miércoles, 22 de junio de 2011

Miscelanea abulensica 3. Tierra.

Tierra

La tierra es el elemento inferior del ternario extremo-oriental: Tien, Ti, Jen ( cielo, tierra, hombre) ; el hombre es el intermediario ente el cielo y la tierra, el suelo que pisa no es solo lo sólido concreto sino también símbolo de toda la tierra. Modesta y sufrida apenas se la tiene en cuenta ante futuristas proyectos astronaúticos de conquista de Marte o toma de posesión de no se que planeta de Júpiter ( acaso Ganímedes). De cuando en cuando se oye de alguna intervención de ecologistas en defensa de la desvencijada tierra, normalmente condenada a un desesperante fracaso.

Un poco mayor que la superficie de los zapatos, por una vez merece la pena hablar de la Tierra de Ávila, como realidad y símbolo a la vez de Castilla y del ancho mundo.

La tierra es un receptáculo de influencias, superiores o celestes, siendo esto particularmente cierto por estas tierras desde antiguo como ponen misteriosamente de manifiesto el monumento paleolítico de Bernuy Salinero, pequeño Stonehenge que se despliega en todas las direcciones espaciales. Los abundantes berracos, hoy día parcialmente aclarados como símbolos de una civilización protocéltica, muy anterior a las civilizaciones célticas occidentales, pero que sugieren al jabalí solitario símbolo druídico de la sabiduría, a expensas no obstante de que se trate de una figura de toro, lo que nos alejaría sin duda del simbolismo propiamente celta . El fascinante altar del castro de Ulaca situado en lo alto, en directa comunicación con el cielo. Las iglesias medievales orientadas, cual athanor alquímico, con el presbiterio hacia oriente, trasmutando los rosetones y vidrieras la luz celeste en un espectro espiritualizado íntimo y reconcentrado. El valle del Tormes que inspiró la vocación de Santa Teresa cuando en Becedas leía el Tercer Abecedario Espiritual de Francisco de Osuna. La tierra pone en esta parte también una especie de ábside natural, como es el caso del circo del macizo central de Gredos cuya soledad y grandiosidad ya inspiró a Unamuno y también a cualquiera que acuda un día no muy abarrotado de excursionistas, las cabritillas y vacas negras avileñas ponen el contrapunto virgiliano de fondo. En los tiempos actuales aún se escucha a los abulicas apabullar a turistas y visitantes contándoles que los primeros satélites tripulados advirtieron un carácter muy especial en la atmósfera que rodea a Ávila, es decir una especie de aura especial que hace de Ávila y su tierra algo más que una ciudad con duende.

La tierra acoge y hace germinar, al menos esa es la convención; las sucesiones de sierras y sierrones –sierra de Ávila, sierra de Malagón, la Serrota. la sierra de Villafranca, sierra de Ojosalbos, sierra de la Paramera, sierra de Gredos y varias más- unidos a la proliferación de piedra berroqueña por toda la tierra, reflejada en los nombres de pueblos y localidades –Alamedilla del Berrocal, Berrocalejo de Aragona y otros- hace un poco dudoso considerar acogedora esta tierra; el contrapunto a tanta sierra son los valles, estos si muchos más acogedores y amables: Alberche, Amblés, Tormes, Tietar, Aravalle, Corneja, las Cinco Villas donde la tierra hace germinar sus frutos: patatas de las Berlanas, Ajos de Amavida, judías de la Horcajada y del Barco, melocotones de Navaluenga, uvas y vinos de Cuevas del Valle y Cebreros, manzanas del Tormes, pimientos y tabaco en Candeleda, granos y harinas derivadas de Muñogalindo y Mingorría, naranjos y olivos en el valle del Tietar y tantas otras. Sin olvidar agua y electricidad para Madrid y Salamanca.

La tierra protege y abriga; en el caso considerado de la tierra abulense protege mucho más al sur –la Andalucía de Ávila – con menos de 400 metros de altura que la llanura del norte - Moraña , Campo de Pajares y Tierra de Arévalo- o a esa extraña encrucijada de valles y cañadas –Adaja, Voltoya, altos de Lancho, Campo Azálvaro- en que se encuentra la capital provincial. La tierra de Ávila no responde al arquetipo de tierra llana, que precipitadamente la hermanaría con la capataza y furriela Valladolid , provincia por cierto que tiene algunos pueblos como Honquilana, Honcalada, San Pablo de la Moraleja, o Muriel de Zapardiel que antaño pertenecieron a la Comunidad de Villa y Tierra de Arévalo. Las llanuras del norte solo ocupan un séptimo de la superficie provincial, es decir más cumbres y valles que llanuras, más montaña helvética que llanura eurosiberiana; no llega a la cuarta parte el terreno con posibilidades de explotación agrícola, en la mayoría de los casos mediocre.

