miércoles, 22 de junio de 2011

Apartamiento absoluto de las corporaciones locales de la Política (Elías Romera, Administración Local, Almazán 1896)

II

Apartamiento absoluto de las corporaciones locales de la Política, privando a sus vocales y empleados del sufragio en las elecciones de representantes en Cortes y recíprocamente á los empleados del Estado en las Corporaciones populares.Otro procedimien­to para elegirlas.

Aestimes, non númeres.

Seneca.

El sufragio universal quiere como comple­mento el bienestar universal, pues es contradictorio que el pueblo sea á la vez miserable y soberano.

TOQQUEVILLE.

Todas las tiranías deben de reprimirse, comenzando por la de las pasiones que es la más incurable y la más peligrosa para la libertad.

LAURENTIE

No habremos de repetir aquí. ya que con tanta insistencia, acaso hasta la molestia rayana á la prolijidad, hemos señalado anterior­mente la honda huella y la perturbación funesta que la hedionda po­lítica ha producido en las corporaciones locales, así que al señalar la etiología de su actual estado patológico la reconozcamos como gene­ratriz de casi todos los males que padecen y por tanto la higiene y la terapéutica nos habrán de prescribir como primera medida salvadora el aislamiento absoluto del foco de la corrupción, de donde parte el contagio, practicándolo desde luego al proponer la privación absoluta del sufragio en las elecciones de representantes en Cortes y en las cor­poraciones locales á los individuos de ayuntamientos, así como á sus empleados, á los Diputados provinciales y empleados en las corpora­ciones provinciales, a los Diputadas de las Regiones con todos sus empleados. La medida la conceptuamos indispensable, como necesaria es la extirpación de la última célula cancerosa, á fin de que el epi­telioma no se reproduzca y concluya con la vida municipal. La medi­da del procedimiento curativo acaso les parezca á algunos espíritus exaltados y á no pocos vividores egoístas algo radical y acaso retró­gada, mas los que tal digan ignoran que la poca templanza del enfermo hace al médico ser cruel. Crudelem medicum iutempe­rans ceger facit, según Séneca, pero hay ciertas enfermedades con las que no se pueden ni deben usarse paliativos, pues solo las cura el bisturí o el hierro candente y aquí en la extirpación abso­luta con el cáustico actual estriba la salud del enfermo. Si oculos tuus, dice Jesucristo, scandalizat te, erue euro. Si tu ojo te es­candaliza sácatelo. Fuera, pues, sufragio que nos corrompe el alma y el cuerpo, individual y colectivamente, porque no es más que el soborno en los elegibles y la venalidad en los electores, la gangrena en todos y una farsa tan indigna como inmoral. El sufra­gio por censo, ha dicho un insigne publicista, nos lleva á un Estado por acciones, basado en la cultura, á un Estado todo cerebro, el universal al predominio brutal del número, el voto secreto al rebajamiento de la dignidad y de la conciencia». El voto restringido, el procedimiento acumulativo, el cualitativo, el de cociente, el dinámico teorías formosae superne, pero todos no pueden evitar que el sufra­gio sea, como no puede menos de ser, la expresión no genuina de las energías tal como se dan en la vida social, sino la de todas las fla­quezas humanas representadas en tos afectos del corazón, estimula­dos ordinariamente por la bastarda ambición que tanto impacienta é inquieta a los hombres cuyos ojos suelen tener por objetivo el medro personal encubierto con falso patriotismo. Mientras el voto sea un favor y un título para merecer, la política será una perturbación en el gobierno de las Naciones y redimiendo á las corporaciones popu­lares de la tiránica y odiosa política, esta habrá de marchar por otros cauces mas puros y mas obligados y nuestros partidos polí­ticos tendrán que buscar su fuerza en la opinión pública, de forma que todos saldrán gananciosos en esta regeneración y depuración político-administrativa y que llegará á ser hasta nacional. El cuerpo electoral se paga de promesas de pretendiente, prefiriendo, como dijo el famoso agente electoral romano C. Cotta, una mentira á una negativa, pues esta previene antes de la elección y el desengaño siempre es posterior á ella. La corrupción electoral de hoy es un plagio de la de Roma en sus diversos agentes nomenclatores, reques­tres, intérpretes ,y divisores, y sus centros electorales sodalitates que con tanta precisión y. cinismo nos describe el mencionado Cotta.

