martes, 8 de noviembre de 2016

Por qué debemos salir de la OTAN (y III) Por un movimiento regenerador


Por qué debemos salir de la OTAN (y III) Por un movimiento regenerador
Pío Moa
Hemos visto dos argumentos principales por los que España debe salir de la OTAN. El primero es que esa organización, lejos de garantizar la paz y  la estabilidad, lleva decenios desestabilizando a diversos países, injiriéndose en sus asuntos internos y fomentando golpes de estado, invasiones y guerras civiles. Así en países árabes y Afganistán, o cercando a Rusia y  creando un nuevo foco de tensión en el mundo. España no debe participar en esas “misiones de paz” bajo mando extranjero, al servicio de intereses ajenos y en idioma extranjero, para más inri. La OTAN tuvo su razón de ser en la amenaza soviética; desaparecida esta, debió haberse disuelto. Lo que ha ocurrido es lo contrario, y ese hecho, responda a los designios que responda, que ahora no vamos a analizar, no responde ni a los intereses de la paz ni a los nuestros propios.

   La segunda razón es que la posición de España dentro de esa alianza es, y solo puede ser, una posición de lacayo o de peón de brega de unos intereses que, en el caso concreto de Gibraltar y Ceuta y Melilla no solo no son los nuestros, sino que son contrarios por completo a España.

   Al analizar la cuestión militar las razones son igualmente claras. España solo tiene un enemigo potencial en Marruecos, y ese problema puede afrontarlo solo, sin necesidad de la OTAN.  En cambio a la OTAN le conviene España, por su posición geoestratégica. Es decir, una España lacaya y servil a sus directrices. Pero una salida de España no tendría por qué alterar nada esencial, salvo que España tomara una actitud de abierta hostilidad o alineamiento con otras potencias, cosa que no tiene por qué ocurrir. España debe volver a la neutralidad, compartida por Suecia o Suiza en las dos guerras mundiales. Esa sería la mejor solución, aunque exige una posición firme y sensata hoy por hoy imposible, no debido a las circunstancias, sino al carácter un tanto bananero de nuestros  políticos y nuestra democracia.

   El problema, por tanto, es político, creado precisamente por una clase política inculta, frívola, provinciana, sin apego al propio país, a la que corresponde bien la definición de Azaña para los suyos: “política incompetente, de amigachos, de codicia y botín sin ninguna idea alta”. Y que de paso ha destruido el estado de derecho, como observaba hace unos días. Una oligarquía perfectamente a gusto con la colonia de Gibraltar, a la que ha convertido en un emporio de negocios oscuros y en  la que probablemente tienen dinero negro muchos de sus miembros, que financia a los separatismos  y habla con la mayor naturalidad de entregar la soberanía “por toneladas” a la burocracia de Bruselas y, por supuesto, al alto mando de la OTAN.

    En otras palabras: el problema está ligado a otros más internos como son la integridad de España o la regeneración democrática, que exigen una nueva clase  política. La solución, que no será fácil ni rápida, solo puede partir de un movimiento popular en esa dirección, un movimiento neutralista y regenerador. Desde luego, es posible ponerlo en marcha con un discurso y argumentario claros, y yo invito a hacerlo; pero no hay indicios de que vaya a ocurrir por ahora. En todo caso, quede ahí la idea.