1.- Siempre han sido islas
La geografía -y no sólo la historia- imprime carácter. Y el Reino Unido ha sido siempre una isla (o isla y media, contando a Irlanda del Norte). Política y económica. Y no pequeñita como titulaba interesadamente The Guardian su portada. Sigue siendo una potencia económica de primera magnitud, y una importante base financiera. Pero siempre isla, orgullosa y un punto recelosa frente a la Unión Europea. Siempre ha tenido un pie fuera -no estaba en el euro ni en el espacio Schengen-; y mirando constantemente a su primo-hermano del otro lado del Atlántico. 
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Es difícil saber si el adiós a la UE será una catástrofe, un beneficio o un poco las dos cosas, lo cierto es que el brexit le va a permitir estrechar relaciones con EEUU, y con Canadá, Australia y otros países de la Commonwealth, una vez rotos (o aflojados) los lazos de un sistema en exceso regulador, que actuaba como freno en las relaciones comerciales. Y, en todo caso, no estamos ante una ruptura total porque Londres y Bruselas tienen demasiados intereses económicos comunes. Gestionarlos es, a partir de ahora, capítulo esencial en el proceso de negociaciones que inician. 
La cuna de Stuart Mill ha apostado por una mezcla de liberalismo y pragmatismo. Como apunta Gregorio Luri, los británicos saben que en el contexto de la globalización, “en el que el Pacífico va para arriba, el Atlántico va para abajo y el Mediterráneo es un lugar de turismo y museos arqueológicos, si no estás actuando donde se cuecen las cosas, quedas marginado”. Y por tanto al Reino Unido no le cuesta mucho dejar atrás a “una Europa que no puede creer en sí misma por la sencilla razón de que no sabe quién es”.
2.- O nos creemos la democracia o no nos la creemos
Dejando de lado, las consecuencias económicas, lo que se ventila es un asunto de soberanía nacional y -unido a este- de democracia. El establishment político y mediático de Occidente se echó las manos a la cabeza ante el resultado del referéndum de David Cameron, y desde entonces ha vaticinado las doce plagas de Egipto para el Reino Unido y el resto de Europa; igual que criticó el resultado del referéndum que en Colombia dijo “No” al plan de paz con los terroristas de las FARC, o la victoria de Trump en las elecciones de EEUU. Hasta el punto de pedir que se repita el referéndum, para que el ciudadano británico vote correctamente. 
Descalificar a tractoristas y jubilados, convirtiéndolos en electores de segunda, frente al ilustrado voto joven y urbanita es cargarse el pilar de la democracia
Lo cual supone insultar a los votantes británicos y enmendar la plana al propio sistema democrático. Máxime cuando se ha argumentado que primero, salió el brexit porque el pueblo fue engañado. Y segundo, que salió gracias al voto rural y de los viejunos. Respecto al engaño, hay que recordar que todas las campañas electorales están plagadas de mentiras como una casa y los líderes prometen la Luna y luego si te he visto no me acuerdo. Y descalificar a tractoristas y jubilados, convirtiéndolos en electores de segunda, frente al ilustrado voto joven y urbanita es cargarse el pilar de la democracia: “cada persona, un voto”, y cada uno tiene el mismo valor. 
Como escribió Candela Sande en este periódico: “Si un pueblo es lo bastante tonto como para dejarse engañar, eso es un argumento general contra la democracia, no contra este referéndum en concreto”. Y “si hay que repetir las consultas democráticas hasta que salga lo que quiera el poder, la democracia es una filfa”. O nos creemos la democracia o no nos la creemos. 
3.- Y el cáncer de la UE es, precisamente, el déficit democrático
Lo que nació como un Mercado Común para relanzar económica y comercialmente al Viejo Continente, con el Tratado de Roma de 1957, ha devenido superestructura despótica que entra en la soberanía de los países miembros como un elefante en una cacharrería. Es el famoso déficit democrático de la Unión. No hay más que ver como ha ido acaparando competencias sin rendir cuentas a nadie. Y diseñando políticas, a espaldas de los ciudadanos de los países miembros.
Lo ha explicado con meridiana claridad el británico Daniel J. Hannan, en el Parlamento Europeo. Mientras el club fue una Comunidad Económica, no problem. viene a decir. Porque era una asociación de estados interesados en el comercio y la economía. Todo cambió con el Tratado de Maastricht (1992), cuando “la jurisdicción de la UE” comenzó  a extenderse “a una serie de campos no económicos: política exterior, cultura, migración, derechos de los ciudadanos, etc.. (…) La aspiración era tener a la UE como un cuasi Estado con una bandera, un parlamento, una moneda, un presidente, una embajada externa”. 