Nosotros conceptuando no un derecho sino un deber del país de gobernarse á si propio, estimamos por ende obligatoria la emisión del voto y a fin de realizar la dignidad y el valor moral individual sostendríamos que fuese público como es en Suiza y lo fue hace poco más de 20 año en Inglaterra, pero si el sufragio universal es un bello principio, es muy difícil hallar un procedimiento de emisión que garantice la libertad, la independencia y la sinceridad, así como también la capacidad del elector; es preciso ,pues, precaver en la ley de procedimientos hasta la sospecha de la presión, cuanto mas la coacción, así como la suficiencia del elector, pues de no realizarse en plena libertad el voto no hay para que estimarlo ni darle valor alguno, ya que procedan estas deficiencias de falta de sinceridad unas veces, de la presión otras y no pocas de la incapacidad del elector, como sucede en el voto secreto por papeletas á los que no saben leer; y como el asegurar y garantir el voto de libertad y capa­cidad es imposible á la humana naturaleza, de ahí que debe de recha­zarse el sufragio directo. A posteriori también habremos de excluirlo y hasta de proscribirlo si nos fijamos en los resultados prácticos que le han valido el descrédito mas notorio v solemne, hasta el extremo que no hay nadie qua de buena fe lo defienda sino en el terreno es­peculativo. ¿Quién ha de tener el valor de defender el sufragio direc­to universal ó restringido al ver en todas las Naciones y especial­mente en España las coacciones y violencias en los gobiernos, las intrigas, las trampas, las añagazas, los abusos, los ardides, las trapa­cerías, los amaños, tropelías y chanchullos y el soborno en los elegi­bles y sus muñidores y sectarios; los excesos, el miedo y la venalidad en los electores? ¿Qué consecuencias son de esperar de tales premi­sas, sino las candidaturas oficiales dominando al cuerpo electoral, esa carne de cañón de todas las concupiscencias y Juan soldado de todas nuestras luchas políticas, corrompido á merced del que manda ó del que mas da, el cunerismo imperante, la política relajando to­dos los resortes de gobierno y perturbando a la sociedad en todos sus fundamentos; muchos candidatos arruinados por las luchas elec­torales y buscando arreglos y compensaciones para nivelarse aun á costa de pasarse la mano por la cara, luchando por la existencia y, la plutocracia, por tanto, en auge; los distritos explotando antes y des­pués de las elecciones el botín de guerra, lo mismo del vencido que del vencedor y de los secuaces de ambos; el periodo electoral siendo una saturnal qué tiene abiertas las válvulas á todos los abusos, dándose patentes en corsa por todos los contendientes; la estatua de la Ley parece la cubre un tupido velo que la envuelve entre sombras; los electores, unos, los que viven y gozan en la orgía, en las baca­nales, insaciables como voraces tiburones, ansiando una elección por semana, otros, los amigos del orden y de la tranquilidad y que no les agrada les perturben en sus faenas, huyendo de la urna como de la peste, algunos, no pocos por cierto, yendo á votar poco menos que arrastras, todos sin libertad y sin fe en lo que hacen, descorazonados y asombrados de este luctuoso presente, sin esperanza en el porve­nir, siempre conociendo á los mismos perros con distintos collares; con la energía y hasta con la virilidad malgastada , extenuada en luchas estériles: los pueblos y hasta las familias ardiendo en escisiones y en odios á muerte; las venganzas por doquier y los rencores atizando las pasiones, conturbando los ánimos de las conciencias mas sólidas y las cabezas mejor equilibradas, y de ahí hombres hon­rados que unos van al sepulcro y otros á pervertirse en las sentinas de nuestros presidios; ruinas de familias y de pueblos; unos cele­brando la victoria y disfrutando como Aníbal en Capua, otros do­liéndose en la derrota, pero ansiando con vehemencia la revancha; una acta de concejal ó de Diputado para acaso no acordarse mas de sus representados, por ocuparse demasiado de sí mismo, convir­tiendo el cargo augusto de representante del pueblo y de legislador en vil granjería, ya que no en un salvo conducto, en un amuleto para lavar manchas y limpiar culpas. ¡Cuánto cierto es que cuando se siembra cizaña imposible es que se recoja trigo! Allí están los obre­ros, los materiales y la labor de las elecciones por, sufragio mas ó me­nos restringido, en mas de medio siglo de experimentos tan prác­ticos como dolorosísimos, ¿Se atrevería nadie, sino un dementado, á someter ningún asunto á un tribunal cuyos magistrados, unos sean incapaces, otros estén cohibidos, estos amedrentados, aquellos apasionados, estos otros concusionarios y todos sin libertad para dar el fallo conforme á su conciencia y como procede en justicia? Pues eso y no otra cosa, dígase lo que quiera, eso es el sufragio directo con o sin el censo. ¡El sufragio no es mas, pues, que el ins­trumento de la tiranía, de la corrupción! ¡No se cogen higos de los espinos, ni de las zarzas racimos de uvas! como dice el adagio. Ese spoliarum político social es digno de mirarse con atención y deten­ción por los hombres pensadores y sobre todo por los Jefes cíe nues­tros partidos políticos para que pongan pronto, eficaz y saludable remedio y nos libren de esta peste comicial que padecemos hace muchos años, y que nos va á conducir donde nadie puede predecir, porque se está jugando con fuego con una temeridad pasmosa. ¡Las listas electorales no bajan hoy de costar a las Diputaciones la friolera de un millón de pesetas, doble ó triple á los ayuntamientos, doscien­tas cincuenta mil los gastos y excesos de las elecciones provinciales y un millón lo menos las municipales! Apúntense esas cifras los entusiastas del sufragio universal.

