Imagen referencial. /Pixabay
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Ahora que por fin se ha abierto del todo el melón inmenso de la mal llamada violencia de género, vale la pena explicar algunos casos particulares para entender la globalidad.
Las denuncias de la tal violencia de género interpuestas por mujeres desde la aprobación en 2004 de la LIVG superan en España ya el millón setecientas mil, de las que mas del 60% han sido sobreseídas y, del menos de un 40% que ha llegado a juicio, más de un 20% han sido absoluciones y menos de un 20% han resultado sentencias de culpabilidad. Entre ellas no son un número menor las llamadas sentencias por conformidad, cuyo origen es el siguiente: tras una noche o un fin de semana en un calabozo, destrozado psíquicamente, sin entender nada y mal aconsejado por un abogado de oficio que quiere terminar cuanto antes, el acusado firma su culpabilidad por la oferta del final de su pesadilla y una pena menor. En realidad está firmando el comienzo de otra pesadilla peor, pero eso es otro artículo.
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Vayamos a ese alto porcentaje de sobreseimientos que las feministas vividoras de esta trama niegan que sean denuncias falsas fundamentándose en la figura jurídica de falsedad en el testimonio dictada por un juez: son falsas según este criterio legal aquellas en las que, en pleno juicio, el juez, ya mosqueado, deduce testimonio de la farsante acusadora dictaminando que hay falsedad. Un número ínfimo, porque la mayoría de las denuncias sin fundamento se filtran en los sobreseimientos al no existir pruebas sustentables del tal maltrato o porque el juez da por absuelto al acusado sin meterse en más honduras.
Ese más del 60% de denuncias desestimadas engloba denuncias en los procesos de divorcio para obtener las consiguientes ventajas: orden de alejamiento del acusado, custodia de los hijos con su coletilla de posesión de la vivienda familiar y pensión compensatoria, además de una posible renta por “presunta maltratada” y alguna otra ayudita de los ayuntamientos.
Entre esos casos, también están los de las amigas de Maleni. Y quizá el de Maleni, si le salió bien la jugada de hacer que nos entrevistáramos y contármelo todo.
Maleni, inmigrante hispanoamericana con cinco hijos, contactó conmigo desde una capital de provincia del norte alegando que una compañera había leído mi libro, que estaban muy de acuerdo y que quería conocerme. Como viajaba en esas fechas a Logroño y dada la cercanía, quedamos en conocernos allí.
Maleni llegó con una “amiga” de claro aspecto español que la traía en coche y que permaneció callada hasta que pude enterarme de quién era. La ecuatoriana comenzó a desgranarme su problema: casada con un auténtico maltratador y estando ya la familia en España, éste la había abandonado con los cinco hijos por una mujer a la que antes de un año había asesinado.
El tipo dio con sus huesos en la cárcel y el problema de Maleni era el siguiente: los Servicios Sociales de esa localidad habían prometido casa y ayuda económica a todas las mujeres inmigrantes hispanoamericanas a cambio de una denuncia de violencia de género para sus maridos. Y ella, maltratada real y con cinco hijos a su cargo, no podía ponerla porque su marido llevaba dos años en la cárcel por el asesinato de su nueva pareja y no podía maltratarla desde allí.
Y los servicios sociales eran muy claros: si no hay denuncia, no hay ayuda.
Todas las amigas hispanoamericanas de Maleni habían puesto la citada denuncia. Y recibido a cambio los pisos y las ayudas.
Al menos algunas de esas denuncias que las feministas dicen que no son falsas, que son “no probadas” tiene este origen. En esa capital, unas cuantas. En cada pueblo grande y ciudad de España el entramado funciona de la misma manera, así que sumen casos y traten de poner un nombre a todas esas denuncias que no sea FALSAS porque eso, según las feministas lo tiene que determinar el juez. Busquen también un nombre a este entramado mafioso que hay que desmontar desde su raíz.
Maleni también se quejaba de otra cosa. Dirigiéndose a su silenciosa amiga dijo: “Nos tenéis detrás de las pancartas todo el día prometiéndonos las ayudas y ahora me encuentro con que no me dais nada”.
Maleni que, según me contó, había trabajado en todo lo que pudo surgirle para sacar a sus hijos adelante, pidió ayuda social ante su desamparo, sola y con los cinco hijos. Como muchas otras mujeres, había sido derivada a Asuntos Sociales y de ahí, el lobby feminista que controla la mayoría de estos servicios la había estado utilizando, como a sus compañeras hispanoamericanas, para asistir a todas esas manifestaciones espontaneas de indignación popular que llenan las calles con el caso de Juana Rivas, la manada y otras historias que ustedes recordarán también. Y, completamente al margen de las reivindicaciones de las manifestaciones, Maleni y su amigas habían asistido igualmente a la marcha feminista del 8M, y a otras de similar pelaje morado y odiador.
Pero Maleni, pese a su entrega a la causa pero por causa de tener cinco hijos desamparados, no podía poner denuncia de violencia de género. Y decidió denunciar la situación a quien denunciaba estas situaciones: yo. Supongo que como medida de fuerza para que le hicieran caso, o por si yo, perseguida, insultada y despreciada por tratar de destapar toda esta basura, pudiera hacer algo. ¡Qué más hubiera querido! La asistente social, si aún tenía vergüenza, se fue bien servida de reflexiones. Lo otro que me quedaba es contarlo para tirar otra piedra al montaje, a ver si lo derribamos.
No sé si Maleni consiguió su ayuda. La necesitaba y la merecía sin necesidad de incriminar a nadie. Pero está visto que nadie da duros a cuatro pesetas ni de un dinero público que todos aportamos para que se ayude al necesitado. Porque el dinero público se está utilizando para justificar los puestos de todas las vividoras de la violencia de género. Y para coaccionar y utilizar como esbirras a miles de mujeres necesitadas. Y ésta es una de las formas en que funciona esta máquina de picar carne para que coman unos buitres que, en general y con variantes es: “denuncia y hay ayuda”, “colabora y hay ayuda”, “adoctrina y hay ayuda”, “defiende este negocio y hay ayuda”.
Porque en este entramado de miserables, las amigas de Maleni son, en todo caso, las menos responsables. A veces, incluso, un poco víctimas, como lo es Maleni. Y su acompañante la trabajadora social, una funcionaria adoctrinada y sin principios que defiende y justifica su puesto y reparte ayudas según el criterio que le imponen.
Por eso hay que ir a la cabeza.