El resultado casi 30 años después de Maastricht es que una elite burocrática -que, ojo, nadie ha elegido- mangonea a soberanías nacionales. De una forma menos polite que mister Hannan, lo expresaba el actor Michael Caine, que no oculta sus orígenes proletarios: “Voté a favor del brexit porque oí hablar a Jean-Claude Juncker [presidente de la Comisión Europea]. Este hombre era el ex gobernante de un país casi tan pequeño como una emisora de radio (Luxemburgo); y le oír decir lo que tenía que hacer David Cameron, el premier de mi país y una persona a la que sí había votado”. Y añade: “¿Quién había elegido a Juncker? ¿Y para qué? Me pareció una broma”.
(sumario)  Como en el Estado soviético, nadie elige a los mandamases de Bruselas, se castiga al disidente, y se difunde la corrección política convirtiéndola en una ideología represora
4.- Y no solo despotismo político, sino también ideológico
Lo inquietante es que ese supergobierno no solo se extralimita en su papel político, sino que va más allá e impone dogmas en el terreno ideológico. Un antiguo disidente de la URSSVladimir Bukovski establece un sorprendente paralelismo con la UE. Como en el Estado soviético, nadie elige a los mandamases de Bruselas, se castiga al disidente, y se difunde la corrección política convirtiéndola en una ideología represora.
Es el caso de las políticas de Género, que la UE promueve, impone y financia. Una clara extralimitación de su papel, al invadir la esfera privada de los ciudadanos para dictar cómo deben pensar o comportarse.  
Un par de ejemplos. El Instituto Europeo para la Igualdad de Género cuenta con más de 52 millones de euros para incorporar la perspectiva ‘Gender’ a las políticas nacionales. Uno de sus objetivos confesos es “educar la conciencia de los ciudadanos de la UE en la igualdad de géneros”. Y Bruselas financia a ONGs proLGTB para imponer la agenda de género a los 500 millones de residentes de los países súbditos. Una de ellas es la Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans e Intersex (ILGA), financiada en un 70% con fondos europeos. El otro 30% está cubierto en su mayor parte por la Open Society, la organización del magnate George Soros.
Quienes mejor lo ven son quienes han sufrido la opresión del Este. El filósofo polaco Ryszard Legutko, ex ministro de Educación y europarlamentario, sostiene en su libro The Demon in Democracy, que las ideologías dominantes de la Europa actual -en la que se incluyen instituciones como la UE- empieza a parecerse al comunismo soviético. 
Como detalla Jorge Soley en un artículo, estamos cada vez más expuestos a una omnipresencia de la ideología dominante que “permea las vidas públicas y privadas, emana desde los medios, los anuncios, las películas, el teatro y las artes visuales, se expresa a través de lo que se nos presenta como el ‘sentir común’ y de unos descarados estereotipos, y mediante los currículos educativos, desde el parvulario a las universidades”. 
5.- Puede servir para que la UE haga autocrítica
Quizá el denostado brexit le preste un servicio a la propia UE, si es capaz de hacer autocrítica. Si los británicos se han ido no es porque sean unos fatuos aislacionistas o unos cafres ignorantes y populistas, sino porque quizá la UE no es tan perfecta como ella misma cree. De alguna manera el brexit pone a la vieja Europa frente a sus contradicciones. No es probable que ocurra, pero la UE, o mejor dicho la eurocracia de Bruselas, debería apearse de su arrogancia y admitir que no es ni un Imperio, ni una supernación. 
Por más que Churchill hablara de unos Estados Unidos de Europa, la UE no es tal cosa, ni los países miembros son Estados federales, como Virginia, Delaware o Massachussetts. Tampoco es el Sacro Imperio de Carlomagno, ni siquiera la Cristiandad, de nuestro Carlos V. 
Es -o ha llegado a ser- más bien una superestuctura funcional y postiza. Unas siglas. Ni más, ni menos. Y nadie da la vida por una siglas. Por España, Britania o Alemania, tal vez, aunque a uno le asaltan las dudas viendo a los millenials o los chavales la generación Z. Pero por unas siglas, menos todavía. A la UE se le podría aplicar aquello de Julio Camba: “Morir por la democracia es como morir por el sistema métrico decimal”.