domingo, 17 de noviembre de 2013

La personalidad actual de Castilla (Ignacio Carral 1931)



LA PERSONALIDAD ACTUAL DE CASTILLA.
 

Ignacio Carral

 

Así, pues, aunque parezca absurdo decirlo, es completamente cierto que España necesita reanudar su historia, rota y desviada por varios siglos de monarquía centralista. Esto no quiere decir, natu­ralmente, que vayamos ahora a dar un salto atrás para colocarnos en plena Edad Media. Pero sí expresa la obligación de ligar el momen­to actual con los múltiples momentos en que nuestra nación fue perdiendo sus instituciones peculiares, procurando situar éstas en el punto hipotético de evolución que las habría correspondido, de no haber sido rotas o falseadas por los reyes.

 

A nosotros, los castellanos, la primera tarea que se nos presenta es la de restituir nuestra región, que ha perdido hasta el nombre. Hay un libro que todos los castellanos deberían leer y meditar des­pacio; se llama "La Cuestión Regional de Castilla la Vieja", que fue publicado en 1918 por un ilustre segoviano, don Luis Carretero. En este libro hay capítulos que de buena gana copiaría enteros si el carácter periodístico de estos trabajos no me pusiera inexorables límites de extensión. (5)

 

Insiste especialmente el señor Carretero en la suplantación que las provincias leonesas, con Valladolid  a la cabeza, hacen del nom­bre de Castilla; "a consecuencia de la confusión de nombres -dice­- los intereses castellanos confunden también y están postergados y sometidos a los de Valladolid, Tierra de Campos y el resto de la región leonesa". "Pidiendo siempre para Castilla la Vieja, los leo­neses obtuvieron siempre cuanto querían para su región; así cuand­o a Castilla la Vieja no la quedaba ni siquiera el nombre, que tení­an secuestrado los leoneses, Valladolid conseguía hacerse núcleo de concentración de la cuenca del Duero y lograba que las líneas férre­as de media España concurriesen en su provincia con grave perjui­cio de todo el Norte y Noroeste de la nación, que se vieron obliga­dos a prescindir de los caminos directos, ya que todos rodean para pasar por Valladolid". "En Valladolid reina un verdadero afán por alardear de castellanos y un prurito desmesurado por demostrar que dicha ciudad es el heraldo de las aspiraciones de Castilla. No hay un periódico que no se precie de castellano, ni se hace una empre­sa industrial, agrícola o agraria que no ponga en su razón social el nombre de Castilla. Se dirá al contemplar este espectáculo que Valladolid se ha separado de su región leonesa y se ha sumado a la de Castilla la Vieja. Nada más lejos de la verdad que esta afirma­ción, pues la hermosa ciudad de la orilla del Pisuerga es lo que no tiene más remedio que ser: el cerebro de la región leonesa, el pala­dín de sus deseos, el asiento de su progreso".

 

Creo que con los párrafos copiados basta para ver con cuánta cla­rividencia el señor Carretero denuncia la injusticia de que Castilla ha sido víctima en el régimen centralista. Lo que sorprende es que el señor Carretero, después de descubrir tan certeramente el daño, caiga, en otro concepto no menos peligroso: el de hablar de "Casti­lla la Vieja" como unidad regional. Esto es bastante grave porque implica el concepto de limitar nuestra región a la barrera de la cor­dillera central, lo cual ha sido precisamente la causa de que Casti­lla y León se hayan mirado como regiones situadas entre dos mis­mas cordilleras, como siendo prolongación una de otra.

 

Pero una cordillera puede ser una magnífica muralla guerrera, como fue contra los invasores moros, y ésta es la única razón de que la cordillera central fuera el límite primitivo del territorio castella­no, no es nunca una muralla racial. Los pueblos cuando se estable­cen en una vertiente montañosa sienten irresistiblemente el deseo de establecerse también en la vertiente opuesta, sobre todo -como hace notar Reparaz- cuando estas cordilleras están trazadas en el sentido de los paralelos terrestres, y al otro lado se ha de encontrar una producción distinta.

 

En el caso de Castilla la Vieja sólo se llamó tal a la antigua Bar­dulia, en donde los reyes de León fundaron sus castillos contra los moros en los primeros tiempos de la conquista. El territorio de más allá del Duero, que llegó a extenderse hasta el Tajo a un lado y otro de la sierra, se llamó la Extremadura castellana, distinta de la Extre­madura leonesa, que se extendió después desde Salamanca por el territorio de la Extremadura actual.

