Un extendido rumor quiere que los poderes fácticos hayan dado el visto bueno a este gobierno, el primero con comunistas confesos de nuestra historia, con una condición: la economía no se toca. Es decir, no demasiado, no como se teme de los comunistas. En todo lo demás, ancha es Castilla.
Lo que hace estériles muchos de los debates públicos es que siguen partiendo de realidades que hace tiempo dejaron de existir, como los generales que se preparan para la nueva guerra como si fuese la anterior. Por ejemplo, estoy íntimamente convencida de que la única razón de que la clase obrera no haya votado masivamente a Vox es por esa idea residual de que la izquierda “se preocupa de los de abajo” y de que cualquier derecha es siempre el partido de los ricos.
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Pero la izquierda no está ya en la economía, o no con excesivo énfasis. Esa batalla está decidida hace tiempo ya en Occidente, y no hay país que no aplique una receta muy similar, arriba o abajo, ganen las izquierdas o las derechas. El más radical de los gobiernos europeos, el Syriza de “mi amigo Alexis”, tuvo que recoger velas en seguida y pasar por el aro.
No, la izquierda, la progresía está en un proyecto mucho más ambicioso que tiene como centro el sexo, es decir, la fuente misma de la vida y la razón de ser de la familia. Mil veces más complejo y explosivo que la economía, créanme.
¿Cuántas veces habrán oído/leído que “el sexo es una cuestión privada en la que nadie debe meterse, y menos que nadie el gobierno”? Es uno de esos mantras que uno dice y escucha como quien sienta una premisa absolutamente obvia. Solo que no es cierto, en absoluto. El sexo y las normas que lo regulan tiene una transcendencia gigantesca sobre la cosa pública. De hecho, sin sexo no hay sociedad, ¿no?
A Occidente le hubiera hecho menos daño un bombardeo nuclear que la Revolución Sexual
Desde finales de los sesenta hay en marcha una Revolución Sexual que ha cambiado radicalmente nuestras sociedades, con consecuencias mucho más profundas y duraderas que, por ejemplo, las más disparatadas medidas económicas de los regímenes comunistas. Y es curioso que esta revolución, más transcendental para el destino de nuestra civilización que cualquiera anterior, se trate tan frívolamente por lo general y, sobre todo, de modo tan erróneo. El primer error es pensar que es accesoria, menor comparada con las revoluciones políticas y económicas. El segundo, que ha sido, en lo general, positiva.
Y no: ha sido devastadora. A Occidente le hubiera hecho menos daño un bombardeo nuclear que la Revolución Sexual, que nos ha traído la destrucción de incontables matrimonios, pornografía ubicua al alcance de cualquier niño, niños que crecen sin padre, una crisis demográfica sin precedentes, el envejecimiento acelerado de la población (y la consecuente necesidad de fomentar la inmigración masiva, con sus propios problemas de sustitución cultural), el genocidio respetable y silencioso del aborto, la ideología de género, el feminismo radical con su enfrentamiento de los sexos y muchas otras aún más hondas, como la comercialización de los seres humanos y su infantilización.
Nos quieren divididos, nos quieren átomos fáciles de controlar, que lo necesiten todo del poder y estén dispuestos a ceder su independencia y su dignidad
No está mal, ¿verdad? El objetivo es destruir lo que ha construido nuestra civilización, la familia monógama estable. Y es curioso que pocos se hayan parado a pensar en qué ha traído la monogamia y qué podría traer su desaparición, cuya primera fase estamos viviendo ya. Porque debería ser un aspecto esencial en cualquier ideología.
Imponer la monogamia significa, por ejemplo, que casi todos los hombres y casi todas las mujeres tienen grandes probabilidades de tener pareja, una familia e hijos propios. La familia es un elemento estabilizador esencial, lleva al hombre, especialmente, a controlar los aspectos más asociales de su naturaleza, a producir más de lo que consume, a pensar a largo plazo, a crear cosas que duren.
La derechita, la derecha del consenso, con sus habituales cobardía, ceguera y complejo de inferioridad, ni siquiera se ha planteado en serio oponerse al gran plan de la izquierda de ingeniería social a través del sexo, y por eso tenemos lo que tenemos. ¿Paro, deuda, más impuestos? Sí, claro, son socialistas; pero olvídense de eso, que es peccata minuta comparado con lo otro, con la aceleración en la disolución del último refugio de libertad de los ciudadanos, la familia. Nos quieren divididos, nos quieren átomos fáciles de controlar, que lo necesiten todo del poder y estén dispuestos a ceder su independencia y su dignidad para que no les quiten sus juguetes y su licencia infantil. Es dar el golpe de gracia a lo que queda de esas últimas redes de lealtad humanas que es la familia.
Despertemos. Dejemos de mirar para donde no es y, sobre todo, dejemos de hacerle el juego a los enemigos de la civilización fingiendo que lo preocupante es lo que estos bolivarianos puedan hacer con nuestros ahorros.