Desde antiguo, el crimen va de la mano de la mentira. Se miente para que cuele, para no despertar sospechas, pero sobre todo para que el asesino goce de impunidad y se vaya de rositas. No te digo nada si todo un Parlamento pone la ley de parte del criminal, al convertir en un derecho lo que era delito, mediante la varita mágica de una norma despenalizadora. 
Esto último es, tal cual, lo que pretende con la proposición de ley orgánica de eutanasia y suicidio asistido el Frente Popular. Un viejo empeño del PSOE, que ha intentado materializar dos veces en el último año y medio, y que ahora puede hacerse realidad, aprovechando el apoyo de su socio de Gobierno comunista y de los otros partidos que la apoyan (ERC, PDeCat y PNV). Sólo se oponen, PP y Vox, únicos paladines en defensa de la vida frente a este nuevo atropello.
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Extralimitándose en sus poderes, socialistas y comunistas quieren transformar la naturaleza de las cosas, haciendo que un mal se convierta, por arte de birlibirloque, en bien. Como tal cosa es metafísicamente imposible, el resultado es que el asesinato de enfermos o ancianos seguirá siendo un asesinato, igual de execrable e injusto que hasta ahora, aunque haya cambiado de nombre.
Para dorar la píldora de la cacicada, pretende hacer creer que se trata de una demanda de la sociedad, que cuenta con un amplio respaldo, lo cual es falso. Y que incluso los médicos la apoyan. Para ello recurren a estadísticas amañadas o a encuestas presuntamente científicas y carentes de validez. Un ejemplo de esto último es la auspiciada por el colegio de médicos de Vizcaya y secundada por los de Madrid, Tarragona y Las Palmas.
La metodología que usa prejuzga la opinión  de los encuestados, introduciendo un fuerte sesgo en favor de la eutanasia, tal como denunció en su momento el grupo multidisciplinar Vida Digna y recogió Actuall. Por ejemplo, cuando preguntan a los facultativos «¿quién debe aplicar la eutanasia?» no da la opción de responder «nadie». Se trata, por tanto, de una encuesta preconcebida y enfocada en un sentido muy concreto, sin ofrecer la posibilidad de discrepar. El resultado es, por lo tanto, eutanasia sí o sí. Pero esa mentira les permite publicar una tribuna en El País, aduciendo que “una mayoría de médicos defendemos el derecho de la persona a disponer de la vida propia”. No hay tal mayoría.
El recurso a la mentira ya lo utilizó el lobby abortista para despenalizar la muerte de inocentes en el seno materno, con el caso Roe vs. Wade (1973), en EE.UU. Y de forma descarada. Dos abogadas aconsejaron a Jane Roe, de 21 años, que dijera que había sido violada para justificar el aborto del niño que esperaba. Ganaron el juicio y aquella sentencia con la que la Corte Suprema despenalizó el aborto propició la muerte de 60 millones de vidas humanas (el 18% de la población actual de EE.UU.) Años después, Jane Roe reconoció que mintió, pero el daño ya era irreparable. 
La dignidad es intrínseca a la persona. Y si empezamos con distingos, como hacen las leyes de la eutanasia, estamos justificando la primacía de la raza aria sobre la judía, por ejemplo
Pero igual que ocurría con el aborto, la eutanasia que viene se apoya en otra mentira de fondo: que hay vidas de primera y vidas de segunda, vidas dignas y vidas indignas. Hacer esa división, como se deduce del proyecto del PSOE y Podemos supone dar la razón a leyes como las de Nuremberg, de 1935, que autorizaban a esterilizar a discapacitados mentales, judíos, gitanos, homosexuales. O al programa eugenésico Aktion 74 que, entre 1939 y 1941, se llevó por delante en Alemania a 70.000 personas calificadas como enfermas incurables, niños con taras hereditarias o adultos improductivos.
