martes, 24 de marzo de 2020

Es por nuestro bien (José Jiménez Lozano)


A LA LUZ DE UNA CANDELA

José Jiménez Lozano, Premio Cervantes

Diario de Ávila domingo 29 de marzo de 2009



Es por nuestro bien

Parece que no puede dudarse que hasta hace muy poco no solo pa­recía que las gentes poseían un sen­tido de lo justo y lo injusto, sino algo más que el aroma del vaso, y no me­nos de un grosor de dos dedos de en­jundia jurídica, como de su cristian­dad decía Sancho. Es decir, suficien­te sabor de lo que es Derecho como para saber que el Derecho consiste en que vayan reyes do quieren leyes, y no a la inversa; y suficiente saber igualmente de que toda burla del Derecho se paga, y no muy a la lar­ga, con la esclavitud. Mi generación despreció y odió a los dos siniestros totalitarismos del siglo XX como nunca lo serían después, porque las generaciones que vinieron tras la nuestra cedieron a las fascinaciones de uno de ellos o de los dos, y admi­tieron la política como valor supre­mo, y la violencia y la mentira fun­dantes como instrumentos políticos para lograr una extraña justicia en un mundo nuevo, que exigía la des­trucción del nuestro.

Una verdadera revolución cultu­ral ha sido hecha, y el modo de co­nocer mismo y el lenguaje han sido cambiados y determinados. La tesis es que no hay verdad alguna ni esen­cia de las cosas, que nada es sino que se determina y se define, y naturalmente es el poder el que lo hace, me­dida de todas las cosas y aun crea­dor de la realidad partiendo de la na­da, o aniquilador de esa realidad tor­nándola a la nada. Cuatro patas no son necesariamente más que dos patas, y veintisiete puede ser más que veintiocho, como decía el señor Lenin; a tenor de la decisión del Par­tido que estaba en el secreto de la historia, pero ahora lo están sus epí­gonos de la modernidad y el progre­so progresado. Nada debe opo­nérseles, sino que será arro­jado a las tinieblas exteriores de la correc­ción política. Se im­planta higiénica y pe­dagógicamente en los cerebros tal sen­tir y doctrina, y lo que se espera de nosotros es au­toinculpación y agradecimien­to como en los famosos jui­cios de Moscú, o los es­lóganos de los esclavos bien educados: «¡Es por nuestro bien! ¡Es por nuestro bien!».

No hay ninguna sustancia y todo es ac­cidente. Ya no habrá guardias nocturnas en el castillo de Elsinor, que antes del canto del gallo puedan ver el fantasma del padre de Hamlet, porque tampoco hay ya fantasmas, y los muertos sólo se levantan para ser militarizados y apoyar las luchas de los vivos para que haya más muertos; ni tampoco hay Hamlets con dudas ni filosofías.

Ya no debemos leer los textos de los antiguos rostros pálidos europeos, ya no pueden importarnos. Un nuevo mundo se está le­vantando, y los nuevos adanes, creados a sí mismos como de­miurgos, están po­niendo nuevos nombres a las cosas, los seres, los aconteceres. En el momen­to del mayo revoluciona­rio del 68, cuando los alumnos que coreaban consignas de destruc­ción y nuevo mundo pidieron a Jacques Lacan que fuera su guía, él les dijo: «Lo que buscan ustedes es un amo. No se preo­cupen, lo tendrán».

Y casi siempre se trata de esto.



Retratos y simplificaciones (JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO)


A LA LUZ DE UNA CANDELA
JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO, PREMIO CERVANTES
(Diario de Ávila 15 febrero 2009)


Retratos y simplificaciones

Cada vez que vemos retratos de personas de hace 500 años, cuya imagen aun tiene presencia verda­dera individual, - que es lo esencial que hace el arte del retrato-, tene­mos que preguntarnos necesaria­mente si es que al famoso hombre moderno le interesa ser él y no otro, tener una presencia real y sentirse entre otras presencias reales. Pero es que ya tiene sus presencias, muy bien documentadas.