La tierra es madre vigilante llena de particulares atenciones para sus hijos y seres que la viven y pueblan. Es difícil adaptar lo florido y oriental de la anterior descripción a la tierra de Ávila, que en razón de su clima y atormentada orografía es la más pobre de las tres tierras de la Extremadura Castellana; a lo largo de su historia nunca tuvo la relativa plétora ganadera de Soria, ni la industrial de Segovia, ni la comercial de Burgos ; los pastores sorianos durante la guerra civil del 36 quedaron totalmente horrorizados al tener que abandonar temporalmente sus cañadas habituales y tener que arrear las ovejas en tiempo frío por Campo Azálvaro para ir a Extremadura. Hay que ser especialmente sensible para apreciar los pequeños regalos particulares que la madre tierra ha dejado por Ávila y andurriales; acaso el pintoresco puerto de Chía, la Ermita de la Virgen de las Fuentes, el soto idílico del Voltoya en Maello y Blascoeles, el soto de boscosos fresnos del Adaja en Ávila, el circo de Navalguijo o las riberas del Tormes por el Barco y Becedas y sobre todo la tenue primavera de las tierras altas delicada, fugaz y silvestre con un toque tierno difícil de encontrar en tierras más fértiles. La tierra regaló por aquí belleza sin tasa, pero como dijo D. Ridruejo la tierra de Ávila es un ejemplo de unas condiciones paradójicas necesarias para que se cumpla la ecuación belleza igual a pobreza. Antes los mendigos vagabundos eran invitados a comer por los campesinos lugareños sin más problemas de protocolo, así el molinero de Sanchidrián invitaba a Luisito de Pozaldez que se había marcado unos bailes al son de la gaitilla en la Ermita del Cubillo cuando la fiesta; ya apenas nos podemos hacer una idea de aquellas atenciones particulares del mundo campesino a través de las comedias bárbaras de Valle Inclán. Minerales regaló pocos la madre tierra por los parajes avileños, sería fastidioso enumerar los yacimientos abandonados por falta de rentabilidad; por encima de todo suministró granito con la radiactividad a él asociada; hoy lo más que queda son estaciones de áridos, que por cierto están destrozando el entorno de Aldeavieja y la Ermita del Cubillo.. Tuvo baraka esta tierra con Ximena Blázquez capitana de las mujeres abulicas que salvaron la ciudad del asalto sarraceno con la estratagema de los sombreros; con la Santa Junta de los Comuneros que se inauguró con éxito esta tierra aunque en otras extrañas fracasara; con el obispo de Ávila Manuel Gómez de Salazar que evitó la total destrucción de Ávila a manos del general napoleónico Fr. Joseph Léfebre duque de Dantzick, y luego del general Joseph Leopold Hugo, padre del novelista Víctor Hugo que vivió en Ávila en su infancia, aunque no se evitaron destrozos parciales por parte de la francesada chacalesca. Podríamos hablar de los pantanos como regalo de la naturaleza pero, productos de la mano del hombre, los disfrutan más los turistas y los veraneantes madrileños que los propios abulicas.

La tierra vientre fecundo , caverna, gruta, entraña, humus, arcilla, y laberinto. Vayamos por partes, en efecto la tierra fue fecunda en cardos, setas de idem y también en abulicas, algunos de ellos ilustres: Prisciliano, San Pedro del Barco, Alonso de Madrigal el Tostado, Alfonso Díaz de Montalvo, Luis de Vitoria, Teresa de Cepeda, Juan de Yepes, la reina Isabel Primera de Castilla, María de Santo Domingo o la beata de Piedrahita, el gran Duque de Alba, María Vela y Cueto, Mari Díaz, Duperier, Portillo, José Luis Lopez Aranguren, José Jiménez Lozano, Daniel Hidalgo y tantos otros de imposible enumeración. Si caverna buen ejemplo son las Cuevas del Águila en Arenas, tan impresionantes o más que cualquier homóloga balear o peninsular. Si gruta y entraña, sinónimos de oscuridad y tinieblas, espacio santo de revelación, lugar de muerte y sepultura pero también de resurrección, centro espiritual de presencia divina, que buen ejemplo la cripta de la Iglesia Basílica Juradera de los Santos Mártires Vicente, Cristeta y Sabino en donde se encuentra la Virgen de la Soterraña, preciosa talla prerománica , simbólica representación de la madre de Cristo el Theoantropos, la Theotokos o Madre de Dios proclamada en el 2º concilio universal de Constantinopla; en la cripta se puede leer el poema:

