Un grupo de estudiantes se manifiestan en el mes de mayo de 1968 en París.
Si miramos Mayo del 68 con la distancia que proporciona el paso del tiempo, la imagen que nos
 queda es como si se hubiera dado un pacto no escrito. Como si el Poder, metafóricamente hablando, 
le hubiera dicho a los universitarios rebeldes: “Queréis cambiar la política, pero eso no lo vamos a
 permitir. Las cosas permanecerán como siempre y seguiremos dominando el mundo los de 
siempre, pero a cambio os vamos a dar un maravilloso regalo que os llevará muy lejos: la libertad 
sexual, completa y absoluta”. Y con ese seductor caramelo la revolución política se transformó 
en revolución sexual.
El poder no cambió de manos, pero en la sociedad de instalaron las semillas del amor libre, de
 las distintas ideologías de género, del aborto, y de las relaciones líquidas en general. El progresivo 
desarrollo de la revolución sexual cuajó al cabo de dos o tres décadas en un fenómeno arrollador:
 una hipersexualización de la sociedad, un auténtico tsunami sexual.
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Conviene no desmitificar el idealismo del 68 para que siga vigente el pacto silencioso
En la actualidad el sexo ha ocupado todos los espacios posibles e invade los rincones de la vida 
personal y social de los individuos. Promiscuidad normalizada, iniciación cada vez más temprana en
 las relaciones sexuales, consumo disparado del porno gratuito, cibersexo diversificado, prácticas 
crecientes de sexo grupal, bisexualidad… Pero este paraíso bonovo hace tiempo que empezó a mostrar 
su lado oscuro. Creció un machismo primario que ha desembocado en una violencia de género
 brutal, se dispararon los embarazos no deseados y por tanto los abortos, los abusos sexuales, 
acosos y violaciones asaltan a diario los periódicos, en el seno de las familias y en ambientes 
educativos han proliferado los casos de pederastia, la institución matrimonial se ha venido abajo y
 muchos jóvenes ya no tienen ni idea de cómo madurar en una relación sentimental. Por poner 
sólo algunos ejemplos.
Es evidente que estas cosas son de muy diversa naturaleza y requieren aproximaciones distintas, 
pero también es evidente que todas son ramas del mismo tronco, y eso sin embargo no es políticamente
 correcto afirmarlo. Es el gran tabú. Conviene no desmitificar el idealismo del 68 para que siga vigente
 el pacto silencioso. De hecho esta hipersexualización ha estado siempre favorecida y apuntalada por
 el Poder, bajo el eufemismo de “políticas progesistas”.
El problema es que las lacerantes lacras descritas y sus no descritas consecuencias -familias 
desestructuradas, niños sin vínculos, mujeres solas, heridas o aterradas, varones inseguros, adultos 
trastornados por infancias abusadas, y un largo etcétera…- son lacras que pasan facturas muy elevadas
 y el precio que estamos pagando es el fin de nuestra civilización. No digo que la hipersexualización
 sea la causa de la desaparición de nuestra cultura multisecular grecorromana y judeocristiana, pero
 sin duda es una expresión elocuente y multiforme de dicha debacle. En Mayo del 68 se resembraron 
otras semillas de la Ilustración como la del rechazo de la tradición o del principio de autoridad 
que añadidas al guiso de la revolución sexual, nos han dejado este venenoso manjar.
Pero la naturaleza humana es imbatible, y tras probar la hiel experimenta la nostalgia de la miel, y
nos toca ahora emprender un largo y oscuro camino en busca de nuestro verdadero rostro humano.
 Cuanto más oscura es la noche, más brilla la luz. Y se ven luces en la noche. Pequeñas. Oscilantes. 
Pero luces. Tendremos que despertar a la razón y seguir las estelas luminosas. Habrá que ir a beber 
a los oasis de humanidad. Que los hay.