No le gusta a Facebook que se hable de la amenaza que, en forma de la Gran Sustitución étnica, sufre Europa. Esa misma amenaza que ha experimentado en sus carnes el sacristán de Algeciras, don Diego Valencia (q.e.p.d.), quien ha sido vilmente asesinado por un inmigrante magrebí. Sí, ASESINADOÉsta es la palabra, no la que usa el PP-PSOE, ese partido bifronte que, por boca de sus dirigentes Feijóo y Sánchez, habla recatadamente, como toda la biempensancia, de “fallecimiento”. Y dan su pésame, no faltaría más.

Lo de Facebook, sin embargo, ya ni siquiera es cobarde blandenguería como la de los otros. Es censura pura  y simple. Lean, si no, el texto que Esteban Tena ha publicado en su muro de Facebook, de donde éste lo ha hecho desaparecer.


Ellos y nosotros

 

Ellos creen en sí mismos, y avanzan sin miedo a la derrota, en tanto que nosotros estamos descreídos de todo, y hemos prestado ya rendición sin que la batalla siquiera haya comenzado.

 

 

Ellos saben perfectamente a dónde se dirigen, y tienen meridianamente claro su objetivo, mientras que nosotros, habiendo perdido hace ya excesivo tiempo la dirección de nuestro destino, ya no sentimos la llamada de horizonte alguno.

Ellos, acostumbrados a no tener un sofá sobre el que acomodarse, no dejarán de estar en alerta y de atacar en el momento en que se les ofrezca la ocasión, mientras que nosotros, inmersos en la comodidad de nuestra zona de confort, no nos levantaremos del sofá más que para vitorear a España en el Mundial. A eso han quedado reducidos nuestro patriotismo y gallardía.

Ellos saben que somos débiles

Ellos saben que somos débiles, y perfectamente orquestados como están, se sumergen silenciosamente invadiendo España a la espera de “la señal” que les invite y empuje a entrar en acción. Nosotros, que ya no tenemos bemoles ni para defender nuestras más fundamentales libertades ante el Gobierno más tiránico de la historia, nos ponemos a tiritar y a aplaudir como focas en los balcones, cantando el Resistiré. Ya veremos, ya, cuánto resistimos…

Ellos están dispuestos a jugarse la vida por lo que consideran su destino, mientras que nosotros desplegamos un enfermizo pánico cada vez que un nuevo y supuesto envite vírico abre sus fauces amenazando nuestra frágil conciencia.

Ellos, en suma, poseen la fuerza de su fundamentación religiosa, mientras que nosotros, reducidos a una cutre caricatura de lo que otrora fuimos, carecemos absolutamente de fundamentación, exhibiendo únicamente el hedonismo y el miedo por bandera.

Y ellos lo saben.