Si a la Soterraña vas
ve que la Virgen te espera
que por esta escalera
quien más baja más sube
pon del silencio el compás
a lo que vayas pensando
baja y subirás volando
al cielo de tu consuelo
que para subir al cielo
se sube siempre bajando
.

O aquella otra oquedad invisible a los ojos de la morisma agarena donde el pastor de la leyenda encontró la talla de la Virgen que brillaba como dos soles: ¡Sonsoles!, patrona divina del Valle Amblés. Si humus y arcilla, la de Tiñosillo negra como la oscuridad de la tierra, y puestos a algo más duro la piedra la de Cardeñosa que Daniel Hidalgo talla y esculpe como un nuevo Berruguete redivivo. Y ya como laberinto oscuro el interior del ábside de la catedral del Salvador circundado por el Cimorro y rodeado de absidiolos, laberinto , hilo conductor y caverna de misterio a la vez, no podría haber mejor sitio para dar sepultura al sabio obispo de Ávila Alonso de Madrigal “El Tostado”.

Siguiendo con la tierra, conviene recordar la correspondencia entre el ternario macrocósmico Cielo, hombre, tierra y el ternario microcósmico espíritu, alma, cuerpo; el hombre actual, y el abulica no es una excepción, es cada día más un “homo urbanus”; más de un tercio de la población de la provincia de Ávila se concentra en la capital, en su mayor parte inmigrantes de pueblos y con edades lejanas ya a la juventud, que en otro sentido ayudaría a comprender determinados comportamientos sociales. La urbe, Urbesacra en nuestro caso, aísla cada día más de las benéficas influencias de la tierra, con su asfalto, cemento, adoquines; perturba la pureza del aire con efluvios gasolineros e industriales, óxidos y dióxidos venenosos; suplanta la luz natural con focos eléctricos, utiliza agua de cañería oxidada, ensucia con aguas residuales, contamina y perturba la armonía de las esferas celestes con ruidos de motor o música heavy pedorrera. Cada vez más aislado de la tierra y la naturaleza, el moderno urbanita va a buscar píldoras de naturaleza en la excursión montañera finsemanera, en la estancia en la casa rural de pega, o un poco más depredador en jornada de pesca o caza, pagando eso si el duro tributo de la caravana automovilística cuando se trata de un indígena de megápolis.

La antigua sabiduría alimentaria taoísta conservada por la macrobiótica, sabedora de la correspondencia tierra-cuerpo, aconseja alimentar al cuerpo en lo posible con los productos de la tierra circundante, cosa casi imposible actualmente: ajos de China, berberechos de Chile, aguacates de Colombia, mangos del Brasil, castañas de California, cordero de Australia o quesos de Holanda es algo perfectamente disponible y a mano en cualquier mercado de ciudad grande o pequeña; la mayor parte de lo que comemos viene de sitios remotos. Lejos hoy día de la relativa suficiencia de la economía campesina de autoconsumo, que apenas adquiría algo más que aceite, azúcar, un poco de café, chocolate terroso, alguna vez frutas de temporada, sal y unas pocas especies, y eso cuando había algo de dinero; que también la madre tierra se enojaba de cuando en cuando y sacudía zurriagazos inmisericordes en forma de sequía, de helada destructora de cosecha, de epidemias y enfermedades que mataban la ternera o los corderitos destinados a vender en la feria.

