“Díganles a mis hijos que les amo”, declaró Simone Barreto, esa negra brasileña residente en Niza que estaba asistiendo a misa el pasado 29 de octubre en la Basílica de Notre-Dame de Niza. Junto con otros fieles, dos de los cuales fueron degollados, fue atacada por el terrorista musulmán Brahim Aoussaoui, pese a cuyos ataque consiguió refugiarse, herida y ensangrentada, en un bar de las cercanías, donde sin embargo no conseguiría sobrevivir.

Estamos esperando con auténtica impaciencia que el conjunto de la beatería progre, el hembrismo anticisgénero y antipatriarcal, el movimiento LGTBQI en sus múltiples y variopintas variantes, el movimiento racista antiblanco denominado Black lives matter, así como la jerarquía eclesiástica encabezada por Su Santidad el papa Bergoglio, que fue a bendecir en persona la llegada de inmigrantes a la isla de Lampedusa —y entre ésos figuraba el asesino (ya fuera aquel mismo día u otro cualquiera)— tengan a bien indicarnos el día  y la hora a la que han convocado la manifestación de protesta que el vil asesinato de esta brasileña de color, al menos ella, se merece.

Si quieren olvidar a los otros pobres blancos asesinados —cosa que sería lógica dentro de los esquemas de pensamiento y actuación de tales gentes— que los olviden. Pero ¿a ella? ¿A una brasileña de color?... ¿Se van a olvidar de ella? ¿Será posible que ninguno de sus todopoderosos periódicos y televisiones del Sistema la vaya siquiera a mencionar?

Ah, eso sí, a la puerta de la Basílica de Notre-Dame de Niza hay en este momento multitud de flores y de velas encendidas. Los yihadistas que se preparan a nuevos atentados (un sacerdote de Lyon fue ayer mismo tiroteado y herido) están temblando de miedo ante este conmovedor despliegue floral.