 

Pero tampoco creo que el señor Carretero pretendiera hacer demasiado hincapié en lo que pueda significar estrictamente esta denominación de Castilla la Vieja. Más bien parece que lo que ha querido delimitar con ese nombre ha sido la confusión habitual entre Castilla y la Mancha. (6)

 

Porque el nombre de Castilla la Nueva no quiere decir más que los territorios de la meseta que se habían ido añadiendo por sucesi­vas conquistas al reino de Castilla y debió referirse a los llanos' manchegos. En la Mancha comienza la llanura al igual que en la región leonesa, y varían, por tanto, la producción, los cultivos, la vida, los intereses y el espíritu de los castellanos, que viven en terreno francamente serrano en las tres cuartas partes de su superfi­cie, e interrumpido constantemente por lomas, colinas y valles en las comarcas que más se aproximan a la llanura.

 

¡Es curioso el destino de Castilla de haber sido constantemente falsificada por la boca de los demás españoles! Se ha acusado de imperialismo a la región de España que menos sintió nunca este anhelo, como lo demuestra su maravillosa democracia interna y su ningún afecto hacia los reyes imperialistas; se ha acusado de cen­tralista a la región que aun dentro de sus límites se negaba en el siglo XI -cuando ya León y Cataluña empezaban a territorializar su derecho- a generalizar sus costumbres jurídicas y se resiste a ello hasta el Fuero Real del siglo XIII; se ha acusado de tradicionalista y conservadora a una región que precisamente representó, frente al principio de autoridad leonés, la atención a las innovaciones de los tiempos y a las necesidades de los pueblos, creadas por el medio y las circunstancias, y precisamente el triunfo del idioma castellano consiste en haber sido francamente renovador frente a la tendencia conservadora y arcaizante de los demás idiomas peninsulares; se ha tachado de pobre a una región que - sin ser una maravilla de rique­zas- posee excelentísimos recursos naturales: se ha juzgado como sombría una región de cielo despejado la mayor parte del año y de una diáfana luminosidad que despiertan el fervor de los pintores que cruzan por ella y a ella vienen constantemente.

 

Y, por último, se ha abusado hasta la saciedad del tópico de la "llanura monótona y uniforme" al hablar de una región de terreno quebrado, ocupado casi en su totalidad por ingentes montañas que a veces alcanzan 2.500 metros sobre el nivel del mar y 1.500 sobre el nivel de ciudades situadas a pocos kilómetros, una región que preci­samente acaba en el lugar mismo en que la llanura comienza a defi­nirse de modo franco; en la región leonesa y en la región manchega.

 

No debemos, sin embargo, culpar a los demás de esta última apreciación, porque hemos sido muchas veces los castellanos mis­mos los que hemos contribuido a propagarla, debido seguramente a una ilusión un poco infantil, pero muy natural; y es la de que al con­templar nuestro paisaje lo hacemos lógicamente con preferencia hacia su parte más abierta. Y entonces vemos la llanura o la inicia­ción de la llanura en las tierras próximas a ella. En este sentido nuestro paisaje es un paisaje de llanura; pero esto no quiere decir, como puede suponerse, que habitemos por ello la llanura.

 

Otra cosa muy importante es preciso hacer constar sobre Casti­lla, que contribuye a impedir con todas las otras que pueda ser con­templada su verdadera realidad actual: la división en provincias. Si a todas las regiones españolas causó daños esta absurda y arbitraria acotación del mapa de España, que debió dejar muy contento al lite­rato Martínez de la Rosa, a ninguna la ha hecho tanto daño como a Castilla. Porque dejó trituradas sus comarcas, algunas de las cuales llegaron a perder la noción de su propia personalidad. A esta tritu­ración contribuyó, no poco, la manía de que ya he hablado de tomar por frontera la cordillera central, como si fuera la tapia de una finca, y romper así todo el sentido de las comarcas que estaban acaballa­das en ellas.

 

Por eso, la primera cosa que debe hacer Castilla es pedir la desar­ticulación de sus provincias, reconstituir cuidadosamente sus comarcas, y luego...

Esto es precisamente, este luego, del que quiero tratar en mi pró­ximo y último artículo.

 

Ignacio Carral

 

("Diario de Burgos", 24 mayo 193 1.)

 

 

 

(5) ¡Qué conveniente sería que algún mecenas castellano o algún organismo regio­nal acometiera el gesto de reconocer el nombre de Castilla y el de su autor que puso tan noble empeño en defenderle!

 

(6) Hay sobre todo dos nombres idénticos y dos significaciones diferentes y con­tradictorias: La "Castilla Política Estado" y la "Castilla Gentil". Cada una se ads­cribe al concepto que representa.

 

 

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