De las influencias celestes más vale no hablar siquiera en los tiempos que corren, con la renuncia a los beneficios que ello supone, en buena parte transmitida en forma refleja y benéfica por la madre tierra. El hombre individualista moderno está en correspondencia con el mundo psíquico, campo de fuerzas potentísimo que actúa sobre un cuerpo mal y escasamente arraigado a la tierra. Una imagen útil del comportamiento humano la suministra la tríada auriga, carro, caballo, usada tanto en India como en China, y que se corresponde con espíritu, cuerpo y alma. Tenemos así servida la imagen del desastre contemporáneo, negada con rotundidad ,por supuesto, por cualquier progre que se precie: un auriga que tiene la más pobre conciencia imaginable de su misión (espíritu), conduce un carro escasamente afirmado a la tierra (cuerpo), tirado por brioso y poco dócil corcel desbocado (alma, o menos aún psique anegada en torpe y brumosa emoción). El aumento acelerado de enfermedades como el Alzheimer, demencia senil, Parkinson, sida y cánceres varios probablemente nunca llegue a explicarse satisfactoriamente y menos aún curarse con puras técnicas de patología médica, ni de psiquiatría clínica. La civilización está enferma, ¡ cúrela doctor!.

En otras tríadas en que entra a formar parte la tierra, no va esta mucho mejor parada; así nos habla la ciencia económica de los tres factores de producción: trabajo, tierra, capital; aquí también se aprecia una especie de cuadriga desbocada; un bullir caótico de pulsiones psíquicas: expectativas, corazonadas, ambiciones desatadas, locas apuestas, avaricias desmesuradas, usuras escandalosas, todo ello claro a costa de patadas catódicas a la madre tierra y sin jerarquía alguna de valores y ninguna consideración de la mera instrumentalidad de la economía, entronizada como reina absoluta de nuestros destinos fatales; una economía financiera y especulativa desatada, sin correspondencia alguna con bienes que respalden una burbuja financiera siempre en aumento, mientras se agotan las materias primas, se altera la atmósfera, se contamina y envenena tierra, mar y aire, se oculta la desaparición de las reservas de petróleo en no más de veinte años (así lo reitera en repetidas ocasiones J. Rifkin en su obra “La economía del hidrógeno” citando a los mejores especialistas en petróleo). Así, para no desentonar, en la tierra abulense se construye un pantano cloaca con aguas fecales (Las Cogotas), con el ánimo de contaminar, mejor dicho regar, la Moraña y el Campo de Arévalo, sin capacidad de rematar el proyecto después de más de diez años. La tierra se envenena sin escrúpulos con pesticidas, plagicidas o fertilizantes peligrosos, cuestión de esquivar un poco a las autoridades y a la benemérita (Niharra, Sotalbos, valle Amblés.....), se acumula arsénico en cantidades no tolerables (Arévalo, Madrigal,....), las autoridades no son rigurosas, no es cuestión de asustar al personal, total solo es cuestión de unos cuantos cánceres de más y no va a cambiar mucho las cosas; esto lo hacen los actuales agricultores (el campesino es otra cosa distinta y además ya apenas existe), los que teóricamente deberían cuidar con más mimo a la madre tierra. Se estropea el paisaje con el pretexto del negocio de los molinos eólicos, de las estaciones de esquí o de las colonias de veraneantes. Dejaremos para otra ocasión la rigurosa sentencia que condena a la tierra abulense como cementerio de residuos nucleares.