Y si hay vidas dignas y vidas indignas, como preconiza la ley socialpodemita, entonces es papel mojado la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que en su articulo 1 dice “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos…”; y es falsa la observación de Kant cuando dice que el hombre es un fin en sí mismo, no un medio para otros, y que posee una dignidad inviolable e incondicional, que no varía con el tiempo y no depende de circunstancias exteriores o de consideraciones subjetivas. Tan digno es un premio Nobel o un genio de las matemáticas como un bebé que no sabe hablar o un anciano con Alzheimer. Porque la dignidad es intrínseca a la persona. Y si empezamos con distingos, como hacen las leyes de la eutanasia, estamos justificando la primacía de la raza aria sobre la judía, por ejemplo.
Alegan a modo de coartada buenista, que no se trata de eliminar indiscriminadamente a ancianos e incurables, sino de contar con la voluntad del paciente, y con el dictamen médico de una serie de comisiones, a fin de evitar abusos. Pero si nos regimos por Kant y la Declaración de los Derechos Humanos: la voluntad del paciente no convierte en buena una acción que atenta contra la dignidad humana, que como hemos quedado es incondicional. La voluntad individual no es fuente de legalidad. 
Y las famosas comisiones no se dejan de ser un maquillaje para disfrazar la barbarie. Ya sabemos lo que pasa con las comisiones, véase los casos de Holanda y Bélgica, donde los abusos están a la orden del día. Que no nos vengan con milongas buenistas: el control científico termina haciéndose cuando el paciente está en el otro mundo, como reflejaba el psiquiatra norteamericano Herbert Hendin en un libro revelador Seducidos por la muerte.
Regular la eutanasia y el suicidio asistido es trazar un plano inclinado, como se puede comprobar en la experiencia piloto de Holanda y Bélgica que -¿será casualidad?- se obstinan masoquistamente en reeditar la invasión nazi.  “Desde la eutanasia de enfermos terminales se ha pasado a la de enfermos crónicos; desde la de enfermedades físicas, a la de enfermedades psicológicas; desde la voluntaria, a la involuntaria”, como explica el catedrático Francisco José Contreras. Cualquier motivo es bueno para pedir la pastillita, como tiene proyectado introducir el Gobierno holandés.
La cultura de la muerte ha encontrado un filón en los “nuevos judíos”: esa población anciana e inútil que en la Europa del siglo XXI se ha convertido en un estorbo
La cultura de la muerte ha encontrado un filón en los nuevos judíos: esa población anciana e inútil que en la Europa del siglo XXI se ha convertido en un estorbo, una carga que no tiene derecho a la vida por la sencilla razón de que es carísima de mantener. 
A las pruebas me remito: siguiendo a Contreras, en Bélgica, se ha pasado de unos 200 casos anuales al principio a unos 2.500 hoy. En Holanda, se ha estimado que un 15% de las muertes se producen ya por eutanasia. 
La caja de Pandora que socialistas y comunistas van a abrir en la carrera de San Jerónimo se llevará por delante a mucho inocente, pero también a los profesionales que se nieguen a ejercer de verdugos. La proposición de Ley reconoce el derecho a la objeción de conciencia de los profesionales sanitarios, pero solo en teoría, porque les exige su manifestación anticipada, y contempla la creación de un registro de objetores (art. 16. 2). Es decir, una lista negra en la que aparecerán los profesionales que se nieguen a prácticas contrarias a la deontología médica. El mundo al revés, ya que la razón de ser del médico es curar y no aprovecharse de sus conocimientos para quitar la vida. 
Finalmente, y por cerrar el catálogo de mentiras de esta ley injusta, el proyecto retrata a los partidos que la promueven. Por si quedaba alguna duda, ya no podrán decir, sin que se les caiga la cara de vergüenza,  que defienden el Estado de derecho, la dignidad y los derechos humanos. Porque será mentira.
Después de esta ley justificadora del crimen ¿qué diferenciará a sus promotores de las formaciones o regímenes totalitarios?, ¿con qué autoridad pedirán al contribuyente que financie el crimen con los impuestos? Porque es importante advertir que nuestro dinero ya no estará sólo para construir carreteras, garantizar la seguridad y los servicios básicos, y mejorar el bienestar de los ciudadanos. Si sale adelante la ley social-comunista, nuestros impuestos servirán para cepillarse a enfermos… y que parezca legal. Para eso servirá. Que conste.