El self government, ha dicho el austero Azcárate, no solo con­siste en votar, pues, el pueblo que vota no es dueño de sus destinos, eso es confundir la representación con la delegación y autorizar las dictaduras parlamentarias. Un hombre experimentado en política y en administración afirma que, del pueblo que posee á la vez la liber­tad y la centralización administrativa y sobre todo sin disfrutar el sufragio universal, no puede ni dirigirse desde el poder ni gober­narse á si mismo». Bluntschli renombrado profesor a la Universidad de Heidelberg dice, que el sufragio universal ha convertido el cuer­po electoral en un montón de arena que deshace el viento y después de flotar en menudo polvo por la atmósfera, viene á caer sobre la tierra en revueltos torbellinos. Lorimer afirma que el sufragio ha convertido al cuerpo electoral en un rebaño que se valúa por el nú­mero de cabezas solamente. Los que consideran el sufragio, (dice Toquevilla, cuya autoridad no puede rechazar ninguno que de demócrata se precie) como una garantía de bondad de las elecciones se hacen una ilusión completa. Con el sufragio universal, ha di­cho el diserto D. Francisco Silvela, se podrá gobernar una Nación, pero es imposible administrar bien, ni los municipios ni las Diputa­ciones, y una experiencia tan larga como dolorosa y concluyente viene á comprobar esa afirmación tan acertada de ese conspicuo español, mas hombre de administración que sectario político.

El sufragio es una función y no un derecho y por tanto exige condiciones en el que ha de ejecutarla para que esas condiciones capaciten y garanticen el buen desempeño de esa función tan augusta. La libertad política, mejor dicho, el voto no puede tener ninguna estima para los que carecen de bienestar y por eso venden el sufragio al quien se lo paga ó por agradecimiento á quien les da de comer ó dis­pensa favores, por eso raras veces cada voto es la expresión de la vo­luntad del elector cae ahí que la libertad política sin el bienestar sea una miserable é hipócrita servidumbre. Además el cuerpo electoral falto de criterio, anémico de energía y apático por inercia no busca como debiera a los elegibles mas aptos para los cargos populares, sino por el contrario, se deja arrastrar y hasta imponer por los inquietos é in­trigantes mangoneadores políticos que casi todos llevan segundas miras al presentarse al público sacrificándose como redentores del pueblo el que deja olvidados en sus casas á los que realmente pudieran administrarlo y regenerarlo, postergándolos por gente mañosa é intrigante que más busca en esos cargos los provechos que la honra que confieren cuando bien se desempeñan.

