos extremos de niñas de 13 años embarazadas, cuando la realidad es que la inmensa mayoría de mujeres que abortan ronda la treintena.
Engañaron a muchos asegurando que el aborto sería el último recurso y se pusieron condescendientes diciendo que “es un mal trago para la propia madre”, cuando la realidad es que 4 de cada 10 mujeres que abortan en España ya lo han hecho antes alguna vez.
Engañaron a muchos afirmando que con la educación sexual que iban a impartir se evitarían los embarazos no deseados, cuando la realidad es que se dispararon, terminando la mayoría de ellos en aborto.
Engañaron a muchos esgrimiendo los abortos en caso de violación, cuando la realidad es que éstos no suelen pasar del 0,07% de los mismos.
Engañaron a muchos defendiendo que el aborto no tiene ninguna consecuencia en la mujer, y ocultaron el síndrome del post aborto, que sume a muchas mujeres en una profunda depresión y desesperación para el resto de sus vidas.
Bastará que una mujer alegue que psicológicamente le supone un trauma tener el hijo para que automáticamente pueda prescindir de él
Pero ahora han dado una vuelta de tuerca más en la aberración. Tanto es así que incluso muchos que toleran el aborto se han visto consternados. El estado de Nueva York acaba de aprobar que se pueda terminar con la vida del bebé incluso hasta el noveno mes. Hace unos días, en medio de aplausos, risotadas, gritos de júbilo y apretones de manos, el asesino, el genocida, el maléfico, el siniestro gobernador del estado, impecablemente vestido, perfumado y peinado, firmaba –con tinta, pero podría haberlo hecho con sangre- una ley que permite el aborto hasta el último momento del embarazo.
Como de costumbre, los asesinos ocultaron esta orgía de sangre y muerte con motivos humanitarios, lo que convierte el hecho en algo todavía más vomitivo: dijeron que se limitará “a casos de inviabilidad fetal o cuando sea necesario para proteger la vida o la salud de un paciente”. Es decir, siempre. Bastará que una mujer alegue que psicológicamente le supone un trauma tener el hijo para que automáticamente pueda prescindir de él.
¿Habrá médicos que sean capaces de trocear el cuerpo de un bebé perfectamente formado? ¿Se encontrarán enfermeras dispuestas a ayudar en esta labor? Mucho me temo que sí. No sólo eso. La nueva ley contempla que se pueda dejar morir al niño que logre sobrevivir al aborto. ¿Hay alguna imagen más macabra que la de unos sanitarios lavándose las manos y quitándose indiferentes la ropa del quirófano mientras un bebé con el cuerpo abrasado por la solución salina agoniza a pocos pasos?

Hoy me toca escribir sobre esto. No es agradable. Pero nos toca levantar la voz contra esta barbarie, contra el mayor genocidio de la historia. No queramos tener las manos manchadas de sangre por nuestro silencio.