Cuando la tierra es poco amable sus hijos huyen o ponen tierra por medio; así contaba Hegel que los pueblos de las estepas han sido pueblos migrantes y conquistadores, caso claro de los mongoles de Gengis Kahn y a saber si también leoneses y extremeños y en mucho menor medida castellanos. La migración de abulicas después de las expediciones concejiles medievales a tierras moras fue mayormente a Madrid y al País Vasco; hoy viven bastantes más abulicas en la provincia de Madrid que en la provincia de Ávila. Claro que no todo es cuestión de apariencias terrenas, nada más seductor que el aspecto de la verde Erín, sin embargo la emigración irlandesa tuvo características de éxodo gigantesco. Pero el caos moderno apenas permite ya ninguna explicación coherente de nada; la antigua economía campesina creaba empleo con facilidad, una hoz , un azadón o una horquita siempre esperaban la mano que los moviera; el hierro a quien lo forjara; la madera a quien la cortara y puliera, la arcilla quien la modelara; la tierra era generosa suministrando trabajo, la retribución de los esfuerzos feroces era ya otro percal. El esfuerzo luciferino, fáustico y prometéico dominó el fuego, creó las máquinas que suavizaron la condena bíblica, disminuyó el sudor de la frente pero de paso, ¡ ay!, se pusieron todas las premisas de un trabajo escaso a redistribuir en lotería; se substituyó el oficio por el empleo, la dedicación por el horario, la subsistencia simple y agradecida por la acumulación competitiva, la vocación creadora por la esclavitud de la tarea asignada y la renta salarial retributiva por cuenta ajena o cada vez más el subsidio compesador ocasional del desempleo; ¡triunfen las máquinas y la usura y perezca el hombre!, sobre todo si es abulica. Modernamente Ávila dispone de una universidad privada y otra pública, jamás habían estudiado y titulado tantos jóvenes abulenses como hoy día; no confundir el condicionamiento y entrenamiento que suministran con más o menos eficiencia las instituciones académicas en el mejor de los casos, con el aprendizaje de un oficio definitivamente devaluado en la época del reciclaje, con la satisfacción vocacional de los afortunados que la encuentren en el especialismo estrecho, con el estímulo verdadero del intelecto, y menos aún con la sabiduría. El resultado de la masiva promoción universitaria es una inmensa masa de jóvenes parados, frecuentemente desmotivados cuando encuentran un trabajo basura y con la idea in mente de escaparse de la tierra, a cualquier jauja donde aten los perros con longanizas, acaso un Madrid o una Europa un tanto delirados, como se escucha con asombrosa frecuencia. Habría que matizar que el número de jóvenes parados es directamente proporcional al número de litronas consumidas, de sustancias estupefacientes y de ciertos residuos de composición non santa. Algo enseña bien el aparato universitario europeo en general: a ser un hidalgüelo con ínfulas, con su corolario fatal: el trabajo manual es deshonroso, indigno de cualquier poseedor de títulos y pergaminos que acrediten cualquier nadería. Efecto perverso de lo que se llama educación superior: confundir la acumulación cultura con maneras y estilos de subsistencia. Si supieran que Spinoza discurrió su Ética mientras pulía lentes, que Churchill se construyó una casa con sus propias manos, que San Serafín de Sarov era un buen carpintero o que Hui Neng el sexto patriarca del budismo zen era ayudante de cocinero, tal vez aprendieran a situar las preparaciones académicas y sus fastos verbeneros un su perspectiva justa.

El tiempo y el espacio no son homogéneos e isótropos como pensaban Galileo y Newton, la carrera desbocada y desastrosa que siguen tanto los individuos como la entera civilización que vivimos, sugieren todo lo contrario a constancia e inmutabilidad, al menos para los que sean capaces de advertir mínimamente el hipódromo alocado en que vivimos. Ávila ¿ quien te ha visto y quien te ve?, de la más grande Comunidad de Villa y Tierra a provincia benjamina de la vieja Castilla.

La repoblación de Ávila viene determinada por la conquista de Toledo por Alfonso VI, en el año 1085, y la necesidad de consolidar y proteger el reino toledano, sobre todo después de la invasión almorávide y de la derrota cristiana en la batalla de Sagrajas. Para ello va a encomendar a su yerno el conde don Raimundo de Borgoña la repoblación de la Extremadura castellanoleonesa. En dicha repoblación se va a introducir un nuevo concepto de población. Se van a crear grandes concejos a los que se les encomienda la tarea de controlar, defender, poblar y organizar su territorio. Para ello se con­cederá a estos concejos numerosos e importantes privilegios, que caracterizan el llamado "Derecho de Frontera", con el objeto de facilitar su poblamiento, desarrollo y fortalecimiento. Estos concejos serán los de Ávila, Segovia y Salamanca, a los que se concederán grandes espacios, siendo el más extenso de todos, y por consiguiente de la Corona de Castilla, el del concejo abulense.

Este territorio que tenía que repoblar el concejo abulense, ya en el siglo XII podemos afirmar que estaba bien delimitado al norte de la Cordillera, porque no hubo grandes problemas por diferencias de términos o límites con los concejos de Segovia, Salamanca, Alba de Tormes ... Sin embargo, esta delimitación contrastaba con una gran indeterminación respecto a los límites con los concejos de la Tras-sierra, siendo frecuentes las diferencias y discusiones con los de Escalona, Toledo y Talavera de la Reina, no teniendo límite por el sur, en que la frontera dependía del valor de las mili­cias abulenses y de la posible expansión por los territorios de la España musulmana, aunque de fácto el límite podía quedar establecido en la primera mitad del siglo XII en la frontera con el territorio del reino taifa musulmán de Trujillo.
Estos límites eran los indicados por Alfonso VII el Emperador en el año 1152, cuando concedía al concejo abulense las tierras entre los ríos Tiétar y Tajo, e incluso al sur de este último río una gran extensión territorial que llegaba hasta las estribaciones de San Vicente.