Una de las consecuencias mas funestas del falseamiento del su­fragio por codicia del poder es la esclavitud voluntaria á que se somete el país envenenado par el peor de los tóxicos, por el indiferen­tismo y por el pesimismo que lo tienen anestesiado, sin esperanza de alivio, solo confiado en la Divina Providencia, porque los hombres no solo lo tienen abandonada sino aniquilado y envilecido. Las cor­poraciones populares esclavas también del poder tienen perturbada su administración por la deletérea política, así que es preciso para bien de los partidos políticos y sobre todo para bien del país que cese esa corrupción tan nauseabunda, deprimente y letal del oro, del miedo y de la ignorancia, por lo menos para las elecciones de la administración local, separando el electorado político del de las corporaciones administrativas locales y que el poder ejecutivo en vez de ser el árbitro de los destinos de la Nación, sea no mas un so­berano que reina sobre un pueblo que se gobierna á sí mismo y así concluirá el divorcio creado entre la sociedad y la política, y con­cluirá también la corrupción de electores y elegibles, no menos fu­nesta á los pueblos que la de los reyes y cortesanos, y se atenuará la acción letal del caciquismo, ese parásito del sistema parlamentario. El partido obrero, que se va al fondo de la cuestión, llama al sufragio universal arma de papel con la cual no puede hacerse daño alguno al adversario y este hiere de muerte al proletariado. Los socialistas concluyen por rechazar el sufragio universal coma una insulsez política con que se quiere entretener y engañar al pueblo que si legal­mente ha sido proclamado soberano, en realidad sigue siendo esclavo Observa Laveley, que existe una gran atracción natural entre la soberanía y el sufragio universal, que habrá de imponer en tiempos no lejanos, un nuevo orden social, y de ahí el antagonismo que, se­gún Secretán, existe entre el orden económico actual y el sufragio universal del cual no saben como desprenderse los países en que funciona y presagia grandes trastornos el día que ese antagonismo estalle; porque, como dice acertadamente el mismo Laveleye, la li­bertad política de que el obrero solo hace uso de tarde en tarde, no puede en modo alguno compensar su servidumbre en el orden económico.


Rechazando, como rechazamos en absoluto la ingerencia de la mefítica política en las corporaciones populares á quienes es preciso redimirlas de la esclavitud en que las tienen el bastardo egoísmo de nuestros partidos políticos, esa plaga social que hay que extinguir por inanición, dicho se está que no admitimos para la elección de las corporaciones locales ni el sufragio universal, ni el restringido, ni el procedimiento acumulativo, ni el de cociente, ni el de coeficiente, procedimientos muy bonitos y muy alambicados como hechos para el juego á turno de los partidos en el poder con minorías que di­viertan al país y con mayorías que se lo coman, pero que ninguno de esos procedimientos electorales está libre del soborno en los ele­gibles, ni de la venalidad de los electores, ni de la corrupción de unos y otros, y sobre todo de la influencia oficial. Las corporaciones lo­cales se deben de dedicar á administrar y fomentar sus intereses morales y materiales exclusivamente y por tanto debe evitarse a todo trance, con toda previsión y con toda cautela, que continúen en manos de sectarios y del proselitismo, rescatándolas de la servi­dumbre en que viven y regenerándolas con savia nueva y con san­gre pura y oxigenada que las vivifique y las haga robustecerse y desarrollarse dentro de su propia órbita, para bien de sus adminis­trados y de la prosperidad nacional que está encarnada exclusiva­mente en la vida local. El cuerpo electoral debe de fijarse en lo que el gran Le Play llamaba autoridades sociales, es decir, en los hom­bres de bien, proba vira, esas nobles figuras independientes y honra­das que extrañas á las agitaciones de la vida pública y absorbidas por la práctica de un arte ó de una profesión, son los mejores maestros de la vida y del gobierno local que de hecho dirigen en todos los pueblos prósperos, inspirando respeto, afecto y consideración, ejer­ciendo su influencia por el régimen de coerción moral, porque ansían la paz social, de ahí el patronato que deben de ejercitar sobre las corporaciones populares. Pero desde que se han desarrollado las costumbres llamadas democráticas, estas autoridades están menos dispuestas que nunca á afrontar los crecientes rigores del sufragio popular y la dura competencia de los que lo soliciten, y por otra parte como carecen de las pasiones que tanto gustan los partidos políticos y de la flexibilidad de carácter que permite el acceso cerca de los go­biernos, apenas atraen hacia ellas la atención pública, quizás porque brillan en la vida privada, en el hogar de la familia, verdadera escuela del ciudadano así para mandar como para obedecer, es decir, pa­ra aprender las prácticas de libertad y de autoridad bajo la égida del amor paternal, y estos grupos sociales son el plantel de los dignatarios del gobierno local, como este es y debe ser el semillero de donde salen las notabilidades que han de tomar parte en la admi­nistración de las Provincias y del Estado.