Desde que los dos grandes tota­litarismos del siglo XX hicieron del crimen un humanismo, y la biogra­fía de cada quien y cada cual se en­comendó a denunciantes anóni­mos, servicios de información y dossiers de la corrección y la orto­doxia estatales, todo el mundo ten­dría ya asegurado su retrato verda­dero y su biografía oficial, en varios soportes técnicos.

Un poco o un mucho como los individuos antes llamados crimina­les, que ya no existen, porque, aun­que todavía habrá en adelante con­ductas definidas como delitos en los códigos, no habrá ya criminales; y, en el peor de los casos, el crimen sería una variante humanística, una expresión de la subjetividad, que sería de la misma naturaleza creati­va que la que produjo la Pasión se­gún san Mateo, aunque desgraciadamente transformada en delito por las circunstancias de la estructura social no adecuada, como lo es nuestra desdichada civilización occidental, greco-romana y judeo­cristiana.

De aquí que sea tan notable y decidida la determinación de reali­zar los más queridos ideales hitlerianos, disimulados entonces sin embargo, mientras que hoy son preconizados como Derechos Humanos y descubrimientos de progreso tal y como la filosofía darwinista del siglo IX había afirmado pa­ra integrar en ese progreso a la muerte, ba­jo el nombre enton­es de higienismo: aborto, eutanasia y asesinato legal de Estado, liquidación de seres hu­manos inútiles en general.

Es decir, la estancia misma del Leviathan que es el Estado totalitario dueño de los destinos huma­os en cuerpo y alma, adoctrinada bajo la ti­ranía de la ideología de holocausto, los logoti­pos y la opinión, el pienso y adies­tramiento de Granja, los diseños políticos y comerciales, potitos de mermelada higienizada para el ne­ne y la nena que son servidos en el carrito del progreso.

Suceda lo que suceda, días tras día, se pasa página, y se espera la inanidad de la siguiente, con sus adornos culturales desde luego, cui­dando de que sean geniales y mini­malistas ocurrencias, porque esto es cuanto tolera nuestro delicado estómago. Y como ya se ironizaba en el tiempo de la República de Weimar, el gran logro artístico-in­telectual vuelve a ser salir desnudos a un esce­nario, trazar dos líneas pa­ralelas, o poner un cru­cifijo en un inodoro. Pero estamos tan con­tentos, si logramos te­ner un amo con­sensuado y podemos dedicarnos a los asuntos de in­geniería de almas, y también de cuer­pos sanos, engorde y matadero.

Todo queda muy simplificado.

Las señales del fin (JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO)

DIARIO DE ÁVILA
DOMINGO 14 DE NOVIEMBRE DE 2010

A LA LUZ DE UNA CANDELA. JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO




Las señales del fin

Ya he escrito que me parece que, como siempre ha ocurrido en la historia, las primeras señales de un pro­fundo cambio histórico se ven o se barruntan entre quienes viven en el campo, y que esto también ocurrió en las vísperas de la caída de Roma, por ejemplo, porque casi solo en el cam­po los romanos de entonces tenían un abuelo o bisabuelo romano; y tam­bién cuando vieron que, en los dulces atardeceres del otoño, aquellos bár­baros que vivían, como quien dice, a un tiro de piedra, bajaban a comer los dulces higos de los huertos y jardines de las hermosas villas y las pequeñas propiedades agrícolas.

Y lo cierto era que, para esas fe­chas, ya había muchos de esos bárba­ros que se habían asimilado perfecta­mente, y estaban incluso en las filas del Ejército de Roma y en la Adminis­tración, mientras que había muchos romanos que soñaban con la maravi­lla de ser bárbaros, y sentían el deseo y la envidia de serlo, porque al expresarse así echaban un poco de pimien­ta en sus vidas, haciéndose subversi­vos en los postres del banquete de Trimalción, que ya ofrecía nueva cocina, o en las veladas de sus villas campes­tres. Y bien seguros de que llevarían la misma vida cuando los bárbaros lle­gasen.

