Sólo les queda la radio. Los rebeldes ya no tienen más instrumento que esta primitiva máquina de voces para hacerse escuchar. Ni siquiera toda la población les entiende; el árabe ha pasado a ser la segunda lengua de la III República y su aprendizaje es prioritario sobre el del castellano, que es como se llama al español simplificado. El funcionario del departamento de comunicaciones del Ministerio de Igualdad conectó los viejos transmisores y se puso a la escucha. Pronto, desde Moscú, el octogenario Juan Manuel de Prada se sentaría delante de un micrófono para hacer llegar su mensaje subversivo a los escasos oyentes que le quedasen en la Confederación Peninsular de Repúblicas Soberanas, lo que en otro tiempo se conoció con el nombre hoy prohibido de España (el Nuevo Código Penal castiga con multas de seiscientos mil euros a quienes llamen “España” al territorio confederado y a quienes se autodenominen “españoles”).

El funcionario número 593.582 del Ministerio de Igualdad era un hombre afortunado. Había conseguido su empleo en una promoción especial que incluyó, de manera excepcional y con grandes protestas de las funcionarias, a sesenta hombres blancos y heterosexuales, especialmente necesarios para el mantenimiento de las instalaciones y para ciertos asuntos técnicos, como, por ejemplo, la radiofonía. Y es que la radio era el único medio de masas que escapaba a las verificadoras del Ministerio, la única voz que seguía cimarrona y montaraz, ajena a todos los bloqueos de las redes informáticas dispuestas por los organismos del Sistema Global de Información. 593.582 —los nombres cristianos habían sido suplantados por números en el Ministerio, fase inicial de un proyecto que se pensaba extender a toda la minoría nativa, para que no se aferre a viejas señales de identidad— sintonizaba Radio Moscú; al otro lado del mar de ondas hertzianas se encontraba una comunidad de seis mil españoles de los de antes, que habían preferido el exilio cuando en la Confederación se hizo obligatorio comer algas e insectos, vacunarse dos veces por semana, hablar y escribir en castellano simplificado y leer sólo los libros recomendados por el Ministerio de Igualdad. Esta última medida, aparentemente de poca trascendencia, porque nadie leía, ocasionó costosos expurgos de bibliotecas públicas y privadas en las que se almacenaban textos supremacistas de toda índole: desde Goethe a Platón, desde Calderón de la Barca a Gerardo Diego. Se tardó más de un año en destruir millones de volúmenes que transmitían los valores de la vieja cultura patriarcal, operación en la que se incluyó la música clásica, que ya nadie escuchaba por orden ministerial desde hacía más de veinte años. Cuando la ministra de Igualdad quemó las Majas de Goya, las Inmaculadas de Murillo y la Dánae de Ticiano enfrente del Botánico madrileño, se culminó la larga labor de inclusión multicultural iniciada a principios de siglo por Zapatero.

Fue entonces cuando miles de españoles no aguantaron más y se exiliaron al único país europeo que seguía siendo cristiano: Rusia, el enemigo hereditario del progresismo. Desde Moscú se empezaron a enviar mensajes subversivos contra la Confederación, en los que se escuchaba música de Falla y de Albéniz, donde se recitaba a Quevedo y a Bécquer, donde se explicaba qué fue la Reconquista, qué la obra de España en América, qué la guerra del 36. Las verificadoras lograron bloquear todos los canales de difusión de estos mensajes menos los radiofónicos, que siguieron con pertinaz presencia en las ondas. Por eso 593.582 esperaba el momento del mensaje de Prada para lanzar sus interferencias, mientras meditaba sobre

El Plan Estatal de Emasculación, una iniciativa para castrar a la población española cristiana

el Plan Estatal de Emasculación, una iniciativa del Ministerio para castrar a la población española cristiana y acabar así con toda posibilidad de supremacismo eurocéntrico en la Confederación. “No debe de ser algo tan malo cuando las juventudes del Partido Popular se han apuntado en bloque —pensó—. Parece que es un requisito esencial para obtener un cargo y en la Confederación la única fuente de empleo y sueldos es la política: la última empresa privada cerró hace más de diez años”.

Mientras 593.582 meditaba sobre si le convenía castrarse o no para conseguir un ascenso y dejar de ser un paria de género, la voz inconfundible, chestertoniana, de Prada empezó a sonar entre las ondas...