El procedimiento que proponemos para la elección de las cor­poraciones locales, esta libre de la despótica coacción oficial, de corrupción tiránica de los elegibles y de la cínica venalidad de los electores, y, con él se ahorran los gastos y excesos de las elecciones, esas fiestas de Baco, gastos que no son partida moral y materialmente despreciable, pues no bajan de 2.50.000 pesetas cada elección provin­cial y 1 .000.000 las de concejales, y esos gastos son la causa de que impere la plutocracia en las corporaciones locales y cuyo monopo­lio concluirá con este procedimiento electoral; es decir tiene todas las condiciones apetecibles para que de los comicios salgan admi­nistradores de los bienes comunales, no explotadores del cargo; pero tiene un leve defecto, que es procedimiento indígena, es decir, genuinamente español y acaso por eso, a pesar de su virtualidad y de los prodigiosos resultados en siglos que ha viene usándose, haciendo la felicidad de los que la aplican, quizás por eso, repetimos, poco conocido, si es que no deliberadamente olvidado por prevenciones, tan incomprensibles como injustificadas ante la sana razón y ante la conveniencia pública, de todos nuestros gobernantes, pero ya aplicado con acierto para el jurado. A fin de evitar tanto mal y co­rrupción tanta, hay que ir a la insaculación, no de los elegibles, sino de los electores, al juramento de los compromisarios electos á suer­te y á su incomunicación inmediata y absoluta y no suspendiéndose el acto hasta lograr elección, y por último condicionando suficien­temente las cualidades de los elegibles; así todos y ninguno tendrán derecho electoral. A este fin la ley prescribirá el día que ha de hacerse la elección que habrá de ser festivo, reuniéndose todos los electores de cada sección ó colegio, siendo el presidente el de mas edad y actuando de secretarios los dos mas jóvenes; á esta junta con­currirán personas debidamente apoderadas de viudas y menores quienes tendrán el concepto de electores, pues anómalo es no ten­gan intervención en el común cuando las leyes civiles les reconocen personalidad jurídica. Los electores que no concurran á la convo­catoria, pagarán diez pesetas de multa al erario municipal, perde­rán la capacidad de elegibles en la elección convocada y el de electores y elegibles en las dos siguientes. El que reincidiese será corre­gido con doble multa y á la tercera vez entregado á los tribunales. Se pondrán en papeletas todos los nombres de los electores, que será precisa condición sean mayores de edad, sepan leer v escribir, llevar dos años de vecindad, ser de estado seglar, no estar incluidos en las listas de beneficencia y no cobrar de fondos del presupuesto del Estado ni de las corporaciones locales, ni ser miembro de ellas.

Una vez colocadas en la urna todas las papeletas con el nombre de los electores que irán leyéndose al depositarse en ella, se las mezclará bien y por un niño menor de ocho amos se sacarán nueve pa­peletas y los electores cuyos nombres contengan serán los compromisarios; sino estuviesen todos presentes se completarán sacando las papeletas necesarias, procurando siempre remover la urna cada vez que se saque una papeleta. Inmediatamente los compromisarios prestarán juramento ante el Presidente de cumplir fiel y lealmente su deber por el bien público y serán incomunicados en habitación aislada é inmediata á la que se verifique la reunión de electores, sus­pendiéndose la sesión. Reunidos los compromisarios, se constitui­rán en junta bajo la presidencia del de mas edad, actuando de secre­tario el mas joven y enseguida después de deliberar sobre las personas que crean mas aptas para el cargo, procederán á la elección de la que consideren mas meritoria, por votación nominal a pluralidad de votos, extendiéndose por el secretario el acta que firmarán todos los compromisarios y que se entregará por el compromisario pre­sidente al que lo sea de la junta electoral, el que dará cuenta á los electores del acta de elección y después de extenderse acta de todo, así como de las protestas si las hubiere, pasará inmediatamente todo lo actuado al ayuntamiento, levantándose la sesión. Si no hu­biese habido elección, por no ponerse de acuerdo los compromisa­rios y resultar no tener mayoría ningún candidato, se hará constar así en el acta de reunión, dándose cuenta inmediatamente al colegio para proceder enseguida á sacar á suerte de la urna otros nueve electores que sean compromisarios, procediéndose según queda va indicado, hasta lograr se verifique la elección, y si fuese nece­sario recurrir hasta terceros compromisarios, estos quedarán en sesión permanente é incomunicados también, hasta lograr se verifi­que la elección. Los compromisarios no podrán aceptar, ni ellos, ni sus padres, hijos ó hermanos, cargo alguno retribuido en los pre­supuestos del Estado o de las corporaciones locales, excepto los pro­vistos por oposición, mientras estén en ejercicio los concejales electos. Los ayuntamientos procurarán hacer la división de colegios de forma que á cada uno le toque elegir un concejal, dividiéndose en secciones de 100 á 200 electores cada una cuando más; cada pueblo agregado para constituir ayuntamiento formará colegio separado; al día siguiente de la elección se hará el escrutinio por los secretarios de las secciones, que llevarán copia del acta respectiva y credencial, que acredite su nombramiento; el escrutinio se hará á presencia del ayuntamiento reunido al efecto, quien resolverá en el acto sobre e las protestas ó incapacidades de los electos.Para ser elegible se requieren las condiciones siguientes:

1ª Ser elector.