La indeterminación de lo concedido por Alfonso VII se eliminará cuando en el año 1181 el monar­ca castellano Alfonso VIII conceda el primer diploma deslindador en el que establece los límites del concejo abulense. Partiendo del establecimiento en el norte de una comunidad de gentes para el apro­vechamiento en común del llamado Campo Azálvaro, una importante zona en la confluencia con el término de Segovia, se puede considerar casi definitivamente establecido el término concejil al norte, en las condiciones establecidas en el reinado de su padre, Sancho , y de su abuelo, Alfonso vIII el Emperador, condiciones que habían sido comprobadas mediante la oportuna pesquisa, por lo que el monarca no realiza una delimitación pormenorizada y detallada de los límites de este tramo del terri­torio. Sin embargo, en el sur se realiza con minuciosidad. Se iniciaba en el valle Transverso, llegando a la Cabeza de Almenara, es decir, en la Fuente del Descargadero, en Las Navas del Marqués, hasta el río Cofio, entre Valdemaqueda y Robledo de Chavela, llegando a la confluencia del río Perales con el río Alberche, y desde allí a Cadalso de los Vidrios, pasando por el Espinazo del Can y por la Cabeza de Buena. De allí se dirigía la mojonera por El Pedroso (en la zona de Cardiel de los Montes) por el arroyo Fresnedoso (hoy de San Benito) en su desembocadura en el Alberche hasta la confluencia con el arroyo de la Salina (hoy arroyo de la Sal), y aguas arriba de éste a donde el camino de Ávila a Talavera lo cruza. Seguía por la Cabeza Carrascosa, el valle de Lenguas (hoy Valdelenguas) y El Berrocal hasta el sendero que seguían las milicias abulenses cuando iban al fonsado o a la guerra, para cruzar el Tajo por el vado de Azután. Desde este sendero, el término abulense bajaba directamente a la Vega, y luego por la Vera alcanzaba el río Tajo en la confluencia con el Gévalo, siguiendo el lími­te por el río Tajo hasta la desembocadura del Alagón, en un recorrido cercano a los 160 km. A conti­nuación rebasaba la Calzada de la Plata en una amplia zona, cerrando cualquier expansión del reino de León hacia el sur. Continuaba la mojonera por el río Alagón hasta encontrar al río Gata, llegando hasta el llamado Puerto de Muñoz, que es el actual Puerto de Béjar. Además, se concede al concejo abu­lense el castillo de Castro y un amplio territorio desde el camino que iba de Talavera al puerto de Carvajal o de San Vicente hasta el portillo de Albalate, en las actuales provincias de Toledo y de Cáceres.

En estos límites, el concejo de Ávila, lindando con los de Arévalo, Segovia, Alamín, Escalona, Talavera de la Reina, Trujillo (ya desde el año 1169 en poder de Fernando Rodríguez de Castro), las plazas musulmanas de Alcántara y Cáceres, y los concejos leoneses de Salvatierra, Alba de Tormes y Salamanca, tenía un territorio de 16.400 krn, aproximadamente. El espacio del obispado de Ávila com­prendería además los 1.120 km2 del concejo arevalense y los 560 km2 del de Olmedo, por lo que el total del territorio que podríamos llamar abulense hasta el año 1181 comprendía unos 18.000 km2.

