«La trampa de la diversidad»
por Juan Manuel de Prada
«La trampa de la diversidad» por Juan Manuel de Prada para
la revista XLSEMANAL, artículo publicado el 21/X/2018.
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Acabamos de leer La trampa de la diversidad (Ediciones Akal),
un lúcido ensayo que ha provocado gran polémica en ámbitos intelectuales
izquierdistas. Su autor, Daniel Bernabé, sostiene que las llamadas ‘políticas
de la diversidad’, que con tanto ardor defiende la izquierda, constituyen en
realidad una artimaña del neoliberalismo para «fragmentar la identidad de la
clase trabajadora». Es la misma tesis que hemos sostenido en infinidad de
artículos desde hace años, citando a pensadores tan ilustres como Pasolini o
Hobsbawn (a los que, misteriosamente, Bernabé no cita).
Como Bernabé señala en algún pasaje de su libro, «si todos
somos una suma inacabable de especificidades, entonces no puede haber un
nosotros». El posmodernismo habría sido, a juicio de Bernabé, el clima cultural
que ha favorecido esta lacra: «Sin horizonte al que dirigirnos ni pasado del
que aprender, sin posibilidad de afirmar lo cierto o lo falso, sin espacio para
los conceptos válidos universales», el neocapitalismo habría podido realizar
más fácilmente una serie de transformaciones económicas –desindustrialización,
deslocalización, externalización, etcétera– que favorecieron la atomización
laboral. Ciertamente, es mucho más sencillo desarrollar una conciencia de
explotación laboral en el obrero que trabaja en una fábrica junto con otros
cinco mil obreros que en el falso autónomo que reparte pizzas a domicilio en
bici, requerido por una aplicación para teléfonos móviles. Y, a la vez, es
mucho más sencillo encauzar la insatisfacción de este falso autónomo hacia
reivindicaciones que lo hagan sentirse ‘distinto’, permitiéndole huir de su
grimoso horizonte laboral. Con inteligencia ladina, a este falso autónomo se le
puede infundir una ‘identidad aspiracional’ que lo haga sentirse orgulloso de
ser homosexual, animalista y (risum teneatis) de clase media, en contraposición
al trabajador de la fábrica, al que se caracterizará como heteropatriarcal,
taurino y de clase baja. Esta capacidad del neocapitalismo para instilar
‘identidades aspiracionales’ entre los trabajadores más explotados, evitando
que se organicen, supo aprovecharla, por ejemplo, Margaret Thatcher, que –como
nos recuerda Bernabé– no tuvo empacho en mostrarse favorable a la
despenalización de la homosexualidad o el aborto, a cambio de desactivar la
acción colectiva de los trabajadores y de reducir a fosfatina conquistas
laborales logradas en décadas anteriores.
Con la ayuda lacayuna de una izquierda traidora, el
neocapitalismo ha logrado convertir a la clase trabajadora en un archipiélago
de ‘consumidores de singularidades’ entre las que ocupan un lugar preponderante
las ‘opciones sexuales’ y las ‘identidades de género’. Por supuesto, Bernabé no
defiende que tales grupos no deban disfrutar de derechos civiles; pero advierte
que la exaltación de la diferencia es la mejor coartada para los gobiernos rehenes
de la plutocracia, que así pueden posar de progresistas ante la galería. Y no
se le escapa tampoco a Bernabé que este mercado de la diversidad, como siempre
ocurre entre los productos que compiten, provoca fricciones y contradicciones
cada vez más ásperas entre las distintas identidades: así ha ocurrido
recientemente, por ejemplo, con los llamados ‘vientres de alquiler’, que han
enfrentado a feministas y homosexuales. Y, entretanto, nadie clama contra los
recortes salariales.
Especialmente sagaz se muestra Daniel Bernabé cuando
denuncia que esta traición de la izquierda ha dado alas a las nuevas derechas,
más o menos extremistas o alternativas, que se benefician de la fragmentación
ocasionada por las políticas de la diversidad, apelando a los perdedores de la
globalización, a la vez que pueden azuzar los miedos de cada grupo nacido de
esta fragmentación, adaptando su mensaje a sus particularidades. El encono con
que algunos capitostes izquierdistas han descalificado La trampa de la
diversidad nos prueba que su autor ha acertado a meter el dedo en la llaga,
aunque sólo sea someramente. Así, por ejemplo, Bernabé no se atreve a recordar
que estas ‘políticas de la diversidad’ son opíparamente subvencionadas por
organismos públicos y privados; y que el ardor con que son defendidas desde la
izquierda traidora es directamente proporcional a la cantidad de dinero que
tales organismos invierten en ellas. Tampoco se atreve Bernabé a penetrar en la
razón última por la que el capitalismo fomenta estas políticas de la
diversidad, utilizando a la izquierda como su perro caniche. Pero para
atreverse a dilucidar esa razón última hay que aceptar primero –como nos
enseñaban lo mismo Proudhon que Donoso Cortés– que detrás de toda cuestión
política subyace un problema teológico.
https://www.xlsemanal.com/firmas/201...uel-prada.html
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