2.ª Llevar cuatro años de vecindad.

3.ª Estar rehabilitado en caso de haber hecho quiebra.

4ª Haber sido declarado inculpable en caso de haber sido con­cursado.

5ª No estar procesado ni haber sido condenado por comisión de delito.

6ª No ser deudor á los fondos de las corporaciones, ni del estado, ni aun como segundo contribuyente.

7ª No cobrar de sociedades subvencionadas por el Estado ó por corporaciones locales.

8ª No estar impedido intelectualmente, ni tener impedimento físico que le imposibilite para el cargo.

9ª No haber ejecutado actos ni omisiones, que aunque no penables, los hagan desmerecer en el concepto público.

10º No tener contienda con el Ayuntamiento o Diputación provincial.

Los jueces municipales no serán electores ni por tanto elegibles. A los que han de recibir y desempeñar los cargos populares es preciso inculcarles que deben de recibirlos como una carga y como un deber, con su inmediata responsabilidad, mirando al cumpli­miento de este deber como una obligación de justicia y realizándolo con acendrado y puro amor y con ferviente celo sin desmayos por el temor, sin olvidos por el egoísmo y sin debilidad por mezquinos apasionamientos; no recibiendo la investidura de magistrados del pueblo por satisfacciones de pueril vanidad, ni por la ambición tirá­nica de mando, ni por el vil deseo de bajas venganzas, ni por mez­quinas miras egoístas, ni por el desvanecedor deseo de un encum­bramiento ¡no! que todo eso envilece á los hombres y tiene deshon­rados esos cargos á los que deben de ir los que se sientan capaces y sobre todo enardecidos por el amor á sus ciudadanos y al pueblo donde viven, en una palabra, que tengan conciencia clara de sus deberes y muy presente la sana doctrina que encierran los siguien­tes versos del letrero colocado sobre la puerta del consistorio de Mondoñedo.
Aquí dentro no ha lugar
Pasión, temor ó interés,
Solo el bien público es,
lo que aquí se ha de mirar
.

Todos los cargos de las corporaciones populares serán insolicitables, obligatorios, irrenunciables, juramentados, periódicamente renovables, irreelegibles, gratuitos y sujetos fetos a responsabilidad, habiendo de ser residenciados los que los desempeñen al cesar en ellos. lnsolicitables, para cortar las intrigas y corrupciones, no pu­diendo ser electo ninguno que lo haya gestionado de los compromi­sarios de palabra, por escrito ó por tercera persona. De esta manera los electores buscarán á los que merezcan ser elegidos y no se dará el escándalo de que la ambición y el egoísmo se echen por esos mundos de Dios, con la vergüenza á la espalda y la audacia al rostro á excitar y mover acaso demasiado persuasivamente al cuerpo elec­toral, que de ordinario se vuelve todo oídos y se deja querer asazmente. Obligatorios, por ser un deber de todo ciudadano la gestión del procomún. Irrenunciables, por la misma razón que sin obliga­torios. Juramentados, porque al recibir una investidura por minis­terio de la Ley no pueda rechazarse á sí propio, no debiendo negar la Ley que lo eleva, sin inconsecuencia y sin deslealtad manifiesta. A los demócratas que rechacen el juramento, debemos recordarles estas palabras de una autoridad para ellos irrecusable. Tocquevílle. «Me inclino a creer, que si el hombre carece de fe, no puede ser libre y que si ha de mantener la libertad, es preciso que crea en Dios”. Periódicamente renovables por terceras partes, para evitar la avaricia del poder y los abusos que son consiguientes y por terceras partes para que la experiencia, el hábito y la tradición no se pierdan en la administración local y ésta quede al propio tiempo impregnada de la variable opinión pública. lrreelegibles, para evitar las ambiciones personales, las coacciones autoritarias, el santonismo y las dictaduras del caudillaje. Gratuitos, para que jamás exciten la codicia del que los desempeña, ni el ansia de poseerlos. Sujetos a responsabilidad , si la responsabilidad es consiguiente á todo acto humano, con más razón debe exigirse a los mandatarios del pueblo, para quien esa responsabilidad es una garantía y así se evitarán las arbitrarie­dades. Incompatibles con todo otro cargo electivo ó retribuido, para evitar toda querencia al mando y que el acumulamiento de obliga­ciones impida el buen desempeño del cargo. Residenciados, para dar el veredicto y la sanción popular á su gestión administrativa y hacer efectivas las responsabilidades si las hubiere ó el certificado ó atestado de la estimación y del agradecimiento del pueblo á sus ma­gistrados que !layan cumplido como buenos en el desempeño, de su cometido.