Sin embargo, este territorio será reducido drásticamente en un espacio de tiempo no superior a veinte años. La primera segregación se inicia cuando en el año 1186 Alfonso vIII funda la ciudad de Plasencia, y finalizará cuando la dote territorialmente en el año 1189. Posiblemente, el peligro de la presión almohade sobre el reino de Castilla decidió al rey a recortar el extenso alfoz abulense, al mismo tiempo que reforzaba la frontera contra el reino leonés, ya que no puede ser considerada la reducción del territorio abulense como un castigo a un concejo cuyas milicias habían servido a sus antecesores y a él y le seguían ayudando con dedicación y valor en la lucha que mantenía el Reino contra los almohades y contra los leoneses. El 12 de junio de 1186 el monarca castellano crea en el lugar que se llamaba Ambroz la ciudad de Plasencia a costa de los territorios abulenses y le concede un amplio término en un diploma expedido el 8 de marzo de 1189: desde el vado de Alarza hasta la Cabeza de Pedernalosa por la Piedra Hincada a las Cabezas de Terraza a dar en el río Tiétar. Seguía la mojonera el curso del Tiétar llegando adonde se le junta la Garganta de Chilla. Desde esta garganta se dirigía al río Tormes, pasando por Valvellido y por la Cabeza de don Pedrolo; algunos de estos topónimos son de difícil identificación. Seguía el curso de este río hasta el arroyo de la Mula, cerca de Guijo de Ávila; de allí al nacimiento del río Sangusín, siguiendo las aguas de este río hasta donde cruzaba la Calzada de la Plata. Por el sur del Tajo los primeros kilómetros de divisoria eran comu­nes entre los concejos de Plasencia y Ávila: desde el vado de Alarza hasta el Puerto de Ibor, pasan­do por las fuentes del río Almonte a la Zafra de Montánchez, finalizando la mojonera en la sierra de San Pedro, aunque desde los últimos mojones ya era límite con Trujillo y no con Ávila. Además, incluía esta concesión la fortaleza y castillo de Monfragüe. No obstante, el concejo de Ávila no aceptó estos límites, siendo frecuentes las disputas por la fijación definitiva de estos mojones.
La segunda segregación no se hizo esperar. Alfonso VIII en el año 1209 crea otro nuevo conce­jo a costa del territorio abulense: el de Béjar, al que concede también un extenso alfoz: desde el río Toretes al castillo de Palio; desde allí la mojonera se dirigía al Villar sobre San Juan y llegaba hasta la confluencia del Turedal en el río Fresnedoso. Seguía las aguas del Turedal hasta el castillo de Pardo, que estaría en uno de los cerros que rodean Medinilla. Desde allí al río Becedas por Palacios de Becedas hasta un mojón situado entre las cuencas de los ríos Becedas y Aravalle. Desde esta líneay hasta el concejo de Salamanca quedaba por territorio del concejo de la villa de Béjar. Los tres tér­minos venían a coincidir topográficamente, junto a las fuentes del río Cuerpo de Hombre, en el vér­tice Calvitero.

También se reduce el territorio del obispado en el Campo de Arañuelo y en casi toda la Vera, que se entrega a Plasencia; y en la comarca de la Jara y en los alrededores de Cadalso de los Vidrios que se incluyeron dentro del dominio del arzobispado toledano.
Con todas estas segregaciones podemos afirmar que, a mediados del siglo xui, el territorio del concejo abulense, después de las disputas y determinaciones de términos posteriores, tenía una exten­sión aproximada de 9.144 km', repartidos en las actuales provincias de Cáceres, Madrid, Salamanca, Toledo y Ávila. Asimismo, el del obispado tendría, incluidos los territorios de los arcedianatos de Arévalo y de Olmedo, aproximadamente, 10.824 km'.

Aunque la extensión del territorio del obispado de Ávila ya se mantendrá invariable a lo largo de la Edad Media, salvo ligeras modificaciones, no sucederá así con la del concejo abulense que se verá alterado y disminuido profundamente.

Las segregaciones territoriales citadas van a suponer lo que hemos calificado como el aleja­miento definitivo del concejo abulense de la línea de frontera. La caballería popular o villana no va a tener ya como misión fundamental la defensa de los territorios de frontera, dedicándose preferen­temente a la defensa de su espacio, a la protección de sus límites, al control de los pasos de ganados y de los pasos naturales del Sistema Central que comunicaban la Meseta con los territorios del sur para controlar el intercambio comercial con al-Andalus y a garantizar pastos suficientes para sus numerosos ganados, sobre todo de la ganadería lanar trashumante que se convertirá en uno de los sectores claves de la economía castellanoleonesa.”

(Historia de Ávila Tomo II, Institución Gran Duque de Alba de la Excma . Diputación de Ávila. Ávila 2000 pp 28-30).
Evidentemente todo el discurso anterior se ve mejor en un plano, aquí cobra plena realidad el dicho de que una imagen vale más que mil palabras, pero si los discursos no salen a la calle quedan convertidos en huesos de cementerio bibliotecario. La Comunidad de Ávila dio lugar por segregación a la Comunidad de Plasencia y a la Comunidad de Béjar, esta última fue arrebatada por carga de dudosa legalidad al Reino de León, asunto que los leonesistas puntillosos recuerdan cuando se trata de este asunto.