El tiempo pasó en verborrea y ca­bildeos, o debates como se dice aho­ra, los impuestos se hicieron confiscatorios y resultaron insoportables, los políticos eran más incompetentes y más alegremente optimistas, la ma­quinaría militar comenzó a fallar; y un día ya no quedó más tiempo. Un bárbaro inteligente y bastante expeditivo se presentó a las puertas mis­mas de la ciudad de Roma, y los ro­manos ya no pudieron hacer otra co­sa que ofrecerle un trato para llegar a un entendimiento.

Los romanos comen­zaron a hablar, muy fie­ros, refiriéndose a su superioridad militar, pero Alarico les con­testó con una metáfora campesina, ase­gurando que cuanto más gruesa es la hierba más fácil es cortarla, y decidió sin más llevarse de la ciudad todo el oro, la plata, y to­do aquello transportable que tuviera valor, y, desde luego, a todos los esclavos bárba­ros. «¿Y entonces qué nos queda des­pués de esto?», preguntaron los ro­manos, y Alarico respondió: «la vida».

Así concluyó la historia de los hi­gos que desde el principio intrigó a los campesinos, por la sencilla razón de que, si en el campo se oye un ruido extraño, sucede algo que nunca ha su­cedido y no debe suceder, o si las es­trellas relucen un poco más o un po­co menos que como debe ser, no es que vaya a pasar algo, es que ya está pasando.

Aunque esas gentes del campo saben que, si lo dicen, no se les hará ningún caso y se les acusará de carecer de cultura política; así que, por mi parte, si digo y recuerdo todo esto, es a mero título de curiosidad, y avisando, por supuesto, de que cualquier coincidencia con la realidad sería una mera coincidencia.

Necrófilos negocios (JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO)


A LA LUZ DE UNA CANDELA

JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO -PREMIO CERVANTES
(Diario de Ávila 20 marzo 2011)


Necrófilos negocios

Los hombres se han visto obligados ha convivir desde siempre con acci­dentes especialmente terribles y ca­tastróficos que se originan en la natu­raleza misma, y esto desde terremo­tos a inundaciones, y siempre han querido librarse de ellos naturalmen­te, pero nunca se han extrañado de que existiesen.

El hombre antiguo miraba con te­mor la Naturaleza, sabiendo que su desmande, por así decirlo, podía su­ceder en cualquier momento y dar lu­gar a un desastre. Y todavía vemos a veces señales en los edificios públicos antiguos, que nos indican que hasta allí llegó una inundación en un deter­minado momento; o que ocurrió un alud de tierra o nieve o piedras, o que alguien había muerto al caerse ines­peradamente una pared o fulminado por un rayo. Esto es, que el hombre antiguo, y hasta el de ayer por la ma­ñana mismo, se sabía un ser muy frá­gil y no le molestaba que unas seña­les le recordasen esa condición, no le perturbaba para nada su alegría. Pero ahora no es éste el caso, y, sin embar­go, es casi con la tanatofilia del barro­co -pesadumbre que era un amargor perverso porque llegaba a amarse- con la que se nos hace convivir.

En el diario y siniestro obituario que se nos sirve, pongamos por caso, en los media y en la televisión espe­cialmente, los muertos son casi siem­pre por manos violentas o a causa de desastres naturales; pero todo eso pa­rece que se hace como para ponernos un escalofrío en la espalda y suscitar una emoción, aunque solo para com­pensarnos enseguida con las noticias deportivas y, desde luego, con los anuncios de objetos deseables o inex­cusable signo de nivel y calidad de vi­da. Es la muerte-espectáculo, y la venta asegurada de algo.

No son el miedo y la me­lancolía que se sintió en la última Edad Media, o el miedo del barroco, que concluyó con vestir de negro a toda Europa, pero también en quedar ahógado en un gran espectáculo. Ahora todo sucede como si se quisiera re­conciliarnos con lo horrible y acostumbrar­nos a la muerte, y especial­mente a la muerte con vio­lencia, y violencia que se diseña para nosotros por encima de nuestras cabezas y resulta mucho más irracional, imprevisible y convulsiva que la de la guerra.