La irreelegibilidad evitará que jueguen á repetir los políticos de ofi­cio que le han tomado el gusto al cargo, desahogando sus apetitos en el mangoneo, y con ella también desaparecerán los enfatuados que en su reelección fundan el pedestal de hombres necesarios sin los que la administración local habría de dejar de funcionar y tener qué pararse, porque sin sus luces y sin su impulso todo queda a oscuras; la irreelegibilidad también condenará á perpetua oscuridad á muchos faroles que van a las corporaciones locales, como van á las cofradías, á las juntas de casinos y de sociedades cómico-lírico-dramáticas y a todas las juntas y juntillas habidas y por haber, tan solo por exhibir su entidad y por dar a conocer sus universales aptitudes y que por cucharear en todo, resultan estos zascandiles meticones, como dicen en Castilla, unos destripacharcos, por supuesto siendo en todas partes unas hormiguitas que no van ni vienen en balde y unas abejitas que de todo elaboran cera y miel. A los que creen que la reelección es el premio al buen desempeño del cargo, habremos de manifestarles que hemos llegado por desgracia á unos tiempos tan menguados y conturbados en que el cumplimiento del deber necesita de esos alicientes y de esos vanos estímulos, pero también suele ser ordinariamente el pretexto para encumbramiento del egoísmo solapado y de bastardas ambiciones que hay que acallar y extinguir con mano férrea y sin contemplación. Una circunstancia tan solo pudiera abonar la relación: la práctica y conocimiento que de la cosa pública se adquiere con la larga permanencia en los car­gos de la administración local, pero esta no es tan difícil, inescru­table é incomprensible para los hombres de buena voluntad y celo­sos del bien público que no olvidan que los cargos populares son una carga a onerosa y gratuita que hay que conllevar por adra, y no explotarla como un monopolio de políticos cucólogos, que han constituido una oligarquía en los tiempos democráticos que corremos. Por otra parte los grandes y extraordinarios servicios, esos que dejan huella y remembranza en las generaciones, esos se recom­pensan con premios y galardones que hagan tan imperecedera la abnegación y fama renombrada de los que lo merecieron, como el perdurable agradecimiento de los que los otorgaran, sirviendo así de modelo ejemplar y de edificación perpetua á la posteridad.

La renovación de las corporaciones populares se hará por terce­ras partes á fin de que la administración local no sufra cambios tan frecuentes en su personal, cambios que tanto malean y tantas con­cupiscencias despiertan, resultando así que el elemento permanente preponderara sobre el variable, y de esa manera se evitarán revan­chas de los bandos, que tanto enardecen los ánimos; el prolongar­se la duración de los cargos por seis años, resultará en beneficio de la práctica y experiencia administrativa, que es lo que debe procurar el legislador. La movilidad tan característica de las democracias, de­be realizarse en la írrelegibilidad extensiva hasta el padre, hijo ó her­mano del que cese, á fin de prever y evitar el cesarismo y caudillaje que de servidores del pueblo se conviertan en amos. El hueco menor o sea el plazo de tiempo que puede existir para la reelección ha de ser igual al tiempo que dure el carpo, es decir que entre la cesación y la reelección han de mediar una elección ordinaria. La responsa­bilidad á los concejales se la exigirá residenciándolos lea asamblea municipal.

