viernes, 29 de abril de 2011

Ávila sede vacante

( De la bitácora Decapitado por Hereje,
Vulgus veritatis pessimus interpres)

 

Ávila, sede vacante.

Ávila es, aún hoy, como diría el poeta, la ciudad más castellana de Castilla.

El casco histórico, el cerro amurallado y las iglesias que salpican los barrios, recuerdan permanentemente el origen, el pasado y el ser, de una ciudad que, aunque ha crecido de manera desaforada los últimos años, parece seguir regida, física, moral e intelectualmente, por un recinto amurallado que parece resistir, ahora y siempre, desde el siglo XII, al invasor. No pretendo en estas líneas sentar cátedra sobre mi ciudad, pero estos son los pastos donde uno ha pacido, y ya se sabe, somos los que comemos.

Me gustan los aspectos estéticos de mi ciudad. Muralla, Catedral, San Vicente, etc… Indudablemente podía ser mejor, pero también hay sitios peores y Ávila podía estar bastante peor. Si a principios del siglo pasado hubiese habido dinero en las arcas municipales habrían dinamitado las murallas y posiblemente el centro de la ciudad sería mucho más moderno, dinámico, y estaría lleno de edificios de Moneo. Quedaría todo muy cuco, con edificios rectangulares rosas en cada esquina, plazas enlosadas con piedra que se desintegra cuando nieva y aparcamientos subterráneos inundables. Por si no has sabido leer entre líneas, nuestro nuevo (ya no tan nuevo) Mercado Grande me parece una patada en los cojones del buen gusto.

Y este es el principal problema de Ávila. No, Moneo no, aunque ayuda. El actual Mercado Grande (o Plaza de Santa Teresa por si lo buscas en internet) es tan solo una metáfora visual perfecta del latir de la ciudad. Me refiero a aquellos que encargaron a Moneo que destrozara la plaza, a aquellos que lo consintieron y a aquellos que se callaron. Y no, tampoco me refiero en exclusiva a la corporación municipal, esta, aquella, la anterior o la de más allá. Me refiero a una población mayoritariamente pasiva, anquilosada, sedentaria, aletargada, encantada de haberse conocido dando un paseo por el Grande, tomando el sol a los pies de la Palomilla, leyendo las Grandezas de Ávila. Paseo, por supuesto, dado a la salida de misa, alabado sea el Obispo de turno.

En Ávila no hay iniciativa, ni pública ni ciudadana. Las instituciones públicas, en manos de los mismos desde que Doña Urraca bajaba a hacer la colada al Adaja, no tienen ni intención ni necesidad de mover a la población. ¿Pa’qué, si total, dentro de cuatro años van a votar igual? Y no hablemos de la oposición, que salvo un puñado de reseñables excepciones, vive cómodamente asumiendo que no hay opciones de cambio y que no habiéndolas, esforzarse es cansado, embrutece y ensucia la ropa. Si lograr algo supone más de doce pasos, no merece la pena. Esta desidia se transmite a la población, al menos a esa parte de la población que aspira, o debería aspirar, a más y mejor ciudad (que garcianietesco me ha quedado esto). Los que están contentos con lo que hay no creo que tengan esta clase de preocupaciones. Una pescadilla que se muerde la cola. Las élites pasan del tema porque los ciudadanos se borran y los ciudadanos se borran desesperados porque sus élites pasan, o porque una gran mayoría de sus conciudadanos pasan tanto o más que las élites. Y con élites no me refiero precisamente a las intelectuales, la NASA trabaja conjuntamente con el Ayuntamiento de Ávila en la búsqueda de vida inteligente en los despachos de los edificios oficiales abulenses y en sus alrededores.

Esta es mi sede vacante, el lugar del mundo donde nací. Ávila del Rey, de los Leales y de los Caballeros.

Ego Prisciliano

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