Hubo más Comunidades de Villa y Tierra al sur de la tierra de Ávila, pero mucho más efímeras; así en la actual provincia de Toledo existieron las Comunidades de Talavera de la Reina, de Montes de Toledo y de Maqueda y en la actual provincia de Cáceres la Comunidad de Trujillo y Medellín. Todas estas comunidades más la de Plasencia fueron vueltas a conquistar por los moros almohades, y en su reconquista definitiva la mayor parte dejaron de ser al poco tiempo territorios de realengo, en los casos de mayor duración apenas superaron los cien años, no se consolidaron como Comunidades de Villa y Tierra; algunas como la de Trujillo fue directamente donadas por Alfonso VIII, rey menos celosamente castellano de lo que algunos pretenden, a las ordenes militares leonesas de Calatrava y San Julián, filiales ambas de la orden del Cister; la de Montes de Toledo al Arzobispo de Toledo; la de Maqueda a la orden militar de Alcántara.

Un poco lo anterior roza el tema nunca cerrado de la supuesta y problemática castellanidad de las tierras del reino de Toledo o de la actual Extremadura; las opiniones en este terreno son para todos los gustos y disgustos; conste no obstante que Oropesa y Navalcán deberían ser considerados como territorios abulicas irredentos, con todas sus almenas, torres y castillos. En cualquier caso la más extrema de las grandes Comunidades de Villa y Tierra, con duración multisecular y además la más grande durante algún tiempo, fue precisamente la Comunidad de Ávila, que fue algo así como el lejano oeste de Castilla, el “far west” o tal vez el lejano suroeste; aún quedan nombres como Zorita de la Frontera y Aldea seca de la Frontera, para recordar que la frontera entre el Reino de León y el Reino de Castilla estaba entre las tierras de Salamanca y Ávila. Ávila City ciudad fronteriza en muchos más aspectos de lo que se puede pensar a primera vista, no siempre con orden y con ley, frontera con el reino de León, frontera con el Reino de Toledo, frontera con Extremadura y más tarde frontera con la Corte vampírica y absorbente.

Como se dice en el lenguaje de las diligencias procedimentales jurídicas, se exponen a continuación los pueblos que se segregaron cuando allá en 1833 se fijaron los límites provinciales de Ávila a los efectos oportunos que procedan. No excluyendo entre los tales, algún rapto agresivo e histérico, a la par que victimista y lacrimeante de nacionalismo abulica ( ¡ lagarteranas abulenses!).

Pueblos que se han segregado de la antigua provincia de Avila y que han pasado a otras, según la actual división territorial que rige desde el año de 1833.


A la de Cáceres.

Bohonal.
Gordo. (El)
Talavera la Vieja.
Puebla de Naciados.

A la de Madrid.

Pelayos.
Valdemaqueda.

A la de Salamanca.

Armenteros.
Bereimuelle.
Bóveda.
Cantaracillo.
Cespedosa.
Guijo. (El)
Peñaranda de Bracamonte.
Puente del Congosto.
Rágama.

A la de Segovia.

Aldeanueva del Codonal.
Botaelhorno.
Codorniz.
Donyerro.
Martin Muñoz de la Dehesa
Montejo de Arévalo.
Montuenga.
Rapariegos.
San Cristóbal.
Tolocirio.

A la de Toledo.

Alcañizo
Almendral.
Buenaventura.
Calzada.
Cardiel.
Celeruela.
Corchuela.
Guadiervas.
Herreruela.
Iglesuela.
Lagartera.
Navalcan.
Navamorqüende.
Oropesa.
Parrillas.
San Roman.
Sartajada.
Sotillo de las Palomas.
Torralva.
Torrico.
Valverdeja.
Ventas de San Julian.

A la de Valladolid.

Fuente el Sol.
Honcalada.
Honquilana.
Lomoviejo.
Muriel.
Olmedillas.
Salvador.
San Llorente.
San Pablo de la Moraleja

Total 56”

(Juan Martín Carramolino. Historia de Ávila su provincia y obispado, Madrid 1872, p 237)

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