Leyes psicológicas invocadas ya por Sade, uno de cuyos personajes, un Príncipe, afirma que el gobierno de las gentes exige que experimente, tengan cerca un infierno en este mundo para que se dejen gobernar fácilmente, o leyes muy parecidas a las de Pavlov son manejadas hasta por la propaganda comercial, y no solo por la política. Y esto desde los tiempos más inocentes de la publicidad que sabía, pongamos por caso, que los anuncios de los productos más caros y atrayentes, como los co­ches, debían estar al lado o frente por frente de las es­quelas mortuorias, por­que el lector lanzaba en­tonces como un suspiro de alivio notándose en verdad vivo.

Somos así y, por esa razón se puede jugar con nosotros hasta con la muerte. Nos parece que la conjuramos comprando.

Saber ¿ Para qué? (José Jiménez Lozano)


Saber ¿para qué ?

JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO, Premio Cervantes



(Diario de Ávila 14 septiembre 2008)

Este asunto de la instrucción -la educación es otra cosa, y sólo como recuelo de los grandes totalita­rismos de nuestro tiempo se ha extendido la siniestra idea de que los Estados tienen que educar- no ha he­cho más que embarullarse, por la simple y sencilla razón de que intereses políticos y de dinero se han puesto por medio. Y nada se adelanta hablando de ello, pero al menos no se debe callar el desastre.


Hace ya más de medio siglo, Aldoux Huxley comprobaba, melancólicamente; que una reforma social como la de la instrucción general pública, que es la pura e imprescindible justicia, había sido convertida, por los Estados totalitarios educadores, en el método más eficaz de su dominio e ideología y había expuesto a millones de gentes «a la influencia de la mentira organizada, y de la seducción de distracciones continuas, imbéciles y degradantes». Pero la historia nos muestra que, fuera d esos casos, la instrucción que, además de por su bondad intrínseca era considerada y admirada como valor social consiguió no escasos logros, y siempre estuvo dispuesta a alcanzar más.
Pero el hecho es que, al mezclar instrucción y educación, haciendo de aquella la mera respuesta a una demanda social, y haciendo de ésta una fábrica de «pigmaliones» y «clones» en el molde de una ideología, todo queda desvirtuado, y se imposibilita la trans­misión del saber. Éste queda reducido a expresiones mínimas y grotescas - ni siquiera la famosa cultura media que Goethe consideraba la mayor de las desdi­chas - especialmente en las enseñanzas medias, que son las que facultan el alcance del saber y la cultura en sentido estricto y serio.

Pero lo importante ya no es el saber, y ello se deci­de de entrada no sólo con una rebaja de los conoci­mientos en los programas y en los obligatorios y carí­simos libros, o posibilitando que con cuatro suspen­sos se pueda pasar curso, y encubriendo y premiando el fracaso mismo, incluso mediante la constricción del profesorado, para la confección de necias estadís­ticas y engaño del propio alumno, de los padres, y de la sociedad entera.

Hace más de cien años, en un clima de desaliento - nacional, un español eximio, don Gumersindo de Azcárate vio con toda claridad que sólo con el estudio y la educación de las gentes se saldría de tal marasmo, y frente al igualitarismo por abajo de la demagogia, argumentó sencillamente que el propósito a conse­guir no era el de recortar las levitas -esto es, rebajar el saber a niveles ínfimos -, sino el de alargar las cha­quetas. Porque, esto es, además, lo que está en la pro­pia naturaleza de la enseñanza: el hacer un igual de quien enseña a aquél a quien enseña.

Y parece que, si algo deben tener claro en este asunto, por lo menos quienes no poseen dineros, es que no pueden permitirse ser idiotas, ni dejarse rega­lar nada por los Estados y las cofradías ideológicas. Siempre es carísimo, un timo perfecto.