No se puede ser tan alto. Eso de que los niñatos del babyboom, criados con colacao, midan 1,80 o 1,90 es un atentado contra la Tierra. Hay que dejar de crecer para dejar de contaminar y volver a las dimensiones canijas que teníamos los occidentales hace cien años. No, no es un chiste de La codorniz, ni un sketch de Miguel Gila. Sino una recomendación de un chino-norteamericano, Mathew Liao, director del Centro de Bioética de la Universidad de Nueva York. 
Alega que las personas altas “necesitan más comida, gastan más combustible para transportarse de un sitio a otro y usan más tejido en la ropa y zapatos”. Y que ser pequeño “es más respetuoso con el medio ambiente”. Y propone que se aplique la edición genética para que, en un futuro no muy lejano, nazca gente más bajita.
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Esta es la última y rocambolesca solución para luchar contra el calentamiento global. Se suma a la ristra de consejos, no menos  disparatados, de los calentólogos, como el que daba El País, antaño un diario serio, con un titular que parecía copiado de El Jueves: «Hazte vegetariano, deja el coche y ten menos hijos«.
Pero el nivel de vergüenza ajena no se había colmado. Después vinieron los que se avergonzaban de volar, porque contamina mucho, un movimiento ecologista que ha comenzado en Suecia y que no ha servido para detener el calentamiento global, pero sí para hacer que el tráfico aéreo caiga un 5% en un trimestre, como se quejaba un directivo de la aerolínea SAS; luego, los que apuestan por comer insectos en lugar de carne de vaca; y finalmente los que nos quieren quitar de la dieta el café, el alcohol o el chocolate. 
Explosivo cóctel: el calentamiento global como excusa para el  transhumanismo
Pero lo último es la gota que colma el vaso y enciende las alarmas de la sospecha. No contentos con pedir que nos pasemos al veganismo o no concibamos más niños, ahora nos aconsejan que los pocos vástagos que tengamos sean unos centímetros más bajos. Nos aconsejan… de momento; veremos cuanto tardan en imponérnoslo por real decreto.
¿En qué se basan esta vez? Mathew Liao argumenta que si ya somos capaces de secuenciar el genoma, y de curar o prevenir enfermedades mediante edición genética ¿por qué no modificar genes para evitar las consecuencias del cambio climático? De hecho, la empresa Genomic Prediction (New Jersey) ofrece un análisis de ADN que se combina con inteligencia artificial para prever qué embriones tienen más probabilidades de convertirse en personas más bajas o altas e inteligentes.
Explosivo cóctel: el cambio climático como pretexto para la ingeniería genética. El calentamiento global como excusa para el transhumanismo. Sólo que en este caso no es para ser llegar a ser altos y fornidos como supermán, sino bajitos y ligeros como los siete enanitos. Y con un aroma a eugenesia que pone los pelos de punta.
Mathew Liao repite una y otra vez que todo esto es opcional, que deja a salvo la libertad humana, pero resulta sorprendente la precisión con la que calcula la estatura idónea que debería tener los norteamericanos para arrostrar el cambio climático: quince centímetros menos que ahora, de suerte que las puertas, las camas etc. serían más pequeñas, y eso contribuiría a reducir, proporcionalmente,  la huella de carbono. 
También resulta sorprendente que, ante el escollo que representa la libertad humana para este programa de encogimiento de la población, Liao haya previsto los incentivos fiscales. Quienes tuvieran hijos más bajos -propone- pagarían menos impuestos. 
O sea intervencionismo. Vayan sumando: calentamiento global más transhumanismo más coacción con dinero público -es  decir de todos-.
Y todo por nuestro bien. Esto es lo más mosqueante. Pero ¿y si no queremos empequeñecernos?; ¿y si nos nos creemos que la mano del hombre sea tan determinante para el calentamiento global?; ¿y si las personas rellenitas quieren seguir siendo orondas y disfrutando del chocolate -otro de los pecados nefandos en el Indice del cambio climático-?, ¿y si a algunos nos apetece más el bistec que la fritada de cucarachas?… 
Resulta inevitable pensar en Aldous Huxley cuando los gobernantes se preocupan por nuestra salud y nos catequizan sobre lo que debemos comer o no comer;  vienen en socorro de nuestra ignorancia para explicarlos qué es y qué no es fake newsnos echan la bronca padre cuando no votamos como es debido -caso de Trump, el Brexit, o Vox-; o nos imparten sermones laicos para que dejemos el tabaco o el alcohol. Y siempre por nuestro bien. 
Ser bondadosos y felices a la fuerza … ¿a qué famosa novela distópica les suena a ustedes? 
Incluso nos dan la solución antes de que abramos el pico. Así, se ha planteado el diseño de un parche que induzca la intolerancia a la carne roja “para disminuir los gases de efecto invernadero”; o proponen distribuir medicamentos, como la oxitocina,  que potencien la inteligencia y la empatía “para que la gente sea más colaborativa y bondadosa”, como llega a decir Mathew Liao. Ser bondadosos y felices a la fuerza … ¿a qué famosa novela distópica les suena a ustedes? 
Todo esto puede sonar -insisto- a una gansada surrealista de Miguel Gila, entre otras cosas porque el tal profesor de Nueva York mide… 1’70. Pero quizá no sea para tomárselo a broma. Porque hay intereses creados de por medio, dinero de por medio e investigación de por medio. Y ese horizonte quizá no sea tan utópico y surrealista. La ingeniería genética es un arma de doble filo que ya tiene en la agenda la manipulación del ADN para predecir el tamaño o el coeficiente intelectual de los niños, como se explica en la publicación del famoso MIT de Boston. No les basta con decirnos con lo debemos pensar, también quieren decirnos lo que debemos medir. Si les dejamos, van a por nosotros.