Este procedimiento electoral tan sencillo como libre de toda coacción, es ni más ni menos que el que preceptúa la legislación vas­congada. «Esa organización político administrativa que (ha dicho un sesudo escritor) es un conjunto que se admira por su sencillez, por su armonía y por la solidez que se advierte en la parte y en el todo del mecanismo que lleva siglos y siglos funcionando sin el me­nor quebranto. Las ruedas de los concejos, de los ayuntamientos, de las hermandades v de las cuadrillas de la Provincia, marchan con toda regularidad y orden en sus respectivos centros, sin rozarse mas que lo que es indispensable para producir el movimiento y el enlace general que constituye el mas perfecto sistema digno del estudio concienzudo de los filósofos y publicistas que se admiran de este pueblo, que lo mismo hoy que en los siglos que pasaron y los que están por venir, ni ha deseado, ni desea, ni deseará otra cosa, que conservar este sagrado depósito de buena administración y felicidad pública. Los grandes fenómenos político-sociales, son insignificantes si se comparan con este. La historia, la vida de todos los pueblos se emplea en variaciones estériles, en continuas y sangrientas luchas de administración y de gobierno. El pueblo vascongado es el único en el mundo que permanece siempre incólume entre el cúmulo de ruinas que cubren el universo. ¡Bendito sea Dios una y mil veces ben­dito! por haber elegido pueblo tan reducido y pobre para ejemplo tan grandioso, para confusión y enseñanza de la soberbia humana. (Or­tiz de Zárate). En el Congreso de_ Viena en 1.814, dijo un diplomá­tico, par cierto no el Español, hablando de la organización vascon­gada: Conservemos ese grano de almizcle que perfuma toda Europa.¡ Y pensar que nuestros gobiernos en su insensatez y en su demencia han intentado y han atentado contra ese precioso organismo, cuan­do lo más patriótico hubiese sido hacerlo extensivo á toda la Na­ción, igualándonos y unificando nuestra legislación municipal y pro­vincial, no por depresión como se ha hecho, sino por elevación!

No desconocernos !os inconvenientes que presentará en la prácti­ca y las prevenciones que ha de despertar el procedimiento electoral que proponemos al aplicarlo en las graneles poblaciones, en cuyos colegios el número de electores será considerable y por tanto mu­chas las secciones y también por ser acaso exiguo el número de com­promisarios que proponemos, porque de ser mas extenso dificultaría la elección, pero no vemos inconveniente que sea proporcional al número de electores en un 10 por 100 en cada sección ó colegio. De no aceptarse el procedimiento electoral vasco que tan admirables resultados da en aquel admirado país tan diestramente gober­nado y que conceptuamos que ese modus elegendi sería la panacea para el resto de España, podría en otro caso adoptarse el sistema dinámico de Lorimer, algo atenuado en su acumulación de votos, en combinación con el de cociente ideado por Andrae que sería aplicable para la administración local, pero no libre de la coacción de los elegibles, de la influencia oficial de los gobiernos y, de la ve­nalidad de los electores, y por tanto...........................

Los elementos tan valiosos que están alejados y hasta asustados de las miserias de nuestra estrecha política, serían atraídos á los car­gos populares, haciéndoles á estos mas independientes del poder, va­riando el procedimiento electoral, instrumento de los mas intrigantes, de los mas audaces y de los más embaucadores ó de los que mas re­cursos cuentan para manejar la voluble y asaz asequible mayoría de los electores; las personas de probidad, los hombres de bien irían á prestigiar y rehabilitar esos cargos deshonrados sino fuesen tan políti­cos como poco administrativos, tan públicos si fuesen menos privados, y después las nulidades que llegan a ellos, todos sabemos como se engríen y se enfatuan en ellos y, se engolondrinan con ellos, creyendo en su inepcia y en su nesciencia, solo comparables con su tan osada ambición y mareo cerebral, que son acreedores á tanta distinción y sobre todo que están honrando el cargo, y, que son tan indis­pensables que no tienen sustituto. ¡Pobrecillos! compadezcamos estas pequeñeces y estas debilidades de nuestros políticos. Por otra par­te, es verdad también que el agradecimiento, ya que no la recom­pensa se escatiman demasiado por nuestra voluble opinión pública á las personas que le demuestran ser sus verdaderos padres, pospuestos á sus embaucadores padrastros, así que muchos tienen pre­sente el adagio que el que hace bien al común no hace á nengún y el que olvida este adagio sabe menos de política que el alguacil del úl­timo ayuntamiento de España, de política parda por supuesto. De ­todos modos se hace necesario sacar de la inercia y del indiferen­tismo y acaso también del egoísmo a la gente de juicio y de poder encerrada en el fatal ¿ a mi que ? haciéndole ver los perjuicios en ge­neral que de su vituperable conducta se originan y se irroga á sí propia, y que comprenda también que no solo nos debemos á nosotros mismos, sino que la patria

Elías Romea
ADMINISTRACIÓN LOCAL, Almazán 1